Publicidad
El desolador panorama en la formación de las audiencias cinematográficas de calidad en Chile Expertos apuntan a la ausencia de políticas culturales por parte del Estado

El desolador panorama en la formación de las audiencias cinematográficas de calidad en Chile

Precariedad parece ser la palabra que define la gestación de proyectos que busquen educar a ciudadanos críticos y consumidores de productos audiovisuales de alta categoría en el país. Salvo por la iniciativa de privados como la sala Normandie en Santiago o el Cine Club de Valdivia, los chilenos están obligados a poseer recursos financieros y motivaciones personales, si es que desean conocer las claves estéticas que les permitan disfrutar de una buena película. Nada es casualidad: a malos lectores, les suceden flojas carteleras y cinéfilos de bajas aspiraciones artísticas.


Los chilenos le exigen al Sistema de Bibliotecas Públicas que adquiera libros de farándula por doquier, no es que omitan leer, sólo que prefieren hacerlo a través de textos cuyas páginas les relaten las biografías de animadores y estrellas de la televisión. También asisten al cine, y bastante, según las cifras de la última encuesta de consumo cultural conocida. El problema es que hacen filas para comprar los boletos y sentarse en las butacas de multisalas que exhiben comedias de magro nivel fílmico, créditos que sólo son una sucesión de imágenes de alto impacto visual, montadas digitalmente con perfección técnica, pero de escaso valor cinematográfico.

Mientras la economía del país avanza en comparación a las finanzas de las demás naciones de Sudamérica, y los años de instrucción superior aumentan en el grueso de la población, el buen gusto de sus ciudadanos, especialmente en su relación con el séptimo arte, decae hasta más allá de lo permitido, incluso para el día a día de una sociedad de masas como la nuestra. ¿A qué se debería el fenómeno?

El diagnóstico, de acuerdo a lo que pudo constatar El Mostrador Cultura+Ciudad, partiría por la carencia de una política estatal que estimule la formación espontánea de un público preparado para apreciar un producto audiovisual cercano a lo que se denomina “cine arte”. Situación que, paradójicamente, se acentuaría con el regreso a la democracia y los sucesivos gobiernos de la Concertación. Así lo piensa, por lo menos, el investigador del Instituto de Estética de la UC, Gonzalo Leiva Quijada.

Gonzalo Leiva Quijada Foto: Javier Liaño

Gonzalo Leiva Quijada
Foto: Javier Liaño

«En los años 70 y a principios de los 80 un grupo de periodistas que se formó alrededor de la desaparecida revista Ecran (Gladys Pinto, Mariano Silva y  Marina de Navasal, por nombrar a algunos) fue exitoso en crear una serie de clubes de cine que resultaron vitales a fin de proporcionar, para la pujante actividad de estrenos de la época -en el mítico Marconi (ahora Nescafé de las Artes) y en la entonces recién inaugurada sala Normandie de la Alameda- una aceptable masa crítica de espectadores, en un período que sólo en apariencia fue un apagón cultural”, recuerda el profesor universitario.

Según Leiva, ya por 1990, la atomización individualista propia de la posmodernidad, se apodera asimismo del discurso propagandístico del aparataje estatal. «En vez de preocuparse o de propiciar las instancias necesarias para formar públicos adecuados en apreciar un cine de calidad, se empeñó sólo en la difusión de los filmes, en organizar ciclos de películas, creyendo que con ese gesto bastaba, a objeto de enseñar los elementos de juicio necesarios, e implicados, en el goce estético de los títulos”.

Revista Ecran

Revista Ecran

“Con esto no quiero afirmar que durante el régimen militar se alentaban los programas tendientes a desperdigar audiencias juiciosas intelectualmente a lo largo de Chile, sólo constatar que existía una preocupación por llamarla de carácter privado, importante, en torno al tema”, observa el autor de un comentado estudio biográfico sobre el famoso fotógrafo nacional Sergio Larraín.

Una perspectiva semejante a la de Leiva, es la que maneja Claudio Salinas, docente del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, para quien los gobiernos de la Concertación y el que acaba de concluir de la Alianza, nunca abordaron el problema en forma directa, sino que ambos, evasivamente, bajo el prisma de estrategias de gestión erróneas. Los primeros, centrando sus energías en el acceso de la población a la sala de cine, y el segundo, favoreciendo ampliamente en sus políticas a la industria del sector.

“El Consejo Nacional de la Cultura es una creación de la Concertación -comienza por enunciar Salinas- y sus estudios de audiencias siempre pusieron el énfasis en la oferta, en el marketing social que gira en la órbita del cine, y así fue hasta el último día del primer gobierno de Michelle Bachelet. La administración Piñera, en cambio, hizo un giro a esto, pero uno infértil, uno que tampoco ayudó a resolver la coyuntura: pues se encargó de fomentar, con fondos públicos, el sólo hecho de hacer películas, de potenciar a las productoras chilenas, aunque la gran mayoría de los estrenos nacionales, por lo que hemos visto en los últimos años, sean de una dudosa factura”, sintetiza el profesor asistente de la Casa de Bello.

El investigador señala que una política cultural al respecto, debería hacerse preguntas del tipo: ¿Para qué ver un filme?, ¿cuál es el sentido de observar una película?, ¿por qué alimentar en la ciudadanía el gusto por el séptimo arte?

El buen cine, opina Salinas, genera ciudadanos informados, engendra audiencias participativas… y por ende, peligrosas, comunidades con un fuerte carácter emancipatorio. «Y ya sabemos que un sujeto pensante le ocasiona problemas al poder político en cualquier parte del mundo, pues cuestionarse, activar los mecanismos del ejercicio intelectual, complejiza la realidad, la termina haciendo más clara y comprensible, y abrir esa puerta, no le conviene a nadie, menos a un sistema cívico que rechaza lo público y el debate que se origina en su seno”, añade.

La fuerza de la imagen totaliza el lenguaje, puntualiza el académico, y por eso su preponderancia en el ADN del tejido social.

“El cine de excelencia, el denominado cine arte, entonces, es una herramienta que provoca conflictos, en una comunidad donde se ha privatizado el concepto de opinión pública, y en la cual, el espacio generador de un diálogo interpersonal, se halla mermado y declinante, al igual que el tipo de hombre que lo personifica”, esboza Salinas. Así, “¿a quién le puede interesar que se revierte el actual orden de cosas?”, y él mismo se responde: “A nadie, por lo menos a ningún ente que ostente una porción de poder real. Mientras conversamos, las políticas estatales se despliegan en pos de hacer crecer a la industria, jamás en nutrir a las audiencias”, insiste de manera enfática.

Claudio Salinas Foto: Javier Liaño

Claudio Salinas
Foto: Javier Liaño

Pese a cierta visión pesimista del mundo académico, repetida en las figuras de los profesores Leiva y Salinas, en este momento existen fórmulas y voluntades reales, que buscan detener el debilitamiento progresivo del número de ciudadanos que auscultan en la pantalla grande, un escape y un catalizador a sus emociones y aspiraciones existenciales más honestas.

Entre éstas se pueden mencionar a la revitalizada Cineteca virtual de la Universidad de Chile, al mítico Cine Club de la Universidad Austral de Valdivia, a idéntica agrupación en el Instituto Nacional y al proyecto de provincias Kinder Cine, una iniciativa que persigue formar audiencias cinematográficas con los preescolares matriculados en Valparaíso.

Un lugar de privilegio en este campo, sin embargo, lo tiene el Cine Arte Normandie de Santiago, una sala emplazada en un antiguo teatro de la calle Tarapacá, esquina Zenteno, en pleno corazón de la capital. Centro cultural que incluso antes de obtener recursos del fisco -gracias a la reciente apertura de una línea con esa finalidad en el Fondo Audiovisual del CNCA- ha instruido a generaciones de cinéfilos y profesionales del rubro, en la difícil pedagogía de la apreciación cinematográfica.

A partir de 2007, y con el apoyo del Estado tan sólo desde hace tres años, el recinto ha dedicado su experiencia, con singular éxito, en la meta de ilustrar a escolares y a profesores de zonas vulnerables de distintos colegios de la Región Metropolitana, en una peculiar y sencilla cosmovisión del séptimo arte.

En Chile, dice Mildred Döll, la propietaria y gerente del recinto, históricamente se ha confundido hacer una muestra de cine de autor o de temática, con la labor de formar audiencias.

Cine arte Normandie

Cine arte Normandie

«Y es por eso, que si tú miras a las demás corporaciones que ganaron dineros del Estado con la promesa de realizar este trabajo -como el Teatro Condell de Valparaíso por mencionar-, te darás cuenta que ninguna organiza charlas de introducción en la forma nuestra, que en realidad es como se hace en Francia, en Alemania y en los Estados Unidos, para educar a la gente y transformarla en un cinéfilo o cinéfila de por vida… Y eso consiste en el simple, pero profundo ejercicio de preparar, a cargo de una persona idónea, una breve disertación en la que se le explica a los asistentes los principales factores estéticos y hermenéuticos de la obra que van a contemplar, generalmente enlazados con la literatura, la filosofía y otras bellas artes, en redactar una pequeña guía con los aspectos más destacados de la película, y en conversar con el público unos minutos después de concluida la proyección, para saber su opinión y su parecer del filme que acaban de disfrutar».

«Eso es todo, y en Chile, lamentablemente, es muy poca gente la que camina esta segura y comprobada hoja de ruta”, explica Döll, quien junto a su hermano Alex, hoy dueño de la distribuidora Arcadia Films, fundó el Normandie en febrero de 1982 -un clásico en ese Santiago de protestas y toques de queda-, en el lugar físico que actualmente ocupa el Cine Arte Alameda.

Quien acompaña a la gestora en este esfuerzo, es su esposo, el realizador boliviano Fernando Arce, quien emocionado, confiesa: “Toda mi vida la he dedicado a que gente que no tuvo las mismas facilidades en su formación humana, afectiva e intelectual que yo, pueda amar el buen cine, y encontrar, a través de las grandes piezas de este arte sublime y magnífico, desde un significado a sus existencias, hasta poder pasar un mal momento anímico gracias a una película, y tal vez, alcanzar el mejor de los instantes posibles dentro de la oscuridad de una sala: la felicidad efímera, pero totalizadora, que te queda en el alma después de ver una gran cinta”, asevera.

Hace un tiempo, surgió en la escena periodística la discusión sobre la pobreza programática de las carteleras santiaguinas, en comparación, a ciudades cercanas del continente como Buenos Aires, Rosario y Montevideo. Para los expertos consultados, la principal razón de esto, se debe a las falencias en la composición de audiencias, que se manifiestan a lo largo de este reportaje: a malos espectadores, sin desafíos ni exigencias éticas y estéticas, les correspondería una suerte de cine de segunda y tercera clase, coinciden Leiva, Salinas y los Döll.

Empero, si años significó llegar a este punto sin más descenso dramático posible, otra generación deberá ser enseñada con la meta de que Santiago vuelva a ser una urbe de paladar fílmico propio de otras latitudes, lo que demorará por lo menos una década.

¿El sendero a transitar para conseguir aquello? Gonzalo Leiva delinea una respuesta válida: “Que el Estado diseñe políticas culturales que protejan actividades de extensión local que, a nivel comunal y vecinal, mandaren la creación y fundación de clubes de cine, que se les ayude y se les supervise en su programas por personal del Ministerio del ramo. Eso es lo que realiza el gobierno francés en su país, en todos sus departamentos administrativos, y ya se ven los resultados: así se educaron por completo los directores que cerraron líneas en la Nouvelle Vague a fines de los años 50 y a principios de los 60, gracias a la acción del poder público…

El viaje no será fácil aquí, nada en Chile lo es en esta materia, por otra parte, ¿pero quien dijo que las gestas heroicas no costaban sudor y sangre?”, se interpela seguro, el académico de la UC.

 

Publicidad

Tendencias