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Cultura y mercado: el valor de los procesos Economía Creativa

Cultura y mercado: el valor de los procesos

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Felipe Mella
Por : Felipe Mella Director Ejecutivo Balmaceda Arte Joven
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La inclusión de la cultura en el modelo productivo no es fácil ni lo seguirá siendo si el diálogo entre cultura y mercado no desarrolla un lenguaje común. Una serie de códigos compartidos que considere también el proceso creativo y no sólo el producto final, que es lo susceptible de transformarse en mercancía.


El surgimiento del concepto de industrias creativas, aquellas en las que el producto o servicio contiene un elemento artístico o cultural (UNESCO), y su adopción por parte de la institucionalidad local, ha intentado situar a la cultura o más bien a los bienes de consumo cultural en el mapa productivo de nuestro país. Sin embargo, la implementación de este concepto ha dejado expuesta la falta de definición de lo que el Estado entiende por cultura y el rol que debe cumplir para su sustentabilidad, además de cuestionar la manera en que el sector privado se involucra en el financiamiento de la cultura.

La concepción de Economía Creativa, con el supuesto potencial de aumentar el crecimiento económico, la creación de empleos y ganancias de exportación y, a la vez, promover la inclusión social, la diversidad cultural y el desarrollo humano (UNCTAD) se instala en el imaginario de un país en desarrollo que es considerado uno de los menos creativos a nivel mundial. De acuerdo con el índice Global de Creatividad publicado en 2011 por el Martin Prosperity Institute, Chile ocupa el lugar 47 después de Costa Rica (32), Uruguay (37), Argentina (38), Nicaragua (43) y Brasil (46). El detalle de la posición 47 obtenida, desagregada según las variables de las tres T, fue: lugar 48 en Tecnología, 54 en Talento y 28 en Tolerancia. A lo anterior es posible sumar la existencia de un sistema educativo que, al contrario de fomentar soluciones creativas a los problemas, lo que hace es repetir fórmulas para una cadena de producción que uniforma la visión de generaciones completas. Con esto no pretendo desacreditar estas concepciones a priori, no obstante, considero importante tomar en cuenta el escenario actual de la relación entre el mundo de la economía y el de las artes.

La inclusión de la cultura en el modelo productivo no es fácil ni lo seguirá siendo si el diálogo entre cultura y mercado no desarrolla un lenguaje común. Una serie de códigos compartidos que considere también el proceso creativo y no sólo el producto final, que es lo susceptible de transformarse en mercancía. Y es que las dudas surgen cuando la cultura se inserta en una lógica de oferta y demanda, quedando a merced exclusivamente de criterios económicos como ha sido históricamente el modelo nacional de venta de materias primas, donde sólo se contabiliza el costo de los materiales utilizados y escasamente el trabajo del autor. En este sentido, la oportunidad que la economía creativa debiese presentar es la ampliación de lo que es valorable dentro del proceso de producción de una obra artística, que va más allá de la materialidad, de lo tangible y cuantificable económicamente.

En mi columna anterior abordé la importancia que tiene la educación artística en el desarrollo de las personas y de una sociedad más consciente de sí misma. Esto implicaría una fuerte acción desde el Estado, primero, por reconocer el valor de la creatividad desde los primeros años de la educación formal, y segundo, por dotar de una institucionalidad fuerte y que tenga como función principal consagrar el derecho de todo ciudadano y ciudadana a la cultura. Estas acciones en conjunto permitirían colocar en un lugar prioritario no sólo los bienes de consumo cultural sino elementos constituyentes de la identidad nacional, producto de nuestra historia, de la diversidad de nuestro territorio y su gente, y de la creatividad desarrollada a pesar, o producto, de las adversidades.

Pero más allá de la centralidad de la labor que debiese jugar el estado en estas materias, la economía es manejada por la interacciones entre los privados y se requiere que estos jueguen un rol también preponderante. No se trata de proponer aquí la incorporación de los privados y las grandes empresas al financiamiento y promoción del arte y la cultura, sino de implementar una nueva mirada desde ellos para con estos ámbitos y por supuesto con la sociedad.

Actualmente el arte y la cultura reciben financiamiento desde los privados, lo cual se hace a menudo bajo la lógica de la responsabilidad corporativa, que en muchos casos se plantea como un medio para promocionar la marca de una empresa más que en un interés legítimo por la obra artística o el desarrollo cultural de la comunidad de la que son parte. Al respecto, el académico y especialista en ética y economía social argentino Bernardo Kliksberg plantea: “En los países desarrollados hoy ésta (la RSE) es una cuestión relevante y hay una presión de la opinión pública muy intensa. El tema no es simplemente de filantropía empresarial. Se está a un nivel mucho más avanzado, se habla del concepto de ‘ciudadanía corporativa’”. En efecto, es necesario recordar que los empresarios son también ciudadanos, y debieran serlo también sus empresas que forman parte constituyente de la sociedad en su conjunto y de las comunidades en particular. Esta lógica, en el plano de la creación, plantea la necesidad del respeto por la obra y el aporte que representa para la comunidad, en contraste con el interés de una obra hecha casi por encargo de una empresa. Se trata de que para la lógica de la empresa, el arte y la cultura no siga siendo vista como un medio sino como un fin en sí mismo, se trata de que también las empresas puedan invertir en arte y cultura valorando el proceso creativo, independientemente del valor comercial que a corto plazo pueda tener dicha inversión.

Hoy, ante un escenario de cambios profundos, se presenta la oportunidad única que otorga la cultura de pasar de una economía exportadora de materias primas a una exportadora de ideas, de identidad y creatividad, que considere el valor de los procesos artísticos, que fortalezca y no presione a los creadores a rendir un resultado sino que contribuyan a sus respectivas escenas ayudándoles a llevar a cabo un trabajo exhaustivo y artísticamente responsable.

* Felipe Mella, Director Ejecutivo de Balmaceda Arte Joven

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