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Crítica de cine: “Batman vs Superman: El origen de la justicia”, la guerra de los mundos

Crítica de cine: “Batman vs Superman: El origen de la justicia”, la guerra de los mundos

En un hecho fílmico inaudito, se enfrentan dentro de los fueros de la ficción los dos grandes héroes en la historia del cómic y de la pantalla grande: los guardianes de la Ciudad Gótica y de Metrópolis. La consecución artística de ese acontecimiento, resulta en un título donde destacan una puesta en escena realista, la actuación de Ben Affleck, y una estética fotográfica y dramática, que mezcla a ese par de realidades inventadas, hasta entonces radicalmente separadas, en una eclosión audiovisual de fantasía desbordada y, finalmente, satisfactoria.   


“He vivido tan poco que tengo tendencia a pensar que no voy a morir; parece inverosímil que una vida humana se reduzca a tan poca cosa; uno se imagina, a su pesar, que algo va a ocurrir tarde o temprano. Craso error. Una vida puede muy bien ser vacía y a la vez breve. Los días pasan pobremente, sin dejar huella ni recuerdo; y después, de golpe, se detienen”.

Michel Houellebecq, en Ampliación del campo de batalla

Son dos horas y 31 minutos que el espectador desea no acabar jamás de disfrutar de cara a una pantalla en 3D. Y eso, a las claras, dice de un producto simbólico, a lo menos, intenso, argumentalmente bien estructurado, y dispuesto a entretener y a mantener la atención de quien pagó su ticket, y entregó un tiempo valioso de su día útil al ocio “fértil”, como escribió Séneca. Y en la época hiperventilada que corre, eso se agradece bastante.

La reseñada es la primera virtud de Batman v/s Superman: El origen de la justicia (2016): un libreto perfecto para este tipo de lides: y ninguna secuencia parece unida por obligación, o “pegada” a la fuerza (una palabra ideal para utilizar en este contexto), y tampoco concebida contra viento y marea, a fin de presentar a esos dos héroes y gladiadores paradigmáticos, en continua y conjunta acción cinética, hasta que llega la hora culmine de la guerra entre un hombre disfrazado de murciélago, y un alienígena dueño de una fisonomía humana, pero poseedor de poderes sobrenaturales, en unas dádivas increíbles, que incluso rompen la lógica de la ley de la gravedad.

La puesta en escena de Ciudad Gótica y de Metrópolis (las urbes de Batman y de Superman, respectivamente), prosiguen los códigos de diseño y de utilería realista, inaugurados por Christopher Nolan hace diez años, en el primer título de su trilogía acerca de los inicios existenciales de Bruce Wayne, ese millonario que ocupa su inmenso poder financiero para combatir al crimen organizado desde la clandestinidad, y con todas las facilidades permitidas por su generosa y heredada fortuna.

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En efecto, atestiguamos a dos ciudades que podrían ser cualquiera de las que están ubicadas en el mapa territorial de los Estados Unidos de Norteamérica, y las luchas de los héroes también se sitúa en un escenario global y reconocible: asoman situaciones que podrían apelar, igualmente, al terrorismo de índole fundamentalista, que ha sacudido a Europa y al cercano Oriente, en la última década histórico. Y en esa dinámica de actualidad, la figura de los justicieros se asume en un hecho inaudito, y cotidiano: cumplen un rol social y necesario, en compañía de unas fuerzas policiales y militares que difícilmente pueden hacer su trabajo con igualdad de medios y de posibilidades.

Con ese supuesto, el mayor aporte de este filme del realizador Zack Snyder (300, Watchmen y El hombre de acero, sus creaciones más conocidas), se basa en entregar unas caracterizaciones íntimas y profundas, de los involucrados en este relato: el reportero Clark Kent, y el magnate Bruce Wayne. En esta apuesta dramática (la de finalmente hacer ver que combaten dos sujetos con traumas y carencias psicológicas abismales), el delineamiento de Batman, adquiere unas consideraciones de logros y de triunfos creativos mayores que los obtenidos por su símil y contrincante, en esta oportunidad, pese a que se exhiben tanto a la novia (Loise Lane), como a la madre adoptiva del alienígena nacido en el planeta Krypton.

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Las actuaciones de Ben Affleck (Batman/Wayne), Henry Cavill (Superman/Kent), Jesse Eisenberg (Lex Luthor) y de Jeremy Irons (Alfred, el fiel sirviente de la familia “Díaz”), en esa línea de análisis, complementan los esfuerzos de los guionistas y del director, por esbozar a los personajes con una profundidad mucho más conseguida que en ocasiones anteriores del formato, y como si los motivos últimos de Wayne, por ejemplo, para transformase en el hombre murciélago, justificaran la totalidad de sus acciones temerarias y de sus impulsos megalómanos por alzarse en juez moral y práctico de su comunidad.

Lo mejor de la cinta radica en ese voluntarismo por mostrar a un Batman solitario, campo fértil de trastornos psíquicos y de fantasmas, y de enemigos creados por él mismo, y su búsqueda por encontrar el flanco débil del extraterrestre, y así arrebatarle su condición de héroe unívoco de la humanidad. Sin amores visibles, y en edad madura, el legado de Bruce Wayne sería derrotar y librar a la civilización, del peligro que podría significar, en un futuro venidero, un Superman zar y señor del planeta, entregado éste a sus designios, caprichos y pareceres impredecibles.Batman versus Superman 9

Consciente de sus limitaciones, y de sus tragedias personales, el “caballero de la noche” hostiga a la inmortalidad en un salto que iría más allá de su prestigio y fortuna heredadas: esa posibilidad que rastrean los hombres para perpetuar su nombre, y que se instala en una esfera ética, moral, y claro, también “espiritual”, en una obra que trascienda, perdure y supere lo precario de la materialidad.

Batman es el “tema” de esta película, la composición diegética de su figura (gracias a Affleck y a las líneas del libreto, repito), constituyen el aspecto hacia el cual Snyder proyecta las prerrogativas artísticas y cinematográficas de su largometraje. Tanto es así, que cuando el realismo para perfilar a los protagonistas y su épica cotidiana, ceden a la tentación de una gran producción por contener elementos en suma fantásticos y espectaculares, la categoría del filme decrece y se allana, y pasa a descansar en torno a la medianía audiovisual y dramática.

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Mientras la pieza se mantiene en los fueros de una estética sobria y parca, con el propósito de atrapar los dolores y los objetivos de vida de los luchadores contra el crimen, Batman v/s Superman… alcanza los dones de un título, además de creíble, con capacidad para entusiasmar en su propuesta y trasfondo simbólico y argumental. Sin embargo, al instante de caer en la representación de batallas, que demandan efectos especiales superiores y que necesitan la ayuda de la tecnología digital y cibernética para poder ser esbozados y diseñados, el filme, entonces, tropieza con esos dominios y pantanos artísticos facilistas, y se derrumba, y aterriza en la mediocridad cualitativa, esa que es palpable en otras obras y piezas menores del género.

La banda sonora es un acierto (Junkie XL y Hans Zimmer), y sus fines se cumplen satisfactoriamente, al momento de estimular la atención y el prendamiento de los sentidos, en ese camino de finalidad y de objetivos, que es donde se debe entender al cine: audio + visual. Pero insisto (en un largometraje de impecable fotografía, y de estrategia y movimientos de cámara, limpios), que su principal apuesta, se atestigua en la intencionalidad por situar a Batman y a Superman, en el mapa de una filosofía existencialista: aquella cartografía de alegrías y sinsabores, por donde transitamos cada uno de nosotros.

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La muerte, la finitud, la desgracia, la pérdida y el inmenso asunto de la identidad y de la pertenencia emocional, son tratados con lineamientos audiovisuales e ideológicos coherentes, lo recalcamos, hasta que Snyder se esfuerza por concebir una pelea de los buenos contra los malos, y la contención estética y compositiva, se difumina en una variante propia del animé, antes y en desmedro, que en un imaginario simbólico privativo del cómic.

Y en el fondo, la soledad, la pregunta auto consultada por la identidad de Batman. Porque si existe un “as” entrañable, débil, fuerte y frágil, aquel es el ciudadano, millonario y potentado, pero nada más que un hombre de carne y hueso, que se disfraza con una capa y una máscara, se sube a su coche acondicionado para tales eventos, y enfrenta a los rudos sin más que sus combos, y artilugios que en nada equivalen a los rayos hiperespaciales que emergen de los ojos biónicos de Kent.

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La mejor escena de Batman v/s Superman no se encuentra en el round mortal del terrícola y el reportero proveniente de Krypton. La secuencia más limpia y con mayor genio fotográfico se rastrea en la humanidad de Bruce Wayne disfrazado, solo, valiente y decidido, mientras espera y aguarda la redención de la civilización ad portas de intentar derrotar al extraterrestre, que en su paranoia podría llegar a convertirse en un cáncer, lejos de la ayuda que se necesita para hacer vencer a la bondad y a la virtud.

Los lentes protectores del murciélago brillan, refulgen, alzan la cabeza, miran el cielo, y su temor se transmuta en esperanza: son los pasajes de la cinta de Zack Snyder, que justifican los millones de dólares gastados, y la inversión que demandan, en esta época, dedicarle dos horas y treinta minutos, a estar sentados encima de una butaca, en una de sala de cine.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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