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Cuando el presente se vuelve omnipresente, el futuro es una amenaza y el pasado, un caos oscuro La sociedad actual viviría en una valoración única de lo inmediato

Cuando el presente se vuelve omnipresente, el futuro es una amenaza y el pasado, un caos oscuro

François Hartog, que se define a sí mismo como un historiador del tiempo, es uno de los grandes invitados al Festival Puerto de Ideas a desarrollarse este fin de semana en Valparaíso. Dictará la charla “Patrimonio y presente: una reflexión sobre el sentido del tiempo histórico” en el Teatro Municipal a las 12:30 hrs. Conversamos con él sobre el «presentismo», el término que alude a la exacerbación del presente, y que se refleja en un consumismo patológico y en el miedo a envejecer y a la muerte.


tiempo1Según el historiador francés François Hartog existe una crisis que afecta a la sociedad actual en su relación con el tiempo. Señala que vivimos en “una especie de presente eterno o perpetuo”, para lo cual acuñó el concepto de ‘presentismo’. Esta exacerbación del presente, se manifestaría en una valoración exclusiva de lo inmediato y del corto plazo, con síntomas tales como el miedo a envejecer, el consumismo, la negación de la muerte, etc.

Un ejemplo de lo que define como presentismo sería la perspectiva cortoplacista con que se enfrentó la dimensión financiera de la crisis económica acaecida años atrás, que demostraría la incapacidad de los gobiernos para considerar el futuro de la sociedad.

Dicha imposibilidad de considerar el futuro, como comentó Hartog alguna vez al diario argentino La Nación, se traduciría en que la reflexión sobre el futuro “se vuelve apocalíptica”. De ahí que se intente obstruir que el futuro arribe. Como él bien lo explica ahí, “esto implica un cambio total respecto a la actitud precedente en nuestras sociedades, en donde se pensaba que había que sacrificarse en el presente —como sucede ahora en la sociedad china— para vivir en un mundo mejor”.

f_hartogHartog, el historiador del tiempo

Director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) en París, a la vez se desempeña como profesor y es conferencista en diversas universidades tanto europeas como norteamericanas.

Especialista en la Antigüedad clásica, su libro El espejo de Heródoto (FCE, 2003) se convirtió en un libro ampliamente reconocido en el campo de la historia y de la historiografía. En él describe el método descriptivo del padre de la historia y analiza el tratamiento de alteridad que éste le da a diferentes pueblos, especialmente al escita, ante de los griegos. En último término plantea las relaciones entre la historia y la ficción, en tanto que el historiador es un sujeto que escribe.

A su vez Hartog ha consagrado sus estudios a reflexionar sobre el problema del tiempo histórico, cuestionando las relaciones entre el pasado, el presente y el futuro en las sociedades contemporáneas y antiguas, y cómo éstas se articulan. Esto le ha llevado a crear la noción de “régimen de historicidad”, título que lleva precisamente uno de sus conocidos libros, Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo (2007).

“Llamo régimen de historicidad a las diferentes maneras en que las tres categorías de pasado, presente y futuro se relacionan. Si el pasado es predominante, o el futuro o el presente, el orden del tiempo no será el mismo y diferentes serán nuestras experiencias del tiempo”, explica Hartog como punto de partida a sus teorías.

Su concepto de ‘presentismo’ alude a “un momento en el que el presente deviene en la principal categoría: un presente omnipresente, apabullante, mientras que el futuro tiende a ser experimentado como una amenaza y el pasado, como un caos oscuro”.

Una imagen literaria, más bien poética, que pudiera graficar cierto matiz absurdo de este presentismo es el poema de Manríquez, “Coplas a la muerte de su padre”, que dice: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. ¿El presentismo sería negar que el mar existe? “En cierto sentido, sí. El presentismo es una especie de presente eterno o perpetuo”, afirma el francés.

Además, agrega, “el presentismo es doble: por un lado, un presente que parece durar para siempre, y por otro, la celebración y la obsolescencia del instante. Uno tiene que ser móvil, flexible, rápido, siempre preparado para dar respuestas inmediatas a un nuevo desafío”, como sucede con el pensamiento economicista imperante y con el lenguaje del marketing y la publicidad y los medios de comunicación.

La pérdida de evidencia de la historia

Conjuntamente con analizar los discursos sobre la historia a través de los siglos, el trabajo de Hartog repasa las implicancias del trabajo del historiador en la sociedad. Es así como el francés se pregunta en un reciente libro, Croire en l’histoire (2013), acerca de la creencia en la historia, y de cómo en este siglo se ha experimentado la pérdida de evidencia de la historia, en contraste con el siglo XIX, en que la Historia se escribía con mayúscula y había sido toda una evidencia. Esto lo ha movido a preguntarse, “¿pero entonces en qué creemos cuando se invoca la historia, incluso con minúscula, o cuando se prefiere recurrir a la memoria?”.

De esa pregunta del historiador surgen otras preguntas: ¿hasta qué punto la memoria puede develar ese pasado, esa historia oculta que a veces la Historia se niega o no ha podido ver? ¿Cómo opera la memoria en cuanto a lo que selecciona y por qué?

“Las relaciones entre la memoria y la historia no son simples. La memoria es la evocación de cierto momento del pasado en el presente: elimina la distancia, se basa en la empatía, el pasado está ahí. La historia procede mediante el distanciamiento del pasado del presente (análisis, críticas, reflexividad, etc.)”, dice el historiador.

Según Hartog, “en Europa, el surgimiento de la memoria en las décadas de 1970 y 1980 fue primero un paso para reabrir y, si fuera posible, para llegar a aceptar lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial con el exterminio de los judíos. De ahí en adelante, la memoria, en un nuevo significado de la palabra, se volvió clave: no la memoria que uno tiene, sino la memoria que uno quiere alcanzar, la memoria que no tiene. La memoria, que la segunda generación o incluso la tercera estaban buscando. Una nueva memoria, que opera a través de la investigación, de los archivos, de los documentos, de los rastros o pistas: una memoria muy histórica en verdad”.

Cuando la memoria y la historia no se corresponden

Si por un lado el pensamiento de Hartog da cuenta de un cierre del futuro y del desarrollo del presente omnipresente, a su vez deja en evidencia el auge de la “memoria” (leyes memoriales, el deber de la memoria, el derecho de memoria, etc.). Algo que se manifiesta también en conceptos como el patrimonio, la conmemoración, la identidad, etc., que no son otra cosa que maneras de traer el pasado al presente, privilegiando una relación inmediata, llamando a la empatía y a la identificación.

Esta tendencia se hace evidente en los diversos monumentos y museos históricos que se han creado en los últimos años; por ejemplo, en un aspecto positivo, el Museo de la Memoria, y en un aspecto negativo, el polémico memorial recientemente inaugurado a las víctimas del terremoto del 27 de febrero en Concepción.

Un punto interesante al respecto en los planteamientos de este historiador es que asistimos a un cambio de época en que la memoria y la Historia no siempre se corresponden, ofreciendo a veces la primera un aspecto terapéutico y la segunda, una ficción que oprime. Este cambio de época se vería reflejado en el paso “desde el futurismo del régimen moderno de historicidad hasta el presentismo”.

“La historia, como disciplina, ha estado ligada al régimen moderno, más o menos con una visión teológica de la historia (proceso, progreso…). No es mi intención afirmar que la historia es siempre una ficción opresiva, pero ésa es la forma en que es percibida por aquellos (una minoría) que se ven a sí mismos como ignorados, olvidados, abandonados por una historia que critican como la historia oficial. Ahí entramos en el terreno de la política” afirma el galo.

Respecto a la reciente conmemoración de los 40 años del Golpe militar de Pinochet, en cuyo “aniversario” junto con aflorar recuerdos nunca antes comentados ni develados abiertamente en sociedad, se constató, por un lado, la presencia de una memoria muy dañada, y por otro, la connivencia de dos historias, de dos relatos históricos diametralmente opuestos, le planteamos la siguiente interrogante: ¿Qué estrategia pudiese servir para reestablecer una memoria no esquizofrénica, una memoria sana que sirva en la construcción de una historia futura que no haga perdurar esta división por generaciones?

“Es un tema muy importante. En Europa, el surgimiento de la memoria tardó más o menos 40 años en desarrollarse después de los hechos. De manera que toma tiempo y muchos factores inciden en dicho fenómeno. Con la memoria, sostenida por diferentes grupos y producida por éstos, el resultado inevitable es que hay memorias incompatibles y en conflicto; aquello que tú llamas memoria esquizofrénica”.

“Anteriormente, la historia estuvo a cargo de producir una gran o principal narrativa o relato, y fue posible porque la luz o la iluminación provenía del futuro. Ya no existe más eso. En dichos temas, el acercamiento histórico o crítico puede sólo discriminar entre las afirmaciones falsas o verdaderas (tú no puedes decir aquello, porque esto y aquello demuestran que eso es imposible…), pero la Historia no está más en la posición de juez supremo”.

“La dificultad de la situación radica en el hecho de que, por un lado, hay memorias incompatibles, y por otro, de que tú no puedes simplemente descartarlas como falsas, mentiras o considerarlas como pura ideología. Pero no habrá una reapertura del futuro sin una completa revelación de lo sucedido en el pasado. La decisión final no está en manos de los historiadores sino de los ciudadanos”.

 

 

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