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Entre el mito y la invisibilidad: La imagen del Presidente Allende que rehúye el cine chileno Un registro a las cintas que abordan su figura dentro de la filmografía nacional

Entre el mito y la invisibilidad: La imagen del Presidente Allende que rehúye el cine chileno

El próximo estreno del largometraje de Miguel Littin, inspirado en las últimas horas de vida del ex mandatario -bajo el contexto del bombardeo a La Moneda- abre la pregunta acerca de la forma en que su biografía y legado político, han sido examinadas por los realizadores locales, tanto en la ficción, como en el género documental. La respuesta a esa interrogante, no puede ser más desoladora: salvo por un puñado de créditos, el análisis audiovisual a la obra histórica del líder de la Unidad Popular, se mueve entre la leyenda y la inexistencia, como si su trayectoria pública, y el acto final de su resistencia heroica y solitaria en el Palacio de Gobierno, fueran un tema incómodo y prohibido para el cine nacional.  


Este jueves 26 de marzo, se comenzará a exhibir en las salas de todo el país Allende en su laberinto (2014), un filme de Miguel Littin, y la vigésimo primera película del director nacido en la provincia de Colchagua, hace ya 72 años. El hecho, también, marcará un hito para la cinematografía chilena: la pieza del autor de El chacal de Nahueltoro (1969) será el primera obra audiovisual de ficción, dedicada íntegramente a relatar un fragmento de la vida del ciudadano que quizás, representa al chileno más famoso en la historia republicana de la nación, por lo menos desde que la misma existe.

Es decir que, a más de cuatro décadas (42 años exactos), después del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, la filmografía nacional del género, recién se hace cargo, artísticamente, de un suceso vital en la conformación de nuestra actualidad política, económica y cultural como sociedad, y cuyos efectos se aprecian con fuerza hasta el día de hoy.

Antes que Littin, el esfuerzo solo lo habían efectuado, por espacio de unos breves minutos, tan solo dos creadores, dentro de los parámetros de la ficción: el fallecido Helvio Soto y el recientemente galardonado en la Berlinale 2015, Pablo Larraín. El primero, con Llueve sobre Santiago (1975) –una cinta rodada en el exilio, y que cuenta con la actuación del famoso intérprete galo Jean-Louis Trintignant, quien personifica a un ficticio senador criollo- y el segundo, con su Post Mortem (2010). El resto de las imágenes dedicadas al ex Presidente en la órbita del cine chileno, se deben sólo gracias a la labor documentalista.

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Salvador Allende interpretado por Naicho Petrov en «Llueve sobre Santiago» (1975) de Helvio Soto

Sin embargo, en ambos trabajos audiovisuales, la presencia y la aparición de Salvador Allende, resulta fugaz y a la rápida, por decirlo menos, aunque vital y trascendente para la trama, y los propósitos dramáticos de aquellos títulos. En el crédito de Soto, pese a que la persona del jefe de Estado, emerge en cortísimas escenas (encarnado por el actor búlgaro, Naicho Petrov), nos es posible afirmar que el argumento de la película, gira en torno a él, pues la obra se centra, con la excusa de una historia paralela, en recrear la violenta jornada de ese martes 11 de septiembre; con consecuencias estéticas y fílmicas, por cierto.

El largometraje de Larraín, en tanto, detiene su cámara sobre un fotograma inédito e impactante para el acervo fílmico de Chile: en la autopsia realizada al cuerpo del Presidente, sólo horas después de su muerte, en una camilla instalada en las dependencias del Hospital Militar de la capital. A fin de gestar esa imagen, el creador de Tony Manero (2008), acogió la tesis del suicidio de Salvador Allende, ocurrido en una habitación de La Moneda, tras una desigual y valiente batalla ante las tropas golpistas, quienes en la ocasión fueron comandadas por el general Javier Palacios.

"Post Morten" de Pablo Larraín

«Post Morten» de Pablo Larraín

La escena montada por Larraín, sitúa el cadáver del Presidente, mirado a la distancia por los altos oficiales del Ejército y demás ramas de las Fuerzas Armadas, en una ambientación que persigue delinear la importancia histórica del evento: el médico (Jaime Vadell) y su asistente (Amparo Noguera), se ven impedidos –por un sentimiento que transita entre el pudor, el respeto hacia la autoridad del fallecido, y la dignidad de su elevado cargo-, de rasgar con un bisturí, la biología íntima e inerte de Salvador Allende, quedando para los documentos judiciales, el veredicto del profesional: un disparo de bala, que provocó la muerte instantánea de la víctima. Tal vez, la descrita sea la mejor secuencia grabada por el cineasta que acaba de ganarse un Oso de Plata en Alemania, por su última obra, El Club.

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Las demás producciones simbólicas de carácter audiovisual, relativas a la figura del líder de la Unidad Popular, pertenecen al formato documental: el mismo Littin, con Compañero Presidente (1971), Patricio Henríquez, con 11 de septiembre. El último combate de Salvador Allende (1998), Patricio Guzmán, con Salvador Allende (2004) y Marcia Tambutti, nieta del jefe de Estado, con Allende, mi abuelo Allende (2015), que se estrena en salas chilenas en septiembre de este año.

El primero de los filmes mencionados, resulta vital a la hora de formular el imaginario político en torno al antiguo mandatario, pues Compañero Presidente es el registro de la extensa conversación que tuvo el sociólogo francés Regis Debray, con el médico socialista, meses después de que este asumiera la conducción del país. Allí, quien fuera también ministro de Salud de Pedro Aguirre Cerda, explica su noción de revolución, las bases de su programa político, y los conceptos del profundo proceso de reforma agraria que llevaría a cabo y de la estatización de las empresas privadas, impulsadas por la administración a su cargo.

El realizador Patricio Henríquez (quien reside en Canadá), en tanto, con su documental escrito en conjunto con el periodista Pierre Kalfon -antiguo corresponsal del diario francés Le Monde en Chile, durante el período 1971-73- relata, a modo de crónica, y minuto a minuto, la jornada del 11 de septiembre en el centro de Santiago. Aquí, se perfila la psicología de un líder luchador e intransigente en la defensa de sus convicciones ideológicas, el que prefería la muerte por la propia mano, a verse humillado y perder el poder de forma ilegal, luego de haberlo obtenido democráticamente, después de vencer y ganar las elecciones presidenciales de 1970.

allende7Por último, se encuentra el crédito de Patricio Guzmán, probablemente el mejor de todos, denominado Salvador Allende, así, a secas. En su conocido lenguaje cinematográfico -una mezcla de estilo periodístico, con un montaje que apela a lo lúdico y a las imágenes poéticas-; el autor, quien también acaba de triunfar en la Berlinale 2015, exhibe al trágico Presidente a medio camino entre el hombre que conocieron sus cercanos y amigos, y el estadista dispuesto al sacrificio final en pos de la defensa de la Constitución, la democracia liberal, de la ruta autóctona que llevaría a Chile a convertirse en una sociedad socialista, esto con el propósito de obtener una mayor justicia social para la mayoría, y así conseguir sacar del atraso global, a gran parte de la población nacional.

El documental de Guzmán es hermoso, y rebosa melancolía y nostalgia por el tiempo ido y las conquistas perdidas, deslizando una autocrítica velada para los partidarios de Salvador Allende, grupo al que él adscribe sin remilgos: es cierto, es verdad, no teníamos armas, plantea el autor de La batalla de Chile, pero pudimos haber acompañado al Presidente, con un resultado incierto e hipotético, en la defensa apocalíptica del Palacio de La Moneda. Ambicioso en su gestación, el realizador recurre, para proyectar una imagen más humana del biografiado, a testimonios reveladores de la personalidad del Chicho: emocionantes son las entrevistas a la mujer con la que éste se crío (la hija de su “Mama”), y la grabada a la mítica “Payita”, Miria Contreras Bell, su secretaria personal.

allendeensulaberintoEn efecto, Allende en su laberinto, de Miguel Littin –encargado de Chile Films durante la UP-, viene a llenar un vacío inmenso en la reflexión audiovisual, en torno a las circunstancias fundamentales del derrocado mandatario. Así, y a lo largo de sus necesarias secuencias, podrán apreciarse una creíble versión cinematográfica de las últimas siete horas de vida del líder socialista; observar el apoyo que le significó la Payita en esos momentos desoladores; asomarse a su soledad esencial, tanto política como pública; calibrar el alejamiento explícito de los partidos que lo habían apoyado, debido a sus errores estratégicos, en esa mañana gris y póstuma; contemplar su cercana relación con Augusto “El Perro” Olivares; comprender su evasión de la realidad, en ese martes funesto, y dejarse llevar por la poesía y la lucidez de su discurso de despedida, además de sopesar la heroicidad inherente a la resistencia que ofreció ante el derrocamiento -junto a poco menos de 50 personas (los GAP, que le acompañaban)-, y pensar en una atrevida hipótesis acerca de los verdaderos pormenores de su deceso.

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