Cada uno de los finalistas tiene un perfil distinto, lo que demuestra la pluralidad del Premio y la gran diversidad de los postulantes. Mientras uno promueve la astronomía en una escuelita aymara en Colchane, otra financia a científicos para el desarrollo sustentable en el Golfo de Corcovado. Y si en el extremo sur uno de los finalistas articuló el apoyo público para la creación del Centro SubAntártico en Puerto Williams, en Santiago la otra postulante promovió la creación del consejo permanente de ciencia EE.UU.-Chile. El ganador será elegido por un jurado de Ecoscience y El Mostrador en los próximos días y presentado públicamente en una ceremonia el 10 de octubre.
Una filántropa, un docente, una embajadora y un ex intendente son los cuatro finalistas del Premio Ecoscience 2018, que retribuye con 10.000 dólares a una figura destacada que apoya la ciencia en Chile.
El ganador será elegido por un jurado en los próximos días y presentado públicamente, el próximo 10 de octubre, en una ceremonia de la Fundación Ecoscience, del empresario Eduardo Ergas, que otorga el galardón junto a El Mostrador.
Durante el mes de agosto llegaron currículos de 57 postulantes, de entre 17 y 65 años, desde Arica a Magallanes, incluidas la Isla de Pascua, La Araucanía y la Región de Los Ríos.
Los finalistas son Francisca Cortés, presidenta ejecutiva de Filantropía Cortés Solarí; Mauricio González, profesor de ciencia en la comuna altiplánica de Colchane; Carol Pérez, embajadora de Estados Unidos en Chile; y Jorge Flies, ex intendente de la Región de Magallanes y Antártica Chilena.
El galardón premió en sus dos versiones anteriores a Chantal Signorio, creadora de Puerto de Ideas, y a Gabriel Rodríguez García-Huidobro, director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Ministerio de Relaciones Exteriores.
El galardonado será elegido por un jurado multidisciplinario, integrado por Eduardo Ergas (ingeniero comercial) y Óscar Contreras (bioquímico), de la Fundación Ecoscience; Federico Joannon (abogado) y Héctor Cossio (periodista), del diario El Mostrador;y Chantal Signorio, creadora y directora del Festival Puerto de Ideas y ganadora del premio el año pasado.
Mauricio González (Santiago, 1959) es un buen ejemplo de pasión por la ciencia y docencia. Estudió en la Universidad de Tarapacá (sede Arica) y aunque originalmente quería ser profesor en algún pueblo del sur del país, su matrimonio con una compañera de carrera hizo que se quedara en el norte, específicamente en una zona cultural aymara, cuyos conocimientos los incorpora en su quehacer.
«Siempre me interesó la ciencia, creo en ella, y en sus logros como una alternativa de desarrollo», explica a El Mostrador. «También reconozco sus errores, como el descubrimiento de la talidomida (un sedante para embarazadas que causó malformaciones genéticas), pero soy un convencido que es y ha sido la solución a muchos problemas de la humanidad», señala.
Entre sus logros están aportar al desarrollo de la ciencia mediante la educación, en distintas generaciones de la comuna de Colchane. Tras 28 años como profesor de ciencia y astronomía allí, además fue finalista del Global Teacher Prize 2017 en Chile.
González creó un taller de alfabetización científica para padres y talleres de astronomía para la comunidad, además de su propia radio comunal.
«Mi labor en el área de la ciencia es que yo formo científicos en un lugar tan alejado de la ciencia contemporánea y tan apartado de los centros urbanos, despertando el interés en esta área del conocimiento», expresa. «Pienso que lo he hecho bien porque he podido ver en mis alumnos, ahora profesionales, resultados concretos, profesionales en el área de la salud que hacen investigación en sus comunidades, también hay ingenieros».
Para hacer ciencia, González siempre ha motivado a sus alumnos a que realicen proyectos, en una trayectoria con altos y bajos.
«Recuerdo un octavo que trabajaba en electroimanes y nos invitaron a crear un sistema de comunicación. Entonces ellos crearon un ‘Sistema de Comunicación para Sordos y Ciegos’, el que fue presentado a (el programa de ciencia) Explora. Fue de tal éxito, que ganaron el primer lugar regional compitiendo con jóvenes de 4° medio. Desde ese momento no paramos: luego nos invitaron a medir la radiación solar y mis alumnas trabajaron colaborativamente con escuelas a lo largo de todo el país y se creó un mapa que indicaba los puntos de mayor radiación en Chile».
Un nuevo proyecto fue para medir el radio de la Tierra, emulando el trabajo realizado por el geógrafo griego Eratóstenes (276-194 AC). Esto provocó que la organización PROFISICA los invitara a participar de una investigación astronómica.
«Perdimos el proyecto porque me cambiaron de escuela y nos quitaron los telescopios. Eso me dolió mucho, y traté de recuperarlo, pero no se pudo. Entonces esa organización, al ver que era tan insistente y majadero, me puso en contacto con unos jóvenes astrónomos que hacían su tesis doctoral en el Instituto Max Planck y llegaron a Colchane 25 astrónomos que nos abrieron una ventana al universo. Desde entonces hacemos campamentos de astronomía». Ellos representaban a una organización llamada Galileo Móvil.
Después de 10 años, Galileo Móvil lo contactó nuevamente y llegaron dos astrónomos, Fernanda Urrutia y Manu Galiano, que traían un telescopio “portátil”, que pesaba 70 kilos, «y andábamos por los pueblos, haciendo observaciones».
Lo último fue organizar un Encuentro Intercultural de Ciencia y Tecnología en Colchane con la participación de Perú, Bolivia y nueve liceos de Iquique. El 23, 24 y 25 de noviembre también habrá un campamento de astronomía con participación internacional.
«Hace 29 años que trabajo en comunidades aymara de Colchane. Cuando hablamos de aprendizajes significativos, debemos recurrir a los aprendizajes previos y estos aprendizajes no son otros que los conocimientos propios de la cultura aymara, esos saberes que se han transmitido de generación en generación. Con tanto tiempo viviendo entre los aymaras es imposible sustraerse de esos conocimientos. La ciencia y tecnología aymara son la base de mis clases de ciencia, trato de articular los saberes ancestrales con los conocimientos científicos actuales, de esta forma el aprendizaje se hace significativo», cuenta.
Para González, los talleres de ciencia y tecnología son una necesidad en Colchane, «pero no podría hablar de analfabetos científicos».
«El año pasado mis alumnos de 6° año hicieron una presentación sobre astronomía ancestral aymara, demostrando que los antiguos ya conocían algunas constelaciones», precisa.
Otro candidato es Jorge Flies (Santiago, 1969). Su trayectoria académica habla por sí sola: Colegio Público D 404 Pudahuel, Liceo Cervantes, Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile y U. Navarra, España. Fue intendente de la Región de Magallanes y la Antártica Chilena desde 2014 a 2018.
«Mis intereses son mi familia, el desarrollo de mi región y de mi país. Mi admiración ha sido por aquellos que ejercen la docencia en los más distintos rubros y he tenido maestras y maestros que han sido fundamentales en mi vida. Con mi familia hemos elegido Magallanes y desde 1999 ha conquistado nuestros corazones», dice.
Flies quiso ser científico desde pequeño «y lo más cercano a eso fue estudiar medicina. Hoy mis intereses son el soñar con una región dedicada a la ciencia y ojalá un país».
Entre sus logros se cuentan integrar a actores públicos, privados y científicos, para impulsar la creación del Centro Antártico Internacional; articular del apoyo público para la creación del Centro SubAntártico en Puerto Williams; trabajar para hacer realidad el proyecto de Fibra Óptica Austral; e impulsar, con los actores locales y nacionales, la estrategia “Magallanes Laboratorio Natural”, posicionando a Magallanes como una región científica.
En sus palabras, la ciencia «es absolutamente trascendental, un gran territorio con poca población depende de desarrollar la capacidad de su gente y eso es a través de su ciencia».
En su caso, como intendente tuvo la oportunidad de poder implementar un Plan Especial de Zonas Extremas, que reflejaba una decisión política de inversión en estos territorios, un cambio en la metodología de la inversión pública, un marco presupuestario histórico «y la posibilidad de construir con la comunidad nuestros sueños».
«Con una participación de más de dos mil personas se pudo mirar el futuro de la región y hubo dos ejes principales: el conectar la región al mundo, donde su proyecto más emblemático fue la Fibra óptica austral, y lograr que Magallanes se transforme en una región de ciencia y conservación mundial», expresa.
«Magallanes y Antártica chilena, después de un trabajo de largos años, se está consolidando como un laboratorio natural antártico y subantártico. De ser el fin del mundo, hoy es la cumbre del territorio americano y esto se consolidará con la Red de Parques de la Patagonia, un 60% del territorio regional, las áreas marinas protegidas como el Seno Almirantazgo, Cabo de Hornos y Diego Ramírez y la construcción de plataformas científicas a lo largo de toda la región, incluyendo a la Antártica», detalla.
Flies también destaca la construcción en curso del Centro Cadi UMAG, el centro de biomedicina más grande de Chile en asociación con la U. de Magallanes, U. Católica, U. de Chile y otras universidades chilenas, al igual que el Centro Subantártico de Williams para el estudio de la diversidad y el ecosistema de una zona única en el mundo, en conjunto con un consorcio de universidades, así como el diseño del CAI (Centro Antártico Internacional), liderados por el Instituto Antártico (INACH) y la U. de Magallanes.
Complementario a estas plataformas, se ha respaldado la mejora de los centros científicos de INACH en Antártica, teniendo un gran eje en la península de O´Higgins, desde base Escudero, Yelcho y Carvajal, cubriendo más de 800 km hacia el polo sur. Y por último, hay plataformas científicas para el desarrollo de la agricultura en altas latitudes (INIA) y el diseño del Centro de Teledetección para satélites de órbita polar.
«Esperamos en un futuro próximo contar con más de mil científicos permanentes en la región, lo que otorga una proporción de un científico por cada 150 habitantes, una de las más altas del mundo», sentencia.
El Centro Antártico Internacional «será un proyecto iconográfico de la Región de Magallanes, que albergará a alrededor de 500 científicos nacionales e internacionales, expertos en las áreas biológica, atmosférica, palenontológica y glaciológica, entre otras. Con dimensiones cercanas a los 20 mil metros cuadrados, será el centro científico más grande del país».
«Aparte del área científica, albergará un museo interactivo de 8 mil metros cuadrados, un área pública que recreará bosques antárticos y un sector de logística antártica. Este faro de la investigación convertirá a Punta Arenas no solo en puerta de entrada a la Antártica, sino en capital Antártica mundial», apunta.
Para Flies, la condición de la Antártica como laboratorio natural está dada «en un territorio que corresponde a un 64% del país, con una biodiversidad única, con las mayores reservas de agua continentales y con la mayor reserva de agua mundial en la Antártica. Lo que podemos investigar acá responde a la principal preocupación de la humanidad actual: el cambio climático».
«Para nuestro país no podemos separar la Región Antártica de la Subantártica en su objetivo como foco de investigación únicos. La Antártica es el único continente en el mundo en que el tratado multilateral antártico define sus ejes en la paz, y en las ciencias, si queremos estar presentes, tendrá que ser a través de esta definición y Chile y Magallanes tienen la mejor ubicación para ser protagonistas del siglo XXI».
Carol Z. Pérez, en tanto, es embajadora de Estados Unidos para Chile desde 2016. Con grado de Ministra Consejera y miembro del Servicio Exterior de Estados Unidos desde 1987, fue cónsul general en Milán y Barcelona.
Entre sus principales logros están la creación de diálogos abiertos en Santiago, Concepción y Magallanes, para identificar los desafíos de la ciencia, tecnología e innovación en Chile; la creación del programa de asesoría de EE.UU.-Chile, con representantes de NSF, Harvard, MIT, Columbia, UC Devis, Syracuse, Amazon, Pfizer, Equifax, entre otros; la creación del consejo permanente de ciencia EE.UU.-Chile, en tres áreas de trabajo: economía de la innovación, transferencia tecnológica, educación, capacitación y cultura científica; y la integración de aportes del Departamento de Estado de su país y Fuerzas Armadas (Aviación, Armada y Militar) para focalizar esfuerzos de financiamiento en Chile.
«Me siento muy honrada por haber sido considerada para el Premio Ecoscience», expresa Pérez.
«Quisiera aprovechar esta oportunidad para destacar las capacidades e iniciativas que se están generando en materia de ciencia, tecnología e innovación en Chile», agrega. «Desde que llegué a Chile hace dos años, me impresionó observar el esfuerzo que realiza su gente para que su país se posicione en este tema a nivel mundial. En esa línea, el Premio Ecoscience se distingue por ser el único en galardonar a personas que, sin formación estrictamente científica, sí reconocen la importancia de la ciencia como pilar del desarrollo económico y social de nuestras sociedades. Además, felicito el carácter filantrópico de esta iniciativa y la labor que realiza la Fundación».
Pérez es una convencida, «y la historia de mi país me lo ha enseñado, que la ciencia, la tecnología y la innovación son motores del desarrollo, del crecimiento económico y del bienestar social».
«Por ello, aplaudo a Chile y al Gobierno por la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Conocimiento. Como lo he mencionado, está demostrado que, por cada dólar que se invierte en ciencia, tecnología e investigación (CTI), el retorno promedio para la economía es de cerca de 9 dólares».
Sin embargo, para que así sea, «es importante reforzar y profundizar los ecosistemas, iniciativas, políticas y programas que generen las condiciones óptimas para el desarrollo de la CTI. En este sentido, también creo en la capacidad que tiene la diplomacia para apoyar a la ciencia, es decir, reconocer en la CTI su facultad de contribuir a la solución de problemas de alcance global y así lograr los objetivos de la política exterior».
«Con una mirada en la economía del futuro, la CTI es un motor importante para la cooperación internacional, en especial, en las relaciones internacionales bilaterales y multilaterales. Chile es un laboratorio natural y es también un gran socio estratégico para los Estados Unidos. Nuestra relación es principalmente de cooperación y de colaboración», manifiesta.
«Cuando llegué a Chile me di cuenta que había una gran capacidad emprendedora, innovadora y de gente muy capaz, desde los laboratorios a las empresas, a las instituciones políticas y públicas. Por eso es que pensé que había que colaborar en la articulación de todos los esfuerzos que se realizan en Chile, de modo de agregar valor a la actividad económica. Con esta visión y tras varias conversaciones de trabajo con académicos, representantes del sector público, y del privado de Chile y los Estados Unidos, nace el Consejo Estados Unidos-Chile para la Ciencia, Tecnología e Innovación», comenta la diplomática.
Este consejo «es una iniciativa única y sin precedentes en el mundo, y está compuesto por sesenta colaboradores voluntarios. El Consejo busca generar los espacios en nuestra relación bilateral que nos permitan conectar a los productores de CTI con sus consumidores en Chile y los Estados Unidos. Un impulso a la labor ya realizada desde 1992 por nuestros gobiernos a través del Acuerdo Básico sobre Cooperación en Ciencia y Tecnología, pero esta vez invitando a la participación de más actores del quehacer de nuestros países».
La diplomática cree firmemente en la colaboración y asociaciones público-privadas para el logro de objetivos con impacto en toda la sociedad.
«Las asociaciones público-privadas dan origen a colaboraciones virtuosas dentro de un país y entre los países. Son una modalidad de relación que ha demostrado ser muy eficiente, de alto rendimiento y ventajosa, en especial, cuando los objetivos a lograr van más allá de las capacidades exclusivas de lo público o lo privado. Las asociaciones público-privadas permiten mejorar las capacidades individuales de los estados, de la academia y de las empresas para entregar soluciones más eficientes a problemas o desafíos de gran envergadura, que requieren de mucho financiamiento y del conocimiento de todos», dice.
A través de estas asociaciones, como la del Consejo, «compartimos conocimiento, experiencias y logramos objetivos comunes que llevan a transformaciones productivas, formación de capital humano, mejoramiento de infraestructura crítica e incluso la protección del medio ambiente y la inclusión social. El desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación es el origen de las soluciones y respuestas a los desafíos comunes y de carácter global para responder a la velocidad que se mueve el mundo de hoy, y que nos demanda la economía del futuro».
La última de las candidatas, finalmente, es Francisca Cortés (Santiago, 1967). En el colegio, «lo que más me gustaba era el arte y la educación física, y siendo más grande comencé a interesarme en la filosofía y la ciencia».
«Los profesores fueron clave en este acercamiento… eran unos personajes, sobre todo el de ciencia, que era muy entretenido. Recuerdo que era muy reconocido y hacía clases también en la universidad». Y aunque soñó con estudiar sicología, su familia la llevó hacia el mundo del arte.
«Por otra parte, creo que una de mis mayores características ha sido, desde mi infancia, haber compartido muchos momentos en la naturaleza, con gente que trabaja en ella. Hoy agradezco que la vida me haya permitido ponerme al servicio de la ciencia, con un propósito mayor que tiene que ver con conservar nuestros territorios», reflexiona.
Ella es creadora de Filantropía Cortés Solari, rama filantrópica familiar que administra Fundación Meri, Fundación Caserta, Fundación Tata Mallku y tres parque naturales: Reserva Natural Melimoyu, Parque Cultural Puribeter y Parque Educativo Likandes.
También es impulsora del trabajo científico de Fundación MERI en el estudio de las ballenas de Chile, y la protección de Melimoyu en el golfo del Corcovado, así como de estudios científicos nacionales e internacionales para la protección de dicho cetáceo.
Su más reciente evento es la exposición nacional “Ballenas: voces del mar de Chile”, que se ha montado con gran éxito en el Centro Cultural La Moneda.
Cortés cuenta que su relación más directa con la ciencia comenzó al hacerse cargo de Fundación MERI.
«Fue el primer acercamiento real a la ciencia, en términos de trabajar a diario con científicos, lo cual me sirvió para conocer cómo se hacía investigación en Chile, a la vez que me hizo descubrir la enorme brecha existente entre la ciencia y la educación, en cuanto a difusión», dice.
«Este tema me interpeló mucho, al punto que sentí que existía una tarea pendiente para acortar esa brecha. Me di cuenta que, desde el mundo privado, era posible, por una parte, fomentar la investigación científica y, por otra, ayudar a que esta logre permear a la ciudadanía a través de la educación», añade.
Por eso, cuando inició su trabajo con MERI, decidió armar un equipo científico muy potente y poner foco no solo en la investigación y conservación, sino también en la creación de programas educativos para acercar todo ese conocimiento, especialmente, a niños y jóvenes.
«La ciencia es clave para el desarrollo de cualquier país, más aun en Chile, pues permite generar no solo conocimiento común sino traducirse en nuevas tecnologías necesarias para alcanzar un desarrollo sustentable. En el caso de MERI, esperamos que la investigación científica llevada a cabo permita generar conocimiento acerca de la importancia para el desarrollo sustentable del Golfo de Corcovado, Chiloé y nuestra costa en general», expresa.
Para Cortés, no se trata únicamente de establecer un diagnóstico científico en materia medioambiental, sino también de proponer soluciones que sean sustentables desde todo punto de vista, innovando y poniendo el foco en los recursos del futuro.
«A su vez, queremos que esta ciencia llegue a los niños y jóvenes. Estoy convencida de que la ciencia no puede quedarse en los laboratorios, sino que debemos poder llevarla a todos los espacios de la vida diarios, y ponerse al servicio de la comunidad, desde las escuelas rurales hasta los tomadores de decisión», recalca.
«Es conmovedor observar las caras de los niños que, con mucho interés en aprender, participan de los programas de educación ambiental de Fundación MERI. En el fondo, es importante entender que la ciencia permite ampliar el conocimiento, a la vez que conciliar el crecimiento económico con sustentabilidad y calidad de vida del país», afirma.
Cortés explica que cuando decidió hacerse cargo de la Reserva Natural de Melimoyu, también tomó la decisión de asumir la Presidencia Ejecutiva de Fundación MERI.
«Quizás, una de las principales razones fue que, a mi entender, no era posible realizar una conservación efectiva y medible, en el transcurso del tiempo, de cualquier territorio, sin contar con un equipo científico capaz de realizar investigaciones y seguimientos a los denominados objetos de Conservación de la Reserva, que son los que sufren amenazas ambientales, es decir, la ballena azul, por ser una especie paraguas que entrega muchísima información sobre otras especies claves para el ecosistema en la zona, así como el sistema dulceacuícola y el ciprés de las Guaitecas, entre otros», señala.
Luego, progresivamente, se gestaron alianzas tanto con universidades nacionales como internacionales, para realizar expediciones conjuntas, como con la comunidad local.
«A su vez, junto con desarrollar el eje científico de MERI, surgió la urgencia de desarrollar un eje educativo, capaz de generar programas de educación ambiental, para escolares y adultos, tanto en la Patagonia Norte, como en Chiloé mismo, debido, por supuesto, a la mayor densidad poblacional de la Isla Grande, en la cual estamos expandiendo nuestro trabajo y ad portas de inaugurar la nueva oficina de MERI», añade.
Estos programas han sido muy exitosos, tanto en términos de cobertura como de impacto, al punto que están llevando a niños de otras regiones, en particular un grupo de escolares con vocación científica de Isla de Pascua, a la Patagonia Norte, para compartir con científicos y participar de los programas tanto al aire libre como en los laboratorios del parque.
«Trabajar con la comunidades de la Patagonia Norte y Chiloé ha sido un privilegio, tanto por el amor con el que generación tras generación, transmiten su cultura, así como por el lugar privilegiado que habitan», dice.
«A su vez, constato a diario la urgencia que existe en términos de avanzar hacia un desarrollo sustentable, desde todo punto de vista, en todas las regiones en las cuales trabajamos».
En ese sentido, Cortés cree que la filantropía permite generar valor social. «Se trata de una nueva mirada, que va más allá del clásico rol atribuido al empresario, en cuanto a crear valor financiero o económico, únicamente», enfatiza.
A ella, esta fundación, tanto como las otras dos, la llenan de satisfacción y orgullo. Sin embargo, sabe que hay tremendos desafíos aún por cumplir. «MERI ha crecido muchísimo en estos cinco años de vida», señala.
«Hemos sido capaces de generar proyectos científicos de primer nivel, lo cual nos ha permitido trabajar en alianza con el mundo científico y académico, nacional e internacional, a la vez que incorporar tecnología de vanguardia en nuestras investigaciones. A modo de ejemplo, contar que la investigación de la ballena azul es trabajada codo a codo con la Woodshole Oceanographic Institution (WHOI ), con quienes nos une una relación de excelencia profesional pero también personal. Son varios los años recorriendo el Golfo del Corcovado e investigando nuestros mares en conjunto», relata.
Desde un punto de vista de personal, ser parte de este equipo ha sido una experiencia muy enriquecedora y un tremendo aprendizaje en la vida. Resalta también, por supuesto, el hecho de que los científicos de MERI han apostado por bajar la ciencia, de alguna forma, a la ciudadanía. «Y ese enfoque que, personalmente, considero crucial, se hace esencial a mis ojos», expresa.
Por otro lado, este año, junto al Centro Cultural Palacio de La Moneda, Cortés y su equipo están desarrollando la exposición «Ballenas, voces del mar de Chile», que presenta parte de lo que han recogido y registrado, en estos años, sobre los cetáceos presentes en nuestros mares.
«Esta muestra se ubica en pleno centro de Santiago y tiene la virtud de alcanzar a miles de personas. Pero a su vez, junto a la exhibición, se realiza una serie de conversatorios, para dialogar con el público, de manera participativa, sobre nuestro mar y sus diferentes ángulos, ya sea desde el mundo de la literatura, ciencia, arte u otro», destaca.
Como siempre, el enfoque es el mismo, es decir, fomentar el acceso de la comunidad a la ciencia y, en este caso, al ecosistema marino, según Cortés.
«Con esta muestra, queremos que la mayor cantidad posible de chilenos y chilenas conozcan nuestro océano, su valor y características. Nos hemos dado cuenta de la falta de conocimiento que existe en las escuelas, sobre los temas marinos y, en particular, sobre los cetáceos. Por lo mismo, esta exposición surgió como posibilidad para levantar la voz respecto a una realidad marina que nos rodea».
Y, evidentemente, se preocuparán de hacer llegar parte de este conocimiento a regiones.
Uno de los focos de investigación de la Fundación son las ballenas azules.
«La ballena azul es una especie majestuosa e imponente, no cabe duda. Pero más allá de su belleza, existen razones fundadas y científicas para explicar la necesidad de estudiarla y conservarla», asegura.
«Y este análisis no es solo local sino que es un diagnóstico compartido a nivel internacional, que se traduce en estudios y fondos concursables, a los cuales los científicos de MERI postulan. Este punto es importante, pues muestra el interés internacional por investigar los mares chilenos y sus cetáceos», dice.
«Por lo mismo, los chilenos debemos reconocer nuestro ecosistema, océano, su potencial, así como su rol en el ecosistema marino mundial. Doy gracias de poder trabajar en un área tan fundamental para el futuro de Chile y del ecosistema. Es parte de mi compromiso de vida y aquí me voy a quedar», afirma.