
Masculinizado, una caricatura del poder
Las palabras no son inocentes. Cuando decimos “industrias masculinizadas”, creemos estar describiendo un mundo de hombres, pero en realidad nos estamos refiriendo al autoritarismo, estructuras jerarquías rígidas y relaciones competitivas al extremo. No se trata de que sean “industrias de hombres”, sino de organizaciones moldeadas por un tipo de poder que históricamente se asoció al estereotipo de lo masculino.
Hace unos días, en un evento de Promociona —programa internacional que busca aumentar la presencia de mujeres en la alta dirección de empresas—, se le preguntó a Juan Carlos Jobet, decano de la Escuela de Negocios de la UAI y exministro, si consideraba que su estilo de liderazgo era femenino. Jobet habló de su formación y de su trayectoria, dio una respuesta larga sobre su manera de ejercer su liderazgo, pero nunca usó la palabra femenino. ¿Y por qué habría de hacerlo? Su estilo no se explica en categorias de género. En ese mismo panel se refirieron a los directorios como espacios masculinizados. Y lo que describieron fue un grupo de señores que supuestamente llegaron ahí por sus éxitos, pero que en la práctica se dedican a imponer sus ideas más que a escuchar, a competir más que a colaborar, y a orientarse únicamente al resultado sin considerar el proceso ni a las personas. Eso no es lo masculino, es la expresión de una cultura jerárquica y de autoritarismo que ha dominado nuestras organizaciones.
La literatura nos alerta: la meritocracia no es el único criterio en los directorios. Investigaciones como las de Moisson y Tirole (2019) y revisiones recientes (Hasan, 2024) muestran que muchas veces se reproducen a través de redes cerradas y lógicas de homofilia. Y en Chile, el PNUD ha documentado cómo buena parte de las élites provienen de un círculo pequeño y privilegiado de colegios privados, lo que refuerza una cultura de cooptación que convive con los méritos individuales.
La ley Más Mujeres en Directorios ayuda a romper esa dinámica de círculos cerrados, y lo hace de una manera acorde a nuestra realidad: no obliga ni sanciona, sino que impulsa a las empresas a abrir espacio, permitiendo que el mérito tenga una oportunidad, incluso cuando se presenta con rostro de mujer.
Separar las palabras es clave. Cuando decimos masculinizado como sinónimo de jerárquico o autoritarismo, reducimos lo masculino a una caricatura de poder. Y con eso no solo limitamos a las mujeres, también dejamos a los hombres atrapados en un molde que no les permite ejercer lo mejor de sí mismos. Lo masculino también aporta a organizaciones y sociedades más humanas y sostenibles.
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