
Sobre Chile Cuida, 8M y el género en la ultraderecha
Un nuevo 8 de marzo que llega en momentos complejos. Hace casi ya un año y medio que presenciamos el genocidio contra
el pueblo Palestino, la completa ineficacia de la política internacional en un mundo regido por matones, el alza sostenida de la ultraderecha y la innegable disminución de la legitimidad de la democracia.
Difícil no aceptar que el movimiento feminista está golpeado. No ha habido capacidad de articular resistencia que haga frente a la velocidad de los cambios que están poniendo en riesgo triunfos en materia de igualdad, antidiscriminación, derechos reproductivos, e implantando políticas de austeridad y disminución del gasto social en economías robustas.
La ultraderecha ha sido exitosa en mover el eje de la disputa política, y como estrategia ha utilizado la explotación emocional
del miedo asociado al imaginario masculino presente en – por ejemplo – el conflicto de la nacionalidad como estatus; la práctica del poder como autoridad, exclusión y control; la idea aparente (y nunca alcanzada) de la autosuficiencia del individuo que sería capaz de autosostenerse y “rascarse con sus propias uñas” no sólo con prescindencia del medio social, sino también temeroso de las implicancias de la vincularidad social.
Aquello hay que nombrarlo y decirlo. No es casual que detrás de liderazgos como los de Milei, Trump, de la AFD en Alemania, entre otros, esté presente el factor género de un modo tan protagónico, tanto con implicaciones programáticas como en el hecho de que cuenten con el respaldo de un electorado mayoritariamente masculino.
Porque sin ninguna ambigüedad la campaña de la ultraderecha, usando palabras de la cientista política Isabell Lorey, “conecta el miedo individual a la precaritud y a la vulnerabilidad indefensa con el miedo a un otro amenazante (…) y promete protección y seguridad” (Lorey, 2023).
Resulta incontestable que los imaginarios, la memoria y la historia están, en efecto, acuñados por el género. En la historia
del maternar y del cuidar, como tan bellamente plasmara nuestra Nobel Gabriela Mistral en su poemario Ternura, hay
una politicidad que en vez de construir pesimismo y miedo alrededor de la condición humana vulnerable y precaria, pone
al centro de la organización de la vida misma la condición de ser seres vulnerables como elemento habilitante del amor y de
la vincularidad social.
En esta misma dirección las investigaciones de la experta en desarrollo cognitivo, Alison Gopnik, son concluyentes respecto a que el desarrollo de la creatividad y de la innovación humana es consustancial a la práctica del cuidado entendida como relación social (Gopnik, 2016).
En este contexto – aunque no falten razones de alarma por la situación mundial – el movimiento feminista en Chile puede el
próximo 8 de marzo salir a marchar con la pequeña pero contundente alegría en el corazón de que la demanda por tantos años anhelada de un Sistema de Cuidados esté viendo luces en este gobierno del presidente Gabriel Boric, liderado por las ministras Javiera Toro y Antonia Orellana.
Bien lo señala la señora Mónica Carrasco Rodríguez, miembra del Centro Comunitario de Cuidados de Arica, el principal problema del trabajo de cuidado en las sociedades contemporáneas es la soledad y su efecto en la salud mental. Por ello, el programa Chile Cuida es un ejemplo de cómo construir promoviendo soluciones y mejoras del modo en que históricamente lo han hecho las mujeres, esto es, sacando la soledad de lo íntimo, tejiendo vincularidad en red, articulando una comunidad que se provee a sí misma de ayuda bajo el reconocimiento de nuestras interdependencias.
Así es cómo debemos enfrentar el avance de la ultraderecha y persuadir a esa generación de hombres jóvenes que creen encontrar ahí una mejor alternativa a sus padeceres. Mostrando que el verdadero poder no es la exclusión ni el control de un otro ajeno amenazante (para en ese acto arrogarse de un tributo de valor) ni menos la prepotencia de las acciones matonescas, sino que el verdadero poder está en la capacidad de ejercer potencia creativa, vale decir, en la capacidad de hacer belleza en el mundo con soberanía. Como nos lo regalara la Mistral en Suavidades:
“Cuando yo te estoy cantando
en la Tierra acaba el mal:
todo es dulce por tu sienes:
la barranca, el espinar.”
Amigas y compañeras, la historia no avanza de modo lineal ni el progreso es el curso natural de las sociedades. Se avanza y se retrocede. Como metafóricamente lo expresara Aníbal Quijano con el “regreso del futuro”, la orientación de lo que defendemos está en la ancestralidad de nuestra memoria.
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