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Festival de cine de Gramado: Cuando la cámara puede ser un fusil La jornada de clausura fue aprovechada por cineastas para exigir la salida de Michel Temer

Festival de cine de Gramado: Cuando la cámara puede ser un fusil

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La resistencia con mayor visibilidad al gobierno de Temer se desenvuelve en la escena cultural. Así, los festivales de cine en Brasil se han convertido en la pantalla precisa para que directores, guionistas y estrellas proclamen que frente al golpe que denuncian por el impeachment, la urgencia de elecciones directas.


Las luces inundan el sofisticado escenario móvil, donde se presentan los ganadores en la noche de clausura del 44º Festival de Gramado. El certamen concentra la mayor cobertura de los medios brasileros, es transmitido en directo por Canal Brasil y surge como portada de los mayores diarios del gigante latinoamericano. También el más antiguo sin interrupciones como sus organizadores insisten, en un guiño filoso a su par en Brasilia que fue creado con anterioridad pero que sufrió la época más censora de la dictadura durante el gobierno de Medici, cuando fueron canceladas las temporadas de 1972, 1973 y 1974 .

En Gramado 2016, la pauta de premiación sigue su curso mientras los presentadores, los impecables y habituales Renata Boldrini y Leonardo Machado (que habla portuñol como uruguayo), se alejan del centro del escenario para dar paso a los ganadores de cortometrajes.

Instante que aprovechan para subir en masa los cortometrajistas, documentalistas, técnicos de la competencia -enfervorizados pero no violentos- con pancartas exigiendo democracia y diretas Já (elecciones directas y no esperar hasta fines del 2018, cuando Temer termina su mandato, algo muy difícil frente al actual panorama). De forma espontánea, buena parte de los asistentes comienzan a gritar “Fora Temer”, mientras otra no despreciable cantidad de espectadores respondían con abucheos a la manifestación de los cineastas, incluso más de un par se retiraron de la sala. Sin querer serlo, incluso la organización del certamen con sagacidad intentó exponer lo menos posibles a las autoridades durante la premiación, la clausura del certamen de Gramado -en ese pequeño pueblo construido a la usanza alemana para el turismo invernal más exclusivo del país- fue el inesperado espejo de la división que atraviesa Brasil.

A diferencia de lo que ocurre en otros festivales, por ejemplo el FAM en el contiguo estado de Santa Catarina o Cine Ceará en la nordestina Fortaleza, aquí los adeptos al gobierno de Temer no son pocos. Basta con caminar por el barrio que rodea al palacio del festival, donde decenas de jóvenes vestidos a la moda y con horas de gimnasio en el cuerpo deambulan con una cerveza en la mano y anteojos oscuros a pesar del frío y neblina gramadense a toda hora. Estilo esquiadores fuera de pista pero sin parka y con un cancha a 10 minutos llamada Snowland pero con nieve falsa y pendiente ridícula.

En este marco de consumo para beneficio de los negocios de branding asociados al certamen, se avistan a estos turistas que siguen literalmente un “tour de forcé” de fiestas, eventos y carretes durante los 3 último días del festival, costosas actividades que no tienen relación con el evento cinematográfico en si, pero que usan de “paraguas” publicitario el glamour del evento fílmico. Gancho atractivo para esta élite de vividores, pues Gramado tiene las luminarias necesarias con su extensa alfombra roja y la visita de estrellas como Sonia Braga, Cecilia Roth (que señaló que le gustaría ser dirigida por Pablo Larraín) y Tony Ramos.

Sin duda, esos jóvenes no se veían acongojados con el último discurso de Dilma (caricaturizado por los tuiteros de derecha como “Tchau Dilma”). Testamento político de Rousseff que sí arrancó lágrimas en varios competidores y jurados del festival, y que fue conversación obligatoria en las extensas noches de fraternización en el Hotel Sierra Azul, donde al son de una guitarra y entusiastas voces se animaban veladas por los propios participantes. Si, los mismos que subirían en masa en la clausura y que advirtieron para el próximo festival de Brasilia (del 20 al 27 de septiembre) en la misma ciudad donde esté el Ejecutivo en el Palacio de Planalto, preparan una insospechada arremetida. Por cierto, a los integrantes de este cohesionado ánimo de protesta no se los ve con molotov en la mochila y aún disfrutan de la vida como nos tiene acostumbrados el estereotipo del brasilero, pero sin duda están más atentos y decididos que, por ejemplo sus pares chilenos frente al acontecer y búsqueda de reformas sociales.

La resistencia con mayor visibilidad al gobierno de Temer se desenvuelve en la escena cultural. Así, los festivales de cine en Brasil se han convertido en la pantalla precisa para que directores, guionistas y estrellas proclamen que frente al golpe que denuncian por el impeachment, la urgencia de elecciones directas. Eso sí, las cosas son diferentes al resto de Brasil en el “país gaúcho” -como se denomina al sur brasilero y particularmente al estado de Rio Grande Do Sul con su numerosa población de descendencia alemana, polaca, italiana y rusa-, dueños de una tradición política y militar ligada a la instauración del Golpe de 1964. Ciudadanos con una idiosincrasia isleña pero sin contar con ese estatus geográfico, aunque la distancia con Sao Paulo y Río de Janeiro y la cercanía con Uruguay ayuda a esa creencia, y que por momento puede parecer que roza el separatismo entre las voces más desenfadadas.

Así, el intercambio de vítores y abucheos entre los presentes durante la premiación parecen la expresión evidente de una bifurcación de rumbos que hasta hace dos años nadie avizoró. De esta manera, tampoco nadie resulta indiferente al fenómeno que experimenta Brasil y que pone en jaque sus credenciales democráticas para el resto del mundo, más allá de la legalidad o no del impeachment.

Desde revistas de crítica dura como “Teorema”, que en su editorial se rebela frente al concepto de “crisis” (el reciente ejemplar Nº27 cuenta con la con mayor cantidad de páginas desde su fundación), hasta connotados periodistas y críticos como Luiz Zanin o María do Rosario Caetano no pierden de vista que más allá de un festival, el acontecer nacional incide y se cristaliza en lo que se transmite por los medios y Gramado no estuvo ajeno a eso.

En ese sentido la proyección “Aquarius”, de Kleber Mendonça Filho y con Sonia Braga como protagonista, durante la inauguración del festival apareció como un manifiesto. El testimonio de partir una fiesta de cine con el filme que arrancó con polémica en mayo pasado durante su gala en Cannes, cuando el director y elenco portaron carteles alusivos a que la llegada de Temer al poder es un golpe. Posicionamiento que le ha valido la simpatía, más allá de sus evidentes atributos cinematográficos, de una “buena prensa” y aunque su director en la conferencia de Gramado fue preciso en sus intenciones, aparece como la película de izquierda, o petista, que va a competir por el cupo brasilero al Oscar. Favoritismo que se agrega a que 3 filmes con posibilidades en la terna (“Boi Neon”, “Para minha amada morta” y “Maê só ha uma”) desistieron de sus candidaturas tras alegar desconfianza en la credibilidad de la comisión integrada por 9 personalidades de la industria, además de argumentar que “este es el año de “Aquarius”.

Sin embargo, al igual que en la política brasilera, no todos “torcen” por el largometraje que muestra a una Sonia Braga aguerrida frente a un proyecto inmobiliario que la quiere sacar del edificio en que vive, lo cual de partida le otorga el adjetivo de filme sobre la resistencia aunque haya sido en parte financiado por Petrobras, coloso empresarial que está al centro de la operación Lava Jato y que originó la presente crisis institucional (en verdad, nadie grita contra Petrobras…money talks).

Apenas las pancartas en inglés y francés del elenco “Aquarius” se avistaron por la escalinata del Palais en su estreno cannoise, el periodista y crítico de cine Marcos Petrucelli, del conglomerado CBN perteneciente a Globo (network considerada por muchos como golpista, tal como en el 64), usó las redes sociales para criticar con dureza las expresiones de Kleber y su troupe. Comentarios que no serían más que eso, si es que Petrucelli no fuese un periodista de larga y conocida trayectoria y miembro de la comisión que designa al candidato brasilero frente a la Academia estadounidense. Fuego cruzado entre el cineasta pernambucano y el periodista paulista, al cual incluso se le “sugirió” su renuncia al estamento que define al representante brasilero. Así, como en un western, se esperaba que Gramado fuese el punto de encuentro entre ambos pero a la postre ninguno de los dos cruzaron palabra a pesar de convivir durante todo el inicio del certamen.

El pasado 12 de septiembre se definió el candidato al Oscar. Previo a las prenominaciín, se armó una batahola que se sintetiza en la salida de 2 integrantes de la comisión, quienes fueron reemplazados por Bruno Barreto y Carla Camuratti, en la permanencia de Petrucelli en su rol dentro del comité, y cierto descontento –por el publicitado favoritismo de “Aquarius”- en perjuicio de otros largomentrajes como Pequeño Segredo. Finalmente la favorita no ganó, y fue precisamente Pequeño Segredo, quien representará a Brasil en la lucha por la nominación a Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar 2017.

De esta manera, el festival de Gramado no sólo le hizo honor a la herencia fílmica y atención mediática que forman parte de su sello, sino que además en la “cocina” festivalera se sentían las pulsiones propias de una cinematografía viva. A ojos de un extranjero, la complicidad entre cine y política en el caso brasilero no se queda sólo en el discurso. Prueba de ello fue la curatoría de Marcos Santuario y Eva Piwowarski para las películas seleccionadas y también de los premios otorgados en las diferentes categorías, y donde Chile tuvo un lugar de privilegio con “Sin Norte”.

En la competencia de largos extranjeros, la obra de nuestro compatriota de Fernando Lavanderos conquistó los Kikito a mejor director, mejor fotografía y premio del jurado de la crítica, mientras la paraguaya-argentina “Guaraní” de Luis Zorraquín obtuvo su consagración con 4 premios entre ellos los de mejor largometraje y mejor actor. Entre los largos brasileros, los honores fueron como mejor película para “Barata Ribeiro, 716”, cuyo veterano director Domingos Oliveira ofreció un conmovedor agradecimiento que por su honestidad respecto a lo efímero de la vida, confesión que impactó al público, incluso más que el batallón de realizadores que minutos antes habían hecho arder el escenario del festival más importante de Brasil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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