Como grupo humano, nos es tremendamente más fácil notar en qué estamos en desacuerdo que visualizar los temas en los que convergemos. Esto tiene que ver con temas de personalidad y de identificación. La identidad está intrínsecamente relacionada a las creencias y, por tanto, no hay opción salvo la defensa incluso agresiva frente a cualquier intento de disuasión o incluso de complementar creencias.
Pocas cosas son más profundas que la convicción sobre el inicio de la vida. A veces con argumentos religiosos, otras veces filosóficas y biológicas, cada uno de nosotros tiene una idea instalada y perfectamente válida de cuándo un embrión/feto/niño adquiere la dignidad (y con ello los derechos) de un ser humano. No podemos anhelar llegar a acuerdos en este ítem, por cuanto los argumentos que son relevantes para uno no tienen por qué serlo para otro. Por deducción simple, cualquier discusión respecto al aborto va a ser igualmente irreconciliable. Pese a esto, soy una convencida de que sí podemos arribar a una convergencia fundamental: para todos es deseable reducir al mínimo el número de embarazos no planificados que sean susceptibles de ser interrumpidos…
[cita tipo=»destaque»] Vemos grupos que entorpecen el acceso de niños y adolescentes a educación adecuada y oportuna en sexualidad, condenándolos años de silencio y a buscar sus propias respuestas por vías a veces peligrosas [/cita]
Los argumentos pueden variar; quienes consideran fundamentales los derechos del que está por nacer son lógicamente contrarios a la eliminación de un embrión o feto, y quienes consideran válida la decisión de interrumpir una gestación en curso suelen considerar que se trata de un evento complejo y eventualmente una crisis biográfica para la mujer.
La pregunta sobre cómo evitar los embarazos no deseados tiene dos respuestas: educación sexual adecuada y acceso a la anticoncepción. Pese a esto, día a día vemos múltiples barreras para el ejercicio de estos derechos que están, por lo demás, garantizados en nuestro marco legal…
Vemos grupos que entorpecen el acceso de niños y adolescentes a educación adecuada y oportuna en sexualidad, condenándolos años de silencio y a buscar sus propias respuestas por vías a veces peligrosas. El argumento suele ser que la primera prioridad la tiene el derecho de los padres a educar a sus hijos, poniendo-por tanto- nuestro derecho como adulto por sobre el derecho del niño a recibir herramientas que le serán de utilidad en su vida presente y futura. Irónicamente, con el argumento de protegerlos, estos padres están impidiendo el acceso de sus hijos a un derecho que les corresponde.
Si bien la ley establece que cualquier persona tiene derecho a elegir el método anticonceptivo de su preferencia en el marco de una atención confidencial, como profesionales de la salud sexual y reproductiva nos enteramos día a día de barreras innecesarias que impiden a las personas ejercer sus derechos. Centros médicos (públicos y privados) que exigen a menores de edad ir acompañados para ser atendidos. Matrones y médicos que se niegan a dar un espacio privado y confidencial a adolescentes. Ginecólogos y ginecólogas que se niegan a esterilizar a una mujer que lo solicita por considerarla -arbitrariamente- demasiado joven.
Hay una antigua y vigente frase que dice: Educación para elegir… Anticoncepción para no abortar… Aborto legal para no morir… Entiendo y acojo que la tercera frase nos enfrente y nos conflictúe. Trabajemos en las dos primeras. Por favor.