Fray Luis, que tuvo una excelente formación, presenta una ortografía tradicional, que ya no se correspondía en ese momento a distinciones de sonido, pero que él había aprendido en el curso de su educación.
Por ejemplo, fray Luis escribe “dixo”, “dezir”, “fuerça”, “parece”, “deue”, “sabido”, “passa”, “assi”, “meses”, “an”, “hablo”. ¿Es que pronunciaba de diferente manera ç y z? No. ¿Diferenciaba la pronunciación de ss y de s? Tampoco. Entonces, ¿distinguía el sonido de x y j al hablar? La respuesta es también negativa. ¿Diferenciaría al hablar la b y la v? Probablemente no. Sin embargo, en su modo de escribir mantiene todas las distinciones gráficas. Esto es lo mismo que sucede ahora cuando alguien es capaz de escribir “hirsuto”, “exhaustividad” o “gerundio”, aunque la “h” no suene y “gerundio” podría escribirse también con j. ¿Por qué se sabe hacerlo? Porque se ha aprendido, como le sucedía a fray Luis de León.
En cambio, santa Teresa, en sus documentos autógrafos, escribe “llege” (llegué) y “gie” (guíe); “ablar”, “echo” y “olgado”; “traje” y “deje” (y no “traxe”, “dexe”); “diçe” (y no “dize”). En resumen, usa un sistema de escritura más cercano a su pronunciación y alejado de la ortografía tradicional. Además, da entrada en sus textos escritos a formas que muestran pronunciaciones menos prestigiosas como “anque” (y no “aunque”) o “perfición” (y no “perfección”).
Siglos después
Dando un gran salto temporal, encontramos un matrimonio a comienzos del siglo XIX que también presenta esta divergencia. Las cartas interceptadas durante la Guerra de la Independencia de Josef Cervera, prefecto de Málaga, y su mujer Librada son profundamente diferentes en trazo, ortografía y expresión.
Centrándonos en la grafía, el marido tiene ya usos casi actuales, como “dignase”, “exonerarme”, “concepto”, “exceso”, incluso el uso de tildes en los futuros (“será”).
En cambio, la grafía de Librada, la mujer, no es tan cercana a la norma ortográfica del momento, pues presenta muchos errores en el uso de b y v (“Sebilla”, “bea”, “aber”) y de h (“ace”, “ablas”, “hir”), al igual que problemas en la escritura de la vibrante múltiple (“Coreos”, “arasado”) y de la g y j (“degarlo”, “manegan”, “siges”).

‘Mujer escribiendo una carta’, por Albert Edelfelt, 1887. National Museum, Suecia
Esta diferente habilidad en la escritura era algo socialmente conocido y, en parte, aceptado. Damos dos ejemplos. En la primera Ortografía de la RAE, de 1741, se afirma que separar al escribir las sílabas de las palabras es “defecto comun en las mugeres, y algo usado en los poco doctos”.
Por otra parte, en una carta de 1787, María Antonia del Pulgar, una noble, le comenta a su suegro “el escrúpalo con que siempre he quedado de que V. pueda entender lo que le escrivo tan sin atadero, pues yo no gasto la menor ortografía, porque, aunque mi amado papá quiso que la aprendiese, se ha ido quedando así, y últimamente me dijo que sentía que hubiese llegado el caso de que yo escriviese sin sentido por no haberme acostumbrado, pero que ya no tenía remedio por haora, y que en una mujer no era tan reparable”.
En resumen, de los siglos XVI al XIX las diferencias en la educación de hombres y mujeres se advertían no solamente en el mayor porcentaje de analfabetismo entre las mujeres, sino también en la escritura de las mujeres y hombres que sabían escribir. Esto puede comprobarse comparando textos de mujeres y de hombres del mismo grupo social.
Las críticas a la escritura de mujeres, en el siglo XVI y XVII, atacan su mala letra, y desde el siglo XVIII se centran en su incorrecta ortografía. Sin embargo, incluso tan tempranamente como en el siglo XVI, se comprueba que hay bastantes diferencias entre la ortografía de los hombres de grupos sociales elevados y la de las mujeres de estos grupos que saben escribir.