
Baja natalidad en Chile
La natalidad en Chile cayó casi un 50% en la última década, encendiendo alarmas sobre el futuro demográfico y económico del país.
Junto a las amigas, a veces conversamos sobre el anhelo de ser madres. Pero, al pensarlo más a fondo, cambiamos de idea. Quizás en la privacidad de nuestro pensamiento, somos muchas las mujeres que nos cuestionamos constantemente si tener o no hijos. Si fuéramos hombres, la decisión sería mucho más fácil, pues no vendría acompañada del enorme sacrificio que se nos exige a nosotras.
Los medios de comunicación hacen eco de las cifras, encendiendo alarmas y replicando un discurso común. En la televisión abundan entrevistas a pie de calle que se centran casi exclusivamente en nosotras, mientras expertos explican el fenómeno. Entre las causas se argumenta la progresiva incorporación de la mujer al trabajo, el alto costo de la vida y una “falta de interés” de las mujeres más jóvenes.
Sin embargo, estas explicaciones, por muy verosímiles que sean, soslayan una causa decisiva y a menudo invisibilizada: el peso que tiene para muchas la ausencia de una pareja que asuma un rol activo y corresponsable.
Desde las instituciones y candidaturas se proponen medidas como incentivos económicos —tan acotados como irrisorios—, o la fertilización asistida, entre otras. Si bien estas propuestas pueden ser de ayuda, soslayan uno de los tantos problemas de fondo. El desafío no es solo demográfico ni económico, sino profunda y, esencialmente, cultural.
Para muchas mujeres, ser madre significa hoy renunciar al desarrollo profesional, a la estabilidad económica o a la posibilidad de cultivar nuestros propios intereses. Este sacrificio, que a veces se intenta normalizar, representa un retroceso importante. Es un paso atrás en los logros que alcanzaron las mujeres que nos precedieron y lucharon por años para que hoy podamos tener voz e incidencia en la vida pública, firmar nuestras propias obras y, en definitiva, ocupar espacios de los cuales hemos sido históricamente excluidas o derechamente anuladas.
La meta de la igualdad de oportunidades se dibuja aún lejana cuando, puertas adentro, muchas de nosotras seguimos “pidiendo apoyo” a nuestras parejas en las tareas domésticas más básicas. Según la última Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo, las mujeres dedicamos en promedio el doble de horas que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. La desigualdad de género persiste en el ámbito privado, convirtiéndose en un obstáculo más para promover la natalidad.
El desafío de la baja natalidad no se superará únicamente con paliativos. Requiere un cambio profundo: una transformación cultural en la que asumamos, como sociedad y desde las instituciones, la corresponsabilidad en las tareas de cuidado. Esto implica cuestionar la idea de que el cuidado de los hijos es una responsabilidad que recae exclusivamente en las mujeres. Pese a que, en los discursos el tema suele ser claro, la realidad nos golpea con un post natal masculino de solo cinco días. Para avanzar, es fundamental pensar en un modelo donde también los hombres puedan quedarse en casa, cambiando pañales y asumiendo de forma genuina las tareas de cuidado.
Porque quizás, sólo quizás, muchas de nosotras aún quisiéramos tener hijos si, después de nacidos, nuestro rol fuera únicamente el de ser padres.
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