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El apoyo al arte del sector empresarial es ridículo

El apoyo al arte del sector empresarial es ridículo

Crítico de arte y curador independiente. Profesor de la UDP.


Parto de dos premisas. La ecuación más dinero igual mejor arte da como resultado error. Cuando hablamos del apoyo económico, ya sea público o privado, la palabra altruista ha de encomillarse. Pero ambas afirmaciones no pueden dejar huérfano de apoyo al sector cultural de un país. Ese sustento es necesario. En el caso de Chile, la ayuda proveniente del sector empresarial es ridícula, sobre todo teniendo en cuenta el poder ganancial de dicha área. Algo lamentable, más aún si tenemos en cuenta que en esta dirección se ha experimentado un retroceso. Hace décadas, el patrocinio privado al arte era proporcionalmente mayor.

Antes de hablar de fundaciones hablemos de fundiciones. Es el año 1958. Algunos trabajadores del acero de Concepción realizan, en su tiempo libre, piezas artísticas. La revista de la empresa decide hacer una exposición de esas obras. Fue tan buena la recepción, que se convirtió en tradición. Se creó la Corporación Cultural de Artistas del Acero, que fue creciendo y fomentando el apoyo a las artes y a la cultura, ofreciendo cursos, espectáculos e incentivos a la población de la región, adulta e infantil. Un ejemplo de cómo la empresa privada puede avivar el crecimiento cultural dentro y fuera de su negocio. El gobierno chileno comprendió el beneficio de estimular la iniciativa particular, y abogó por un modelo mixto de financiación cultural con la creación de la Ley de Donaciones Culturales. Desde el estado se animaba (de forma concreta, desgravando impuestos) al sector privado a apoyar la cultura. Fue, durante los noventa, un empuje a multitud de iniciativas artísticas. La ley tenía sus fisuras, por las que algunas empresas pervirtieron los objetivos. Se abogó por una reforma a la ley que provocó su asfixia.

Habrá quien no entienda el papel que las empresas deben tener en el desarrollo de las artes. O quien piense que ese rol nunca ha sido activo. Por recordar dos ejemplos de los más conocidos; muchos de los trabajos de Miguel Ángel (entre ellos la Capilla Sixtina) fueron financiados por la empresa privada más poderosa de su época; el Vaticano, a través del Papa Julio II. Y la corriente artística del impresionismo no sería hoy tan reconocida si no fuera por el soporte de un comerciante. Si los impresionistas Monet, Pisarro, Sisley, Degas y Renoir no acabaron comiéndose los pinceles fue gracias al coleccionista Durand-Ruel, quien no solo compró y exhibió sus obras sino que creó mercado. Obviamente, y recordando la segunda premisa con la que comenzaba, no hay que ser ingenuos. Detrás de estas operaciones hay un intento de lavado de imagen, glorificación personal o, simplemente, rendimiento monetario. Por poner un caso actual y a gran escala, fijémonos en la Beca Guggenheim. ¿Pero qué hay de malo en obtener un beneficio económico -siempre que éste sea tácito- a cambio de apoyar a un artista? Lo que veo es un aprovechamiento mutuo, y de forma indirecta, un provecho social.

 

Susan-Meiselas-"The-School-Room"

Susan-Meiselas-«The-School-Room»

En el Chile de hoy, nos encontramos con una fondartirización cultural. El Fondart es una subvención pública que premia proyectos, una iniciativa potente pero que, al no estar acompañada por otras semejantes, ha generado una hipertrofia. Varios artistas han ganado el Fondart 3, 4 y hasta 5 veces. Se valoran proyectos, pero no hay un seguimiento de esa obra. Se “burocratiza” en exceso la creación artística. Los desajustes, como digo, son consecuencia del excesivo protagonismo que tiene este amparo estatal.

Esto en cuanto al soporte gubernamental. En cuanto al empresarial, el paisaje del 2013 es casi desértico. El oasis es la exposición de la colección particular de Juan Yarur en el Museo de Arte Contemporáneo. Obras de Warhol, Damien Hirst, Richter, LaChapelle o Murakami son mostradas en una institución que los domingos abre sus puertas de forma gratuita. La colección de Yarur es la más importante de arte contemporáneo actual en Chile. Y este joven coleccionista entiende su labor de una manera proactiva; ha creado la Fundación AMA, que fomenta publicaciones sobre arte y, sobre todo, una beca para residencias de arte en el extranjero. Un modelo que triunfa en el exterior, sobre todo en Estados Unidos, y que no es imitado por ninguno de sus pocos colegas coleccionistas en Chile.

Existen otras becas artísticas en el país. Y grandes corporaciones que destinan espacios a la exhibición de obras de arte, como la Fundación Telefónica, o el Banco Itaú. Son demasiado pocas. Además, y por esa falta de cultura de apoyo y fomento del arte, funcionan de una manera muy mejorable. Me refiero a la censura que ejercen algunas de estas empresas en sus espacios destinados al arte. Se han prohibido obras por su contenido erótico, político o excesivamente violento. He podido ver varios casos distintos en dos espacios. Una obra censurada por su contenido sexual, que era bastante infantil y timorata. Una pieza (un texto) cancelado por un contenido que, al parecer, atentaba contra los intereses de la empresa que costeaba los gastos, y que era también muy inofensiva. Otra obra que por referencias a la dictadura militar, fue suavizada. Ese pensamiento, falacia ad nauseam (argumento falso que al ser repetido “hasta la náusea” pretende ser convertido en verdad), de que “si yo pongo el dinero yo pongo las normas” choca cuando esas leyes van en contra de la naturaleza intrínseca del arte. Es decir, si te quieres meter en el arte, respeta sus difusos límites.

Ante estos problemas, parece claro que, por ahora, el camino alternativo es el que tienen que andar los artistas chilenos. No me refiero a emigrar. Sino a apostar por posibilidades más creativas. La artista Aymara Zegers recaudó más de 18.000 dólares a través del sistema crowfunding. Desarrolla un proyecto, lo explica en un sitio web, y propone un intercambio. Cualquiera, en cualquier parte del mundo, puede donar una cantidad de dinero para que ese proyecto se lleve a cabo. De vuelta recibe, dependiendo de su donación, una creación relacionada con la exposición.

Mientras no se desarrolle como en otros países el galerismo profesional, el coleccionismo de arte actual, o una actualización y renovación del circuito artístico, la creación chilena seguirá anquilosada. El sector privado sigue mirando hacia otro lado (hacía abajo desde arriba). Se necesita fomentar el arte de apoyar el arte.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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