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Los niños Invisibles: cárcel, pobreza y exclusión en Chile Vida Opinión

Los niños Invisibles: cárcel, pobreza y exclusión en Chile

Alberto Vásquez Dellacasa
Por : Alberto Vásquez Dellacasa Director de Programas ONG ENMARCHA. Educador Popular, Magister en Intervención Social Universidad Católica Silva Henríquez.
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La realidad nos dice cotidianamente que estos niños, niñas y jóvenes que no son parte del “prototipo oficial” pareciera que no requieren de un desarrollo cultural sustentable, calidad de vida en habitabilidad, metro cuadrado per-cápita de área verde, construcciones sólidas y amplias en viviendas sociales, acceso a educación de calidad y gratuita, acceso a salud de calidad, gratuita y oportuna.


Más de 40.000 niños y niñas en Chile tienen a su padre y/o madre privados de libertad y 860 niños menores de dos años han vivido en centros penales en los últimos 5 años, según datos de ONG Enmarcha, realizada el primer semestre del año 2016.

Chile presenta una de las tasas de encarcelamiento más altas de América Latina y la forma en que el Estado chileno aborda este fenómeno social deja caminos por recorrer y espacios no abordados e invisibilizados. Cuando hace una semana atrás nos enterásemos por la prensa nacional de que una comunera Mapuche que cumple condena en el sur del país, diera nacimiento a su hijo entre gendarmes, grilletes en los pies y esposas, es decir, un niño que para la ley no ha cometido ningún delito nace esposado, engrillado y entre gendarmes.

Cuando niños o niñas que no han cometido ningún delito son tratados como si así fuese por el hecho de su padre o madre se encuentre pagando pena de cárcel, es señal de que existen abismos que normalizan esta realidad y aportan a la construcción de un sentido común que nos dice que las y los hijos de quienes están presos “también deben pagar la pena o la sanción”.

[cita tipo=»destaque»]En estos días en que la sociedad chilena manifiesta su distancia con “lo político” a través de las más alta abstención electoral registrada en la historia nacional es que convocamos a mirarnos como sociedad civil e interpelar al Estado frente a que estamos haciendo realmente para hacer valer el espíritu de Derechos Humanos al que se adhiere el año 1991 al firmar la Convención Internacional de Derechos del Niño y Niña.[/cita]

Si desde que el Estado de Chile firma y adhiere al “espíritu” de la Convención Internacional de Derechos del Niño (CIDN) han debido pasar 25 años para que exista una aproximación concreta con la discusión en el poder legislativo de una ley integral de derechos para la infancia, tomando en cuenta que ya existió un intento fallido el año 2012, ¿no es pertinente fortalecer el entramado de la sociedad civil y aunar esfuerzos en esta dirección? La profundización del análisis respecto a las características de un Estado garante de Derechos Humanos deja temas de debate y reflexión en la mesa respecto a niñez y juventudes, sobre todo cuando el correlato discursivo transita por la protección, la universalidad e integralidad de derechos, pero la práctica tiende a crear una imagen unilateral de los niños, niñas y jóvenes de nuestro país, excluyendo del prototipo oficial a quienes componen el sector de la pobreza y marginación de los lujos y comodidades de los éxitos macroeconómicos nacionales.

La realidad nos dice cotidianamente que estos niños, niñas y jóvenes que no son parte del “prototipo oficial” pareciera que no requieren de un desarrollo cultural sustentable, calidad de vida en habitabilidad, metro cuadrado per-cápita de área verde, construcciones sólidas y amplias en viviendas sociales, acceso a educación de calidad y gratuita, acceso a salud de calidad, gratuita y oportuna. Desde nuestras prácticas como sociedad civil observamos que en los territorios de intervención social, los niños, niñas y jóvenes de sectores empobrecidos reciben un tratamiento discriminador y segregador, ya sea a través de lógicas programáticas centradas en las necesidades y carencias que estos puedan ostentar o bien desde la peligrosidad con que se pueda medir su inclusión al mundo post moderno consolidado en Chile, más aún cuando además de empobrecidos estos niños son hijos o hijas de personas encarceladas, deben cargar con el peso del juicio social y la violencia institucional invisibilizada.

Si bien, la participación e inclusión a espacios protagónicos para dar opinión acerca de temas públicos es un avance, no tiene sentido alguno, si éste no se corona con un vínculo a instancias de decisión. Consejos consultivos de niños y jóvenes sin capacidad de incidencia en las decisiones de los temas que les afectan, son esfuerzos estériles que promueven y sustentan la lógica y hegemonía dominante.  ¿Cuál sería esta lógica? No es otra que la obscena e impresionante brecha de desigualdad, social y económica que existe en nuestro Chile neoliberal, la que se acrecienta a pasos agigantados, en capital social, cultural, infraestructura y consolidación política.

Mientras la política pública responda a una lógica de mercado se desvanecerá paulatinamente cualquier tipo de modificación a esta brecha de desigualdad mencionada, mientras no se comprenda a cabalidad el fracaso de la  intención garantista de derechos, que debiese contener el espíritu de la ley  de responsabilidad Juvenil 20.084, se continuará observando y levantando política pública para niños, niñas y jóvenes basada en la sanción, coerción, estigmatización y promoción de la peligrosidad y el miedo, con que se caracteriza a las y los jóvenes empobrecidos de nuestro país.

En estos días en que la sociedad chilena manifiesta su distancia con “lo político” a través de las más alta abstención electoral registrada en la historia nacional es que convocamos a mirarnos como sociedad civil e interpelar al Estado frente a que estamos haciendo realmente para hacer valer el espíritu de Derechos Humanos al que se adhiere el año 1991 al firmar la Convención Internacional de Derechos del Niño y Niña. Quizás sea este un ejercicio que permita otorgarle valor a “lo político” desde lo que realmente es y desde donde no debiese haberse divorciado nunca, el actuar en lo público, en las comunidades, en las leyes que norman la sociedad, desde protagonismos reales y directos, camino que se abre a nuestros ojos desde lo que dijera el poeta Vicente Huidobro sobre el creacionismo en Nom Serviam de Altazor, «No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo (. . .) Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas. Ya no podrás decirme: ‘Ese árbol está mal, no me gusta ese cielo… los míos son mejores’. Yo te responderé que mis cielos y mis árboles son los míos y no los tuyos y que no tienen por qué parecerse».

Los niños, niñas y jóvenes con padre o madre encarcelados, los niños, niñas y jóvenes vulnerados en sus derechos, empobrecidos económica, cultural y políticamente, los niños, niñas y jóvenes del patio trasero de la ciudad, ellos y ellas serán quienes creen una nueva realidad, que no se parecerá a la que tenemos y que el mundo adultos sin duda alguna, mirará desde lejos con desidia, indolencia e incomprensión.

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