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Las almas caen por su propio peso

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Hombre de pocas palabras, que rehúye el protagonismo y la farandulización del arte, Oscar Hahn no cae, sino que se eleva, camina con su lluvia a cuestas, un enigma sutil lo circunda y aunque tenga la sensación de haber muerto hace años, descubre la casualidad que lo reúne en un café con el amor que da besos de otro siglo y mientras escucha la polifonía del mundo, sigue haciendo poesía para deleite de nosotros sus lectores.


No recuerdo cuándo fue la primera vez que leí a Oscar Hahn, pero sí recuerdo la impresión que me produjeron sus poemas. Confieso que los leí  con cierta desconfianza y que cedí rápidamente a la marea envolvente con que me sedujeron. Una marea en que se entremezclaban un erotismo perturbador y una melancolía desgarrada. Esa cópula danzando sin cesar a un ritmo tan extraño como original resultaba cautivadora.

Años después comencé a preguntarme en qué residía la originalidad de Hahn como poeta, para mi uno de los grandes de Chile, y de los pocos con una voz original.

Y la respuesta me resulta aún algo misteriosa. Mientras escribo estas líneas se me vienen a la mente algunos de mis poemas favoritos y pienso cuán distintos son entre ellos.

Pienso en La familia iraquí deteniendo el horror, esa foto que contiene casi una novela y que suspende la tragedia en el polvo del universo. Todo discurre en ese poema como en un breve relato; no sabemos si se trata de un poema, de un cuento, del  artículo –demasiado bien escrito claro- de un periódico- y qué importa, al fin, el nombre o la casilla del género.

Lo que importa, en cambio, es el poder del poema para sintetizar una historia, un  cúmulo de sensaciones que van de la sorpresa al escalofrío y para graficar en apenas 16 versos la capacidad de agresión del hombre contemporáneo y el cómo ha pasado a ser parte de una cotidianeidad que ya ni siquiera asombra.

Una de las claves, como en muchos poemas de Hahn, parece estar dada por la coda final, que marca el sentido del poema y sorprende al lector. A  veces gira del humor a la tragedia; de lo que parece una descripción simple a una desgarradora melancolía de la existencia que deja en silencio o bien a un giro humorístico tan negro como inesperado.

Es un verso que hace de punto final, un punto al que no puede seguir sino la reflexión del lector, el encuentro consigo mismo, la intranquilidad.  Y ello a pesar de que el material poético es aparentemente muy simple y poco amenazante.  Hay poemas en que  se rescata el día a día como material para descubrir la sorpresa, y pienso en poemas como TelevidenteHotel de las nostalgias o Esperando tu e mail.

Así como lo cotidiano se convierte en material poético de nueva belleza, también lo son la angustia que surge del existir, de la vecindad siempre cercana de la muerte; la soledad intensa, metafísica casi, nos impone la certeza de pertenecer a un universo tan desolado como desollado. El dolor intenta ser conjurado desde dos vertientes centrales en la poética de Oscar Hahn: el humor y el erotismo, pero siempre retornan la muerte y la soledad como condiciones fundantes de lo humano, inescapables compañeros de ruta. No se habla aquí tampoco del hombre bueno roussoniano; por el contrario, la destructividad y los aspectos oscuros de lo humano son explorados también. Pienso en El cuerpo le pregunta al alma, en Visión de Hiroshima o en Nunca se sabe.

[cita] poesía parece a veces una pregunta sin respuesta acerca de la soledad del hombre y los intentos del juego amoroso en sus múltiples vertientes, por conjurar esa desolación; de ahí su originalidad dentro de la poesía chilena.[/cita]

En la poesía de Oscar Hahn ocupa un lugar protagónico el lado silente de la destructividad, aquel que puede pasar inadvertido y que se muestra aquí seco, sin ambages; la suya es una poesía carente de excesos, desnuda, despojada de barroquismos, que pone al hombre ante el silencio infinito de los espacios siderales, como diría Pascal. Y eso es particularmente intenso en uno de sus más recientes y bellos libros: La primera oscuridad.

Pero la  exploración no es sólo  hacia la pregunta metafísica por el universo, también el poeta se interesa por el inconsciente y sus múltiples laberintos. O por  la matemática: el universo vuelto número, armonía y precisión es otra de las temáticas originales que la poesía de Hahn contiene. La matemática y la música, como modos de aproximarse a la realidad, de asir ciertos universos juegan en  A las doce del día, en Violín, en la Parábola del Triángulo, en Una noche en el café Berlioz, en tantos..

Y es que la poesía de Oscar Hahn tiene muchas voces.

Es también una poesía de los amores desolados, de aquellos que se vivieron con intensidad y cuya  pérdida es una herida que persigue; una poesía que sabe que tras el fugaz y casi perfecto encuentro erótico,  donde la comunión no requiere palabras, vendrán horas de espera (La memoria de los espejos), de inquietud o de fatal desencuentro.

El conjunto de poemas en torno a la figura del fantasma ilustra de un modo extraordinariamente original la ausencia que duele; son poemas delicadamente humorísticos; por momentos de una tristeza sin nombre, como la del viento asolando la estepa infinita y solitaria y que nunca pierden un erotismo arrasador.

Esa combinación entre un erotismo deliciosamente perturbador y la infinita melancolía que sucede a la pérdida, parece ser un rasgo distintivo de la poesía de Hahn y, sin duda, uno de los más atractivos.

Y por supuesto no falta el poema que se hace cargo de la realidad circundante, de la tortura, de la amenaza nuclear, de la guerra en Irak, de los cadáveres que descienden el río Mapocho en los días siguientes al golpe de Estado de 1973. Poemas que denuncian no sólo los hechos inmediatos, sino que reflexionan acerca de la maldad del hombre, de la capacidad destructiva de cada uno de nosotros. Así, del poema que se compromete se pasa a la cuestión metafísica acerca del horror de que ha sido y seguirá siendo capaz el humano, lo que le da una universalidad infinita como épica de cualquier dictadura, de todo abuso de poder.

Un gran autor puebla su mundo de voces que dialogan, como en el Comala de Rulfo. Infinitos son los personajes, los mundos internos que retratan aquellos novelistas que han marcado nuestra existencia como lectores. Muchos son también los estados del alma a que nos asoma la poética de Hahn: la perturbación, la desolación, el juego, el enigma, la excitación amorosa, la melancolía, la musicalidad del cosmos. Su poesía parece a veces una pregunta sin respuesta acerca de la soledad del hombre y los intentos del juego amoroso en sus múltiples vertientes, por conjurar esa desolación; de ahí su originalidad dentro de la poesía chilena.

[cita]En estos días en que todo se llena de artificios,  vale la pena devolverse a esta poesía más esencial, más elegante en la factura del lenguaje y en la justeza del adjetivo, sin parafernalias, que coge el espíritu y lo deja marcado a fuego.[/cita]

Hahn teje las palabras como si jugara al pasar con un lápiz, sin hacer esfuerzo; así logra transformar en poemas ciertas vivencias que casi todos hemos experimentado:  la foto que sobrevive al bombardeo como mudo testimonio de la maldad humana; la soledad que acompaña a la lata de sopa Campbell; la espera ansiosa del e mail que tarda en llegar o no llegará jamás; el horror metafísico de los cadáveres que atraviesan el rio cogidos de la mano, anónimos silentes, compañeros amorosos que en ese gesto se diferencian radicalmente del odio de los militares traidores; el amor desolado que puebla la mente de fantasías y que transformado en fantasma desafía las leyes de la física y consigue lo imposible en la proximidad de la amada.

Y todo esto se hace a través de una conjunción perfecta de forma y fondo. Las lecturas de los poemas de Hahn me devuelven casi siempre a la inquietante sensación de que el cosmos opera más allá de cualquier intento nuestro por encontrar algún tipo de certeza. Y esto se vivencia desde algo tan simple como que comenzamos a leer un poema fluidamente, como quien asiste al relato de un hecho, como si oyéramos al amigo que describe en fluida prosa una historia. Y de pronto, nos encontramos con que la prosa se volvió verso o el verso tiene el tono del relato y su carácter de poema está dado por la belleza de la imagen, la justeza del adjetivo y por el poder de síntesis que exprime el lenguaje hasta su máximo poder.

No faltan en estas “historias en verso” las dosis  de humor, casi siempre negro, de un hablante que deja discurrir el ojo del lector, que le permite viajar tranquilo a través de las líneas hasta darse cuenta “sorpresivamente” de que se trataba de un poema; como si el poeta jugara con él y lo invitara a participar de este juego imprimiendo un tono y un ritmo muy originales. El poeta prestidigitador recuerda a Huidobro en esa suerte de inocente juego con las palabras a las que  atrapa y une de un modo tan extraño como seductor.

Ello, unido al ritmo, a la musicalidad del verso, al carácter de la coda final que a veces transforma por completo el tono del “relato” y a ese  tono engañoso de relato en verso, le dan también una profunda originalidad dentro de la poesía hispanoamericana. Pero la originalidad per se, poco augura. Requiere de algo más. Y eso es lo que encontramos en la obra de Oscar Hahn.

Hay instantes de la cotidianeidad que atrapan porque son mágicos, casuales, sorprendentes, asombrosamente bellos o terriblemente tristes; instantes que quisiéramos recoger, a veces desmenuzar para comprenderlos, o simplemente hacerlos eternos en la memoria. Eso, que podría ser tarea del filósofo o del alquimista, es lo que nos regala el poeta cuando vemos palabras que se despliegan y corren raudas sobre la hoja y nos retratan eso que queríamos eternizar y de pronto se suspenden y acaban; son fugaces como el instante, pero lo han cogido en su esencia, han dado cuenta de él con una belleza parecida a la de lo que ocurrió, pero nueva, nueva como el poema recién creado.

Algo así me ocurre con los poemas de Oscar Hahn; a medida que los releo, comienzo a encontrarme con lugares, sensaciones, preguntas,  urgencias sentidas.

La buena poesía es siempre un viaje peligroso porque de su recorrido se sale transformado;  no hay certezas para entrar en ella y menos para salir; es un viaje que aunque pueda compartirse, se lleva más bien en soledad y que interpela de un modo ineludible.

Nos preguntábamos en qué podía radicar la originalidad de la voz de Oscar Hahn. Quizá en que toma ciertas ideas muy simples, pero va a la esencia de ellas, como el griego que busca el arkhé y lo hace siempre con elegancia, con un perturbador erotismo y con una desgarradora tristeza; no necesita recurrir a artificios circenses para hacer “poesía moderna”; lo suyo es más esencial, lo suyo es un mirar poéticamente el entorno y transformarlo en poema, es respetar el misterio que envuelve el existir, con un lenguaje preciso, transido de musicalidad y siempre al alero del poder sintético del poema como fondo. Lo suyo es el instante cogido en su esencia y detenido en el tiempo, eternizado a través de la palabra. En la obra de Oscar Hahn, como en la de todo verdadero artista, forma y fondo son olas que van y vienen en armonía.

En estos días en que todo se llena de artificios,  vale la pena devolverse a esta poesía más esencial, más elegante en la factura del lenguaje y en la justeza del adjetivo, sin parafernalias, que coge el espíritu y lo deja marcado a fuego.

“Deja que las almas caigan por su propio peso” dice el poeta.

Hombre de pocas palabras, que rehúye el protagonismo y la farandulización del arte, Oscar Hahn no cae, sino que se eleva, camina con su lluvia a cuestas, un enigma sutil lo circunda y aunque tenga la sensación de haber muerto hace años, descubre la casualidad que lo reúne en un café con el amor que da besos de otro siglo y mientras escucha la polifonía del mundo, sigue haciendo poesía para deleite de nosotros sus lectores.

 

 

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