Publicidad
Crítica de cine: “Allende mi abuelo Allende”, la imagen latente de un mito

Crítica de cine: “Allende mi abuelo Allende”, la imagen latente de un mito

El largometraje documental de Marcia Tambutti, nieta del ex Presidente, y festejado en el último Festival de Cannes, pone al descubierto la intimidad de un grupo familiar especialmente golpeado, y con particular dureza, por los acontecimientos políticos e históricos que padeció el país, durante la segunda mitad del siglo XX: son las tragedias personales, quiebres, pérdidas y ternuras afectivas, respiradas bajo la sombra de la figura del político que resistió y enfrentó el feroz bombardeo de La Moneda, hace 42 años exactos.


“Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”.

Lev Tolstói, en Anna Karénina

Junto al crédito de Patricio Guzmán –esa bellísima película titulada Salvador Allende (2004), también aplaudida en la alfombra roja de la Costa Azul-, esta obra de Marcia Tambutti debe ser uno de los mayores y mejores acercamientos audiovisuales al recuerdo público del mítico líder del gobierno de la Unidad Popular (1970-1973). En principio, el presente es un relato que se plantea desde la “privacidad”: exponer el imaginario existente del político, en el pensamiento emocional y reflexivo, tanto de su esposa, como de sus descendientes directos, sobrevivientes al momento de rodarse la cinta (dos hijas y cinco nietos).

Marcia Tambutti Allende (43), bióloga de profesión, asimismo, intenta seguir una huella difícil de rastrear en un prócer, concepto en el que se han convertido el ex Mandatario y su legado: saber cómo era el hombre puertas adentro, en la relación con su mujer y progenie, y, sorpresa, mostrar el vínculo con esas pocas familias -pertenecientes a la alta burguesía-, que fueron sus estrechos cercanos y colaboradores. Porque si algo sorprende –o se confirma- en la biografía del ex Presidente, era su pertenencia y adscripción indudable al mismo sector y clase social que, en su discurso de despedida, acusó de sabotearle y de aliarse con el capital foráneo, a fin de defender “sus granjerías y sus privilegios”, y luego pasar a derrocarle. Un médico que se construyó una hermosa casa familiar en la exclusiva calle Presidente Errázuriz, de principios de la década de 1940, pero que la hipotecó con el propósito de costear sus campañas para ganar la senaturía de la República.

allende5

En un lenguaje cinematográfico simple y directo –que sin embargo extravía su intensidad y fuerza narrativa por largas secuencias-, se descubre en imágenes (especialmente bajo el encuadre de fotografías desconocidas y de material de archivo de difícil acceso), a un “Chicho” inédito en varias facetas: cercano a los niños (le encantaba disfrazarse y jugar con ellos), cariñoso con los de su sangre, devoto de su chalet de fin de semana en el balneario de Algarrobo, seductor con las amigas del sexo opuesto, viajero incansable de la geografía y de las líneas férreas del país, recolectando votos.

Pareciese que Marcia Tambutti no se atuvo a un plan de relato preconcebido con anterioridad, y que finalmente forjó en la sala de montaje la estrategia y la forma de exhibir el argumento de su documental: las entrevistas (hechas casi de una manera casual), se encuentran sin un patrón de orden temporal, y el objetivo de revelar a un Salvador Allende ignoto, se confunde, en oportunidades, con la aparición colateral de otros personajes igual de importantes, para conocer el nudo central de la trama: los de la hija y de la hermana del Presidente Beatriz Allende Bussi, y de Laura Allende Gossens.

allende3

La primera, lo adoraba y le admiraba, si hasta estudió Medicina, igual que su padre. En el transcurso audiovisual de esos planos, emerge el dolor y la fatalidad en esa familia, un poco víctima de la historia republicana del país, como si la energía desplegada por el abuelo en conquista de la primera magistratura de la nación; a excepción de su hija, la senadora Isabel Allende y a su nieta Maya Fernández, hoy diputada; hubiese dejado a todos sus integrantes inermes y postrados, en una especie de espasmo existencial y de silencio público. Anotemos que, durante la producción este largometraje, se quitó la vida el hermano de la directora, Gonzalo Tambutti Allende, y falleció la matriarca del grupo, Hortensia Bussi Soto.

De hecho, los pasajes más logrados de la obra, son los que se suceden cuando se interroga al clan, por Tati, como se conocía coloquialmente a Beatriz. La dura revolucionaria, entonces, cede al espíritu frágil y sensible (que no pudo soportar la ausencia de su padre), y al reproche de sus hijos (Maya y Alejandro), dictado con cierta melancolía, por haberles privado de su presencia maternal, desde tierna edad. Así, la irregularidad técnica del largometraje, se sobrepone gracias a la intensidad emocional de las cuñas enunciadas por los Fernández Allende, y de sus demás parientes, acerca de su madre, hermana, hija y tía, muerta en La Habana.

allende2

Se advierte una dicotomía entre la factura formal de la película (sólo calificada con un suficiente) frente a la categoría artística del filme (“fuerte” y vital, gracias a las confesiones que graba, y a la sensibilidad y a la honestidad, que se atestigua en sus tomas). En efecto, debemos buscar las fortalezas de este crédito, en el fragmento de historia secreta de Chile, que termina por exhibir y traslucir. Quien anhele buscar un documental cinematográficamente sobresaliente, en este título, en torno a la estatura histórica y política de Allende, estará lejos de hacerlo: para ello, debe recurrir a la cinta de Patricio Guzmán, mencionada al inicio de esta crítica.

Allende, mi abuelo Allende (2015), también es un ajuste de cuentas, uno de carácter identitario y personal. Porque debe ser “pesado” tener encima esa losa patrimonial sobre las espaldas: ser la hija de, el nieto de. Lo piensa y dice Marcia Tambutti, al comienzo de los 90 minutos de obra; el pariente y el fundador del clan, yacían ocultos por la estatua, por el defensor valiente y solitario de La Moneda, por el perfil de los sellos postales y por la fotografía de una cara plácida, tranquila y serena.

allende1

Pero, claro, la realidad siempre es más difusa, triste y complicada. El heroico Presidente, el del combate mortal y el locutor del discurso poético, asimismo, también, fue un padre ausente, el que a veces llevaba dobles o triples relaciones sentimentales, mientras se hallaba casado con Hortensia Bussi, quien lo amó, respetó y acompañó incondicionalmente. A final de saldos, ese es el principal pilar estético del documental: su arrebato, su pasión, su sinceridad, el afán de Marcia por encontrarse y mostrarnos la “verdad”, su novedad de información histórica y de registros fílmicos y fotográficos, que exhibe. Del resto, poco la verdad: lagunas discursivas y la escasa formulación de códigos audiovisuales, evidenciados en cualquier ópera prima, sin embargo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias