Publicidad
Antonio Skármeta y el esquivo Premio Nacional de Literatura: «¿Qué escritor de obra importante no quiere ganarlo?» Recibir el galardón lo llenaría de orgullo, confiesa

Antonio Skármeta y el esquivo Premio Nacional de Literatura: «¿Qué escritor de obra importante no quiere ganarlo?»

En la Feria del Libro de Antofagasta (Filzic 2014), el autor de «Ardiente paciencia» se siente a sus anchas para hablar de todo. En su ciudad natal, el escritor recuerda su días en el ex Pedagógico previos a 1973, su exilio en la República Federal Alemana, su labor cinematográfica y su desconocida faceta como traductor de grandes escritores norteamericanos. Y en un grado no menor de transparencia, Skármeta no oculta su gran deseo: Ganar el Premio Nacional de Literatura.


Después de Pablo Neruda, Antonio Skármeta Vranicic (Antofagasta, 1940) debe ser el escritor chileno que más logros a nivel internacional ha obtenido en vida. Incluso mayores que los alcanzados en su breve relación con la fortuna por Roberto Bolaño y el Premio Cervantes Jorge Edwards, el nombre que lo antecede en la cronología arbitraria de los creadores nacionales amigos del triunfo en el siglo XX.

Anotemos. Ganador del cubano Casa de las Américas en 1968, por su volumen de relatos Desnudo en el tejado –ese que contiene el inolvidable “El ciclista del San Cristóbal”-; vencedor del italiano Cavour y el francés Medicis en 2001, debido a su ficción La boda del poeta; reconocido con la medalla Göethe, una condecoración entregada por el Estado alemán, en 2002, al conjunto de su obra; y merecedor del millonario galvano del Planeta de novela en dos ocasiones, separadas tan sólo por unos pocos años, la una de la otra: en 2003, gracias a El baile de la victoria, y en 2011, por Los días del arco iris.

Y por si esto ya fuera mucho, uno de sus textos, Ardiente paciencia (1985), ese que trata de la relación entre un joven cartero y el Neruda ad portas de viajar a Estocolmo a recibir el Nobel, durante los días de la Unidad Popular, ha sido trasladada en un par de oportunidades al cine, la primera por él mismo, y la segunda, por el director norteamericano Michael Radford. Esa hermosa versión rodada en Italia (1994), que cuenta con las inspiradas actuaciones del galo Philippe Noiret, y los peninsulares Massimo Troisi y Maria Grazia Cucinotta, le terminó por otorgar la fama a nivel mundial.

ElCartero

El Cartero del director Michael Radford

De esta obra, incluso, se realizó una pieza de ópera, una con libreto y música del mexicano Daniel Catán, y que en Chile se exhibió hace dos años, bajo las interpretaciones de Plácido Domingo (Neruda) y Cristina Gallardo-Dômas (Matilde Urrutia) –con idéntica producción a la de su estreno global en la Ópera de Los Angeles, esa misma temporada-, en un Teatro Municipal de Santiago, en cuyas presentaciones, no cabía un alfiler.

Il postino en versión ópera

Il postino en versión ópera

Pese a esos logros y gratificaciones incontestables, que ya se quisiera cualquier narrador hispanoamericano, parte de la crítica, la academia y los viejos lectores de Antonio Skármeta, insisten en que lo más logrado de sus títulos, se haya en sus publicaciones previas a 1973. Esas que comprenden el mencionado Desnudo en el tejado, pero también los notables libros de cuentos El entusiasmo (1967) y Tiro libre (1973). Ante esa pregunta, la de su comparación entre el nivel de sus créditos anteriores al Golpe y los posteriores a su exilio del país, el autor no tarda en contestar.

“Yo siempre he sido el mismo, y mi literatura es personal y responde a los impulsos de mi intimidad. En mis creaciones pongo todo lo que me toca vivir, así como en los grandes desafíos que la historia me impone. Se podría decir que soy un autor de ficción que en sus títulos ha intentado producir un roce entre la alta cultura y lo que podríamos llamar, a falta de un término mejor, la subcultura. Y en ese empeño, creo que existe una aproximación, de manera continua, que se puede ver entre mis primeros relatos y la última de mis novelas que se ha publicado”, responde.

El autor de Matchball (1989), recuerda con especial afecto los días de su biografía que se extienden desde su llegada a Santiago, junto a sus padres en los años ´50, y sus estudios secundarios en el Instituto Nacional –establecimiento donde se gestaron sus inclinaciones literarias-, los cursos de Filosofía en el entonces Pedagógico de la Universidad de Chile, allá en la avenida Macul, y la publicación de sus primeros escritos en la antología Cuentistas de la Universidad (1959), la que estuvo a cargo del maestro Armando Cassígoli (1928-1988), en páginas en las cuales compartió firmas con otros jóvenes estudiantes de la Casa de Bello, que después también serían hombre de letras eminentes: Cristián Huneeus, Luis Domínguez, Grínor Rojo, Jorge Teillier, Óscar Hahn y Poli Délano, por citar. “Ese año (1959) fui muy feliz, porque apareció ese libro con algunos de mis relatos, y la U fue campeón luego de diecinueve temporadas –el último título había sido con el Pulpo Simián a la cabeza, en 1940- y comenzaba a formarse el Ballet Azul”, añora.

En esa selección de noveles inventores de fines de la década de 1950, dice, faltaron algunos nombres, entre los que recuerda a dos en especial, ambos muertos hace algún tiempo. “Sin duda que en ese volumen de bibliófilos, se echan de menos las señas de Juan Agustín-Palazuelos y de Mauricio Wacquez. Con este último éramos compañeros de curso en Filosofía, y yo apreciaba y admiraba mucho su talento literario. Mientras yo me dediqué a los pensadores contemporáneos, una cátedra en la que enseñaba a Sartre, Camus, Ortega y Gasset y a Martin Heidegger, Mauricio se especializó en la Filosofía Medieval, con gran atención a las ideas de San Anselmo”, dice.

Luego de recibirse de licenciado, vendrían su primer matrimonio, y una estadía en Nueva York, gentileza de la Beca Fulbright, ciudad donde siguió los cursos para conseguir una maestría en la Universidad de Columbia. A su regreso a Chile, y consecuente con la ebullición política que se vivía por aquel entonces en el país, ingresó a la lucha política, militando en las filas del Mapu, y posterior a la división de éste, en las listas de su facción “Obrera Campesina”.

En ese período, el creador de Soñé que la nieve ardía (1975), también extendió sus intereses a la traducción de autores norteamericanos, clásicos y contemporáneos. Así, en la entonces poderosa editorial Zig-Zag, aparecieron versiones suyas de Herman Melville, Jack Kerouac, Norman Mailer y Francis Scott Fitzgerald, a este último, los tradujo en la desaparecida editorial española Rodas (El último magnate).

“Fueron años difíciles. Después del 11 de septiembre, viví en Buenos Aires hasta 1975, meses en que conseguí exiliarme en la República Federal Alemana, nación en la que me acogieron como un ciudadano más. Ahí, permanecí, con gran estabilidad, hasta 1989. Con el regreso a la democracia, volví a esta tierra”, sintetiza. En la Alemania ya unificada, Skármeta fue embajador de la administración de Ricardo Lagos durante la primera mitad de su gestión (2000-2003). “Era un cargo que en ese momento de mi vida, encontré que era necesario ejercer y asumir”, sentencia.

En la Alemania Federal, precisamente, Antonio Skármeta produjo las tres películas que hasta este instante ha dirigido. Se trata del documental Si viviéramos juntos (1982), y de los largometrajes de ficción Ardiente paciencia (1983) –un filme rodado en Portugal con actores chilenos- y Despedida en Berlín (1984).

Actualmente, el Instituto Göethe de la nación germana, se encuentra en la preparación de una edición conmemorativa con este trío de productos simbólicos y audiovisuales, la que se distribuirá en Europa y América, confidencia el escritor, a Cultura+Ciudad. Ese mismo empeño cinematográfico es el que lo tiene revisando por estas horas, el guión de Padre de película, una adaptación de su novela de idéntico título, que se halla en etapa de preparación, y que será dirigida por el realizador brasileño Selton Mello, en una fecha que no sobrepasará el próximo año (2015).

Por estas jornadas, el narrador está dedicado, en la casa de Santiago donde vive junto a su segunda mujer y al hijo de ambos, a leer autores del Siglo de Oro español y a Shakespeare. “Tengo una necesidad espiritual por estudiar las voces de Cervantes, de Lope de Vega y al bardo inglés por excelencia. Me entusiasma ese tópico de que un trío de biografías se asocie a un lenguaje tan poderoso y peculiar, que trasciende centurias y a generaciones diversas y contrapuestas”, complementa.

Acerca de la literatura chilena actual, resalta los nombres de muchos narradores que se formaron en el taller que por tres años, dirigió para escritores menores de 30, durante la década de 1990. “Destaco los libros de Alejandra Costamagna, la Andrea Jeftanovic, Marcelo Leonart, Alberto Fuguet (quien no participó de las citadas sesiones), Nona Fernández, de Rafael Gumucio y de Juan Pablo Sutherland”, describe.

Sobre el cine nacional, también tiene sus gustos claros: “Encuentro fascinante a la Manuela Martelli, una actriz atractiva, expresiva, una mujer inquietante. La interpretación de su papel en la película de Alicia Scherson, El futuro, fue fascinante”, comenta extasiado Skármeta. “La filmografía de esta directora (por Scherson), también me agrada bastante, cómo ubica la cámara para grabar las escenas”, aporta.

Asimismo, señala de su inclinación estética los créditos de Pablo Larraín y de Andrés Wood. El primero se basó en la pieza de teatro El plebiscito, de Skármeta, a fin de llevar a cabo la realización de su largometraje No (2012).

Y consciente de que este año es una nueva oportunidad para que su nombre vuelva a sonar como candidato a Premio Nacional de Literatura, el ficcionador de Novios y solitarios (1975), no oculta sus aspiraciones de incluirlo en su currículum. “Sería un honor para mí recibir ese galardón. Acaso, ¿qué escritor chileno de obra importante no desea obtenerlo? Es una pregunta de cajón, y la posibilidad de conseguirlo, me llenaría de orgullo y satisfacción”, señala, a modo de finalizar la entrevista.

 

Publicidad

Tendencias