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Nosotros que nos queremos tanto

Abrazos van y abrazos vienen. La escena es repetitiva en cada versión de la entrega de los premios del gremio artístico nacional, en una ceremonia con cada vez más pretensiones de elegancia pero que se ha rigidizado y que deja poco a la espontaneidad y el diálogo.


Siempre todos tienen algo que decir al momento de subir al podio a recibir la estatuilla metálica con que se conmemora a la obra máxima del poeta Huidobro. Pareciera que las artes no bastan a la hora de expresarse y un micrófono abierto sirve para llamar a la cordura al Tribunal Constitucional, a los legisladores que definen las condiciones laborales de los artistas y también, cómo no, para reclamar contra el ex dictador-inspirador.



Es Altazor, la fiesta de las artes. Más bien de los artistas. Todos con las mejores pintas reciben de manos de sus colegas gratificación y reconocimiento por sus trabajos del año recién pasado. La versión de anoche fue pulcra, refinada y calculó cada posibilidad de error. Con tan cuidados textos y tan ínfimas opciones de escapar a la formalidad, Carmina Burana pocas chances tenía de ser invitada cordialmente a pasar al escenario a recibir su premio.



Tampoco los artistas locales que yacen algunos metros bajo tierra tuvieron sus quince minutos en este show. Macarena Pizarro estuvo menos errada que nunca, Leonor Varela pronunció el español casi como chilena y la ceremonia marchó sin percances significativos en su camino de premiación entre pares.



En cuanto a números, el evento dejó dos claros ganadores, en cuánto a anexión de galardones. La obra "Sin Sangre" de la compañía Teatro Cinema, el filme "La vida me mata" de Sebastián Silva y la serie de TVN "Alguien te Mira" fueron los más de una noche que para algunos críticos locales, como Camilo Marks, es "extremadamente ridícula".



Son varios los que como Marks se preguntan quiénes son estos pares que premian a sus pares. Para el crítico, el Altazor es "de una siutiquería, una ramplonería y una vulgaridad máxima, de una grosera ignorancia", y asegura que estos reconocimientos se olvidan al día siguiente. Al igual que los premios Nóbel.



"En un país de quince millones de habitantes, donde nadie lee nada, es casi como si en la Isla de Pascua se diera el Óscar de Hollywood", dice Marks, preguntándose si alguno de los integrantes del colegio de votantes habrá leído la obra de Huidobro. "No es un poema de fácil lectura", dice. "Es un poema que comienza en una forma narrativa y termina en una desintegración absoluta", por lo que además "esa figura" -refiriéndose al premio físico- "no tiene nada que ver con el poema".



El factor político



Los Altazor, dice Sergio "Tilo" González, se crearon en 1999 a partir de la poca seriedad con que algunos medios estaban entregando premios a artistas locales. Según el compositor, baterista y fundador de Congreso, ese norte es el que lo hace creer en estos premios que se otorgan entre pares, porque "rescata el trabajo de los artistas", asegura.



Fue así como anoche se distinguió de entre una extraña triada a Sinergia como la mejor banda de rock del 2007, al Premio Nacional José Miguel Varas en narrativa por su obra "Milico", a la consejera de la SCD Denisse Malebrán por su disco "Maleza" y al ex presidente del Consejo del Libro, Jorge Montealegre, por su aporte en poesía con "No se puede evitar la caída del cabello".



Y fue el mismo Montealegre quien se tomó sus minutos para agradecer frente al micrófono y llamar a que "sean las mujeres y no los tribunales constitucionales quienes decidan si usan o no la píldora de día después», iniciativa que replicó más tarde la fotógrafa María Gracia Subercaseaux cuando llegó su turno.



"La gente está mirándose el ombligo, no se hacen responsables de los discursos que emiten" dice el dramaturgo y académico Marcelo Sánchez, refiriéndose a los contenidos de los trabajos artísticos. Para él, los Altazor son premios dominados por la industria más que por cualquier otra consideración, en los que el reducido número de artistas impide una discriminación de calidad.



"Aquí no existe una academia de críticos, sino una suerte de gobierno transversal, como diría el díscolo Zaldívar. Somos todos amigos de todos, nos premiamos entre todos y todo sigue donde mismo", asegura Sánchez, quien es férreo al afirmar, al igual que Marks, que estos premios "no significan nada para la gente" y que no existe ningún contenido político de peso detrás. "El artista en general ha tendido a darle vuelta la espalda a la sociedad y se han transformado en una parte más de un sistema que promueve la alienación", dice Sánchez.





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