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Obra de Muestra Nacional de Dramaturgia deslumbra por el uso de la voz y la ausencia del cuerpo en escena «Gastos de representación» se presentó el domingo en Matucana 100

Obra de Muestra Nacional de Dramaturgia deslumbra por el uso de la voz y la ausencia del cuerpo en escena

Cristián Plana (Castigo, Paso del Norte) asume, desde una evocadora y arriesgada dirección, el texto de Alejandro Moreno, donde los personajes parecen borrados, presentándose, primero, desde sus voces antes que desde sus cuerpos. Asistir a Gastos de representación fue, de alguna forma, presenciar una trágica alegoría a la voz, explorada por los actores como recurso principal de interpretación.


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Si la XVI Muestra Nacional de Dramaturgia presentó para este año un nuevo y complejo desafío (la convocatoria de 50 artistas en un proceso de creación y experimentación comunitario), Gastos de Representación de Alejandro “chato” Moreno (La Amante Fascista) contribuyó, a su vez, a complejizar todavía más el problema de la puesta en escena enfrentándonos a esta como una experiencia sensorial antes que otra cosa. Aplaudo, antes de continuar, la iniciativa de Manuela Infante –directora artística de la actual Muestra Nacional– quien defendió la reflexión y el enfoque integrado de las artes proponiendo perspectivas interdisciplinarias, en constante cruce y desafío. Y entonces escribir sobre la obra de Moreno es, al mismo tiempo, una experiencia absolutamente compleja y delirante.

Cristián Plana (Castigo, Paso del Norte) asume, desde una evocadora y arriesgada dirección, un texto donde los personajes parecen borrados, presentándose, primero, desde sus voces antes que desde sus cuerpos. Asistir a Gastos de representación fue, de alguna forma, presenciar una trágica alegoría a la voz, explorada por los actores como recurso principal de interpretación. En otras palabras, el gran “personaje” de esta “opuesta” en escena (expresión del dramaturgo para referirse a una de las premisas de su obra “donde la voz saque de la escena al cuerpo”) fue la voz, como gasto, como deuda, como sonoridad desperdigada en el espacio total del teatro.

Para Plana, llevar la dirección del texto de Moreno fue, entre otras cosas, enfrentarse a “una obra que lo desafiaba absolutamente” y que “había puesto en jaque sus ideas sobre el teatro y la actuación”[1]. Es cierto que el texto de Alejandro Moreno rebalsa en ideas y conceptos difíciles de trasladar a la escena. Pero Cristián Plana, en una travesía creativa indiscutible, cruza lenguajes y explora, sobre todo, en los universos sonoros como procedimiento y metodología de trabajo. Y entonces, de aquí en adelante cualquier cosa es posible.

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Paulina García grabando voces para «Gastos de representación»

Seremos nosotros, espectadores, los responsables de elucubrar, a tientas, los cuerpos de los personajes que emergen distantes. Estos “personajes-voces”, como los habría definido el propio Moreno, apenas se perciben porque la obra comienza a oscuras, con Paulina García (Gloria) y Camilo Navarro de pie, sobre un escenario casi indescifrable. Ambos, en brillante interpretación, aparecen desde la voz, con frases susurradas, a veces a coro y otras en desfase, que repiten y repiten hasta el hartazgo casi como un mantra las líneas de sus textos.

Paulina García –La hija– y Camilo Navarro –El padre– intentan dialogar, quieren encontrarse, aunque el fracaso de ese desencuentro representa el gasto de una relación dañada e imposible de constituirse. En palabras de su propio autor, “estos personajes-voces negocian una apariencia” y dicha transacción ocurre con la única moneda de cambio posible en este universo: la palabra, el verbo. El control que ejerce el padre sobre su hija es el de la exigencia de que ella cumpla al máximo su labor de “ser hija”. Sin embargo, ella, reiteradamente, le enrostra su rechazo a gritos, su “deber” ser hija: “¡No me digas cómo tengo que hablar si no me has educado!” y en esa falta de “educación” de las hablas es donde Moreno instala, como único lugar posible de encuentro para ambos, la voz, dimensión que Plana explora hasta el final.

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El mundo sonoro diseñado por Fernando Milagros y Diego Noguera establecen la importancia y la categoría protagónica de la voz en esta propuesta. “¿Dónde está mi padre?”, se pregunta la hija, y es que ni si quiera sabemos dónde están ellos, porque el espacio es felizmente ambiguo y vaciado de elementos, apenas iluminado, representando, por qué no, al inconsciente como terreno posible desde el cual este padre y esta hija se relacionan. “Mis sueños se ambientan en lugares inmundos”, dice ella, quien además defiende los cortes de su cuerpo y las cicatrices que dice tener, como bienes privados a los cuales protege. Aquí se castiga el discurso, se vigila. Aquí el habla de los personajes se mueve frustrada, la que, entre otras cosas, ubica el acto mismo del teatro, la representación, como problema central. Gastar el cuerpo y, por lo tanto, sus identidades, claves que el texto de Moreno entrega para ser discutidas y las que Plana, en su lúcida dirección, enfatiza a través de elocuentes metáforas visuales.

Una de estas metáforas, y quizás el momento más alto de toda la obra, es la aparición de veinte o treinta mujeres vestidas como La hija, enfiladas en medio del público, con pelucas rubias y vendiendo al unísono seguros de vida. Una perfecta fotografía que remite a las estéticas de los autorretratos de Cindy Sherman (fotógrafa americana), a los espacios ensoñados y surrealistas de David Lynch, o a los excesos del cuerpo y las disfuncionalidades del lenguaje en la poética literaria de Diamela Eltit. Todas estas resultan estéticas posibles que potencian las ideas del “gasto” y de la “representación” en la versión de Plana, quien entre otras cosas, evoca un close-up sostenido a la boca de estos personajes, bocas que aquí representan la herida principal del cuerpo.

Tanto Paulina García como Camilo Navarro son convocados para interpretar sus roles desde las inagotables posibilidades vocales, dejando en evidencia la soledad del ser humano ante los rechazos del lenguaje. Ambos se enrostran la rabia y el horror que uno le produce al otro, aunque en esa lucha desmedida busquen desenfrenadamente “ser” no solo voz, sino también, cuerpo. Aquí la deuda. Y como imagen final de la obra, absoluta y perfecta, Plana ubica en el centro del escenario a una sirena, un cuerpo travestido de larga cabellera mostrando los pechos, la que, como desdoblamiento de aquellas voces, cierra el espectáculo.

¿Es posible extraviar la voz del cuerpo? podríamos preguntarnos, y las respuestas quedan cobijadas de principio a fin en las innumerables dimensiones estéticas, visuales y textuales de esta voz, que todavía susurra.

[1] Palabras de Cristián Plana citadas por Marco Antonio de la Parra en su bitácora sobre la XVI Muestra Nacional de Dramaturgia.

“Gastos de Representación” de Alejandro Moreno           

Dirección: Cristián Plana

Elenco: Paulina García, Camilo Navarro.

Diseño Integral: Claudia Yolin.

Música original y mundo sonoro: Fernando Milagros y Diego Noguera.

11y 12 de Octubre, 2014.

XVI Muestra Nacional de Dramaturgia. Matucana 100

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