Yo opino
Créditos: El Mostrador.
No es rosado
Gran parte de la población ha escuchado la palabra cáncer, y me atrevo a decir que provoca una reacción similar en todos: un escalofrío, un sentimiento de angustia y miedo. Muchos prefieren mirar hacia otro lado y no hablar del tema. No se les puede culpar: una buena parte ha sido afectada por esta enfermedad, ya sea porque un abuelo, padre, amigo o ellos mismos la han padecido. Por lo tanto, no es un tema ligero en una conversación.
Cuando se aborda el cáncer, ya sea en el colegio o en otras instituciones, suele presentarse una definición científica acompañada de cifras sobre la cantidad de personas diagnosticadas. Pero en realidad, es mucho más que eso. Detrás de cada número hay una persona, y detrás de cada investigación, tratamiento o dato, hay un científico o científica que ha trabajado durante años con la esperanza de ayudar. Cada una de esas personas tiene una historia que contar.
Uno de los cánceres más comunes hoy en día es el cáncer de mama, que afecta principalmente a las mujeres. Cuando se menciona, es común que aparezca en la mente el listón rosado, símbolo de la prevención de éste cáncer. Esta iniciativa busca recaudar fondos para investigación, programas de prevención, educación y tratamiento. Es un símbolo poderoso, que recuerda a muchas mujeres la importancia de realizarse los exámenes a tiempo —una acción fundamental que puede salvar vidas.
Sin embargo, algunas empresas han utilizado esta campaña con fines comerciales. En ocasiones, los productos que se venden para “apoyar la causa” contienen componentes dañinos o destinan solo una mínima parte de lo recaudado a la investigación. A esta práctica se le llama pinkwashing: usar el lazo rosado como estrategia de marketing sin contribuir realmente, desviando la atención del verdadero objetivo, que es ayudar y generar conciencia.
Durante octubre, el símbolo rosado se ve por todas partes. Pero, pese a sus buenas intenciones, la campaña no representa a las minorías. Por ejemplo, solo el 2% de los fondos se destina a investigar el cáncer de mama metastásico —que puede afectar al 25% de las diagnosticadas— y las pacientes en etapas avanzadas suelen ser tratadas como casos perdidos.
Además, aunque las tasas de cáncer de mama son similares entre mujeres blancas y negras, estas últimas tienen más probabilidades de recibir diagnósticos agresivos y tempranos. A ello se suma el alto costo de los tratamientos, que deja fuera a muchas mujeres de bajos recursos, obligándolas a enfrentar la enfermedad sin acceso digno ni opciones reales.
Es necesario concientizar sobre la importancia de los exámenes preventivos, pero también dar voz a las minorías invisibilizadas. Ellas merecen contar sus experiencias, sus dolores y sus esperanzas.
Por más difícil que sea, la sociedad y las empresas deben escuchar la parte “no rosada” del cáncer de mama: aquella que las mujeres viven cada día. Es momento de actuar, de transformar aquello que nos confunde, nos enoja y nos entristece —como mujeres afectadas o familiares— en fuerza para alzar sus voces por encima del ruido de quienes, intencional o no intencionalmente, las silencian.
Como dijo la renombrada autora Anne Boyer: “En nuestros tiempos, el desafío no es hablar en el silencio, sino aprender a formar una resistencia al ruido, a menudo destructor”.
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