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Individualismo, inseminación artificial y soledad: las tristes claves del país más feliz del mundo que Chile busca emular

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Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Mientras en Escandinavia el individualismo es patrocinado por el Estado, en Chile es impulsado por el mercado. En ambos casos los resultados son los mismos: países «exitosos» donde se disparan las depresiones y los suicidios, donde hay cada vez más gente sola y las mujeres terminan yendo a un banco de espermatozoides para elegir al padre de sus hijos porque no quieren perder tiempo buscando pareja.


Un país donde cada uno vive su mundo, donde cada vez más mujeres ya no necesitan de hombres para concebir a sus hijos sino de un buen banco de espermatozoides para evitarse los problemas de formar parejas, donde se dispara el consumo de antidepresivos y los suicidios. ¿Chile? No, es la idílica Suecia.

De todo esto y más habla La teoría sueca del amor (2015), una película del italo-sueco Eric Gandini (Bergamo, 1967), quien como hijo de padre italiano y madre sueca sabe bien de lo que habla porque ha pasado la vida entre ambos países.

Una cinta que sacó ronchas en el país escandinavo («fue casi como una provocación», según su director) por poner en entredicho una de las diez naciones «más felices del mundo», según los estudios internacionales, aunque también sea tercero en consumo de antidepresivos.

Allí ha surgido un «individualismo financiado por el Estado», en palabras del realizador, que combinado con la tendencia neoliberal también presente allí «es un cóctel explosivo», con un sector de la juventud «narcicista que piensa que es el centro del mundo, obsesionada con la cultura de las celebridades».

Cuestionar una idea

Lo interesante es que la cinta no sólo habla de Suecia, sino del individualismo como idea.

«Con la película quería cuestionar, más que Suecia, esa idea tan moderna de que la vida es mejor cuando no necesitas a nadie, cuando puedes cerrar la puerta y estar solo contigo mismo, y navegar en las redes sociales sin nunca encontrarse con nadie en la vida real», muy popular no sólo en Suecia sino en el resto del mundo.

Sólo eligió el país escandinavo porque le pareció que es allí donde este concepto se ha desarrollado mejor «y que es perfecto cuando se trata de hablar de la soledad».

Lo aterrador es que la película parece hablar del futuro, también en Chile. «Me alegra que se perciba que no sólo hablo de Suecia como un país exótico, sino que también puede relacionarse con el país del propio espectador», dice Gandini.

Gracias al festival de documentales DocsBarcelona, esta película podrá verse gratis en exclusiva en Valparaíso este miércoles 21 de diciembre a las 10:00 horas en la Cineteca de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), en calle Brasil 2830.

Hijos a la carta

Gandini antes se hizo famoso por cintas como Sacrificio: quién traicionó al Che Guevara (2001), y Videocracy (2009), que explica el poder de la televisión en la Italia del magnate mediático y ex jefe de gobierno Silvio Berlusconi. ¿Cómo llegó a la idea de hacer este filme?

«Siempre tuve dificultades para entender por qué en el sistema de valores sueco la independencia es tan importante», responde. «Es algo que ves todo el tiempo: a los niños se les enseña a ser independientes desde muy pequeños, por ejemplo. Pero al final es algo que me parecía disfuncional».

Un ejemplo de esta soledad es la inseminación artificial. En un país donde el individualismo campea a sus anchas y la gente cree que puede elegir una pareja como si fuera un producto en un supermercado, y desecharla si no le gusta, muchas mujeres dan por perdida la búsqueda de una pareja y prefieren acudir directamente a un banco de espermas.

El filme muestra cómo las suecas pueden elegir al padre de sus hijos según las características físicas que deseen: rubio, moreno, alto, bajo… Según sus personalidades: exitoso, humilde… Según sus aficiones: futbolero, bueno para las cartas… El menú da para todo.

Eso sí, a la hora de la verdad, como lo revela una protagonista del filme, extrañan a un compañero «que haga el desayuno por la mañana» o «para comentar las noticias en la noche». Y eso sin mencionar qué opinan esos niños que crecen sin una figura paterna.

«La idea de que la vida es mejor si no necesitas a nadie me parece engañosa», comenta Gandini. «Incluso la ciencia ha probado que es la gente la que nos hace feliz».

El realizador cita un estudio de la Universidad de Harvard que se desarrolló durante siete décadas, que sugiere que uno de los indicadores más importantes sobre si envejeces bien y vives una vida larga y feliz no es la cantidad de dinero que acumulas ni el renombre que recibes, sino la fortaleza de las relaciones con familia, amigos y parejas.

«La soledad mata, es igual que fumar dos cajetillas diarias», advierte. «Afecta la salud mental, física. Para mí este estudio demuestra que una vida llena de autonomía, libre de otras personas, no garantiza una vida feliz».

«Es una ironía porque esta utopía socialdemócrata (de los 79) impulsó que cada uno tenga su propio apartamento, su propio trabajo, como premisa para tener mejores relaciones sociales, pero lo que ves hoy en la sociedad es mucha desconexión entre la gente. Por eso me parece un poco triste que las feministas celebren a esas madres emancipadas que forman hogares monoparentales».

¿Será éste también el futuro de Chile, donde las chilenas retrasan cada vez más el matrimonio, y tienen menos hijos o ninguno? Ya hay indicios inquietantes: la cifra de chilenas que compran espermatozoides en el exterior se ha duplicado en cinco años, según un reporte de 2012.

Morir solo en Estocolmo… y que nadie se dé cuenta

La teoría sueca del amor se encarga de recordar que en los años 70 se impulsó en el país un modelo de vida donde todos -niños, hombres, mujeres, ancianos- tienen sus necesidades cubiertas, y no se necesitan mutuamente. El argumento era que, siendo completamente autónomos, sin depender de nadie, tendrían relaciones sociales sólo si eran auténticas. Cuarenta años después, al parecer muchos suecos no sólo no tienen relaciones auténticas, sino ninguna.

«El país tiene la mayor tasa de Europa de gente viviendo sola, pero la soledad es algo que por otro lado está profundamente arraigado en la cultura escandinava. De hecho hay un dicho es sueco, ‘ensam is stark’, ‘ser solo es ser fuerte’. Creo que es una expresión que no existe en otras culturas.  En Suecia a la gente le gusta tener una casa lejos de otras casas, tener una casa de verano en una isla lejos de otras islas».

Muchas familias se han disgregado. Padres e hijos pueden vivir en la misma ciudad, sin verse durante años. O incluso no conocerse nunca, como se verá más adelante.

«La soledad está normalizada, si lo ves desde afuera incluso parece un poco ridículo, pero al final es destructivo. La Cruz Roja realizó un estudio según el cual un 40% de los suecos se siente solo, temen la soledad, les avergüenza. Inició una campaña en televisión para que la gente se preocupara de sus parientes, incluso hicieron una ‘campaña de abrazos’, para que la gente se abrace. Es algo que no esperarías de una sociedad exitosa en muchos sentidos. Suecia es un buen país para vivir si eres joven y fuerte, y estás enfocado en el trabajo, pero creo que es más difícil si te haces viejo o te divorcias. El Estado te ayudará, pero no tendrás un hombro en qué llorar».

Una manifestación de este fenómeno es uno que involucra a Luis Fierro, un chileno radicado en Suecia desde hace muchos años. Desde hace un buen tiempo, hay multitud de personas que mueren solas en sus departamentos, sin que nadie se entere. Sólo cuando son alertados por el mal olor, los vecinos avisan a la policía. Luis se encarga de ir a las viviendas y a buscar a posibles parientes para entregar los bienes a los herederos. En más de un caso, no encuentra a ninguno, con lo cual todos los bienes pasan a manos del Estado.

«Luis Fierro me contó que cuando vuelve a Chile, no quiere explicarle (a la gente) en qué trabaja. Lo encuentro difícil de explicar».

Inmigrantes, apoyo pero de lejos

La soledad de los suecos la pueden comprobar los inmigrantes que llegan a Suecia huyendo de la guerra en Siria o Eritrea, tal como también se muestra en el filme.

Obtienen techo, pero demoran siete años en conseguir un trabajo, según la película. El Estado les ayuda económicamente, pero pueden pasar años sin conocer a un sueco en persona. Ni hablar de que alguien te invite a su casa. «Seguro los chilenos que vinieron en los 70 lo vivieron y les costó conectar con los suecos».

En la cinta, una intérprete árabe, en una clase de idiomas, le enseña a los refugiados que si los suecos preguntan «¿cómo estás?» hay que responder «bien», nada más, porque no les interesa saber más. Que a los suecos les gustan las respuestas cortas, «sí» y «no». Aparte de la puntualidad, claro.

«Los suecos les dan lo que creen que necesitan, un techo, ayuda económica, pero los inmigrantes no quieren quedarse entre ellos, quieren ser parte de Suecia, sentirse bienvenidos por las familias. Y ahí hay un choque de culturas. Los suecos asumimos que ellos deben aprender de nosotros, pero la verdad es que nosotros también podríamos aprender de ellos».

Socialismo o neoliberalismo = individualismo

Una de las conclusiones que podrá sacar el espectador es que Suecia y Chile comparten el «cartel» de «país exitoso». Y curiosamente, Suecia, a través del Estado de Bienestar, y Chile, mediante el neoliberalismo, es decir, un sistema económico totalmente diferente, han producido lo mismo: sociedades con un extremo individualismo, donde el tejido social ha sido destruido.

En el primer caso, el individualismo es patrocinado por el Estado; en el segundo, por el mercado. Tal vez por eso los resultados son los mismos: países con altos índices de depresión y suicidios.

Sin embargo, el ser humano es social, y es allí donde radica su felicidad.

Con este film, Gandini pone en cuestión el paraíso. En Suecia, comenta, la película desató un fuerte debate. ¿Qué espera él del futuro?

«Confío en la capacidad autorreflexiva, cuestionadora de los suecos», responde. «Tampoco se trata de volver a un pasado dorado, como plantea la ultraderecha, o a la religión, como piensa la Iglesia».

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