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La cultura machista en el arte CULTURA

La cultura machista en el arte

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Este año le fue otorgado el Premio Nacional de literatura a Diamela Eltit. Este positivo reconocimiento a la autora nos invita a reflexionar en varios niveles. Por una parte se reconoce formas de literatura “minoritarias” como menciona la artista y por otra reaparece el tema, constante, de la discriminación multidimensional hacia la mujer. En Chile han existido, y existen variedad de mujeres con méritos suficientes para reconocimientos de muchos tipos. En el caso del arte la evidencia cuantitativa se puede observar en la desproporcionada cantidad de premios nacionales de literatura y arte a hombres y mujeres. En el caso de la literatura, desde 1942 hasta la fecha se han premiado 49 hombres y 5 mujeres contando la autora que menciono al comienzo. En artes, desde 1944, también hasta la fecha, 21 hombres y 6 mujeres. Entre los dos premios sumamos 70 hombres y 11 mujeres.

[cita tipo=»destaque»]Uno de los intentos mínimos de reconocimiento de artistas mujeres se comenzó a realizar el año pasado con el proyecto “Editatón” de Chile, el cual consistió en una convocatoria para la visibilización de 100 mujeres artistas chilenas del siglo xx y xxi a través de Wikipedia. Esta iniciativa fue organizada por el Área de Artes Visuales del CNCA, MNBA, MAC, y el Nodo de Prácticas Artísticas y Feminismos Críticos. Estas iniciativas las podemos tomar como aportes para la búsqueda de archivos sobre trayectoria de mujeres y que comiencen a generar la eliminación de falacias por omisión.[/cita]

No podría decirse que la actividad intelectual y artística en el país se ha marcado por mayor productividad de cantidad y calidad de los hombres a diferencia de las mujeres, la diferencia ha sido de parámetros de medida en la apreciación y distinción con que se evalúan los estilos y ejercicios estéticos, pues, en este caso y en muchos, son los modos de una cultura y sus tradiciones los sustentadores de una situación como la que ejemplifico, sumando los favoritismos políticos de gobiernos de turno. Un ejemplo de esto último es el polémico Premio Nacional de Arte en el 2000 a Raúl Zurita, considerado, no por pocos y pocas, como una compensación por su compromiso de campaña política con la Concertación (en 1990 fue nombrado agregado cultural en Roma por Patricio Aylwin y en el 2000 realizó un poema al recién electo presidente Ricardo Lagos, el mismo año en que recibiría el premio). El uso del arte como posible compensación del favoritismo de funcionarios, algo en lo que no cupo dudas el año 2014 cuando parte del partido socialista planificó, en el término de la gestión curatorial del director del Parque Cultural de Valparaíso Justo Pastor Mellado, incorporar un artista que no cumplía ni calzaba con la planificación que estaba realizando el director y curador. El artista Andrés Ovalle, gracias a un favoritismo político vinculado a la campaña de la segunda candidatura de Michelle Bachelet, se le permite realizar, en la sala principal del parque, la última exposición antes de la salida del director a cargo. Fue un favoritismo infantil y una manera de intentar opacar los últimos meses del curador, debido a su vinculación política con el primer mandato de Sebastián Piñera.

Siguiendo el tema inicial, podemos ver, como dato, que la primera mujer en recibir el Premio Nacional de literatura fue Gabriela Mistral en 1951, seis años después de haber recibido el premio Nobel de literatura, es decir, el primer reconocimiento importante no fue en Chile, y no se, con exactitud, si se lo hubieran dado de no no haber obtenido el premio internacional. Siguiendo esta hipótesis, hubieran pasado casi 20 años antes que en 1961 Marta Brunet recibiera el premio nacional (10 años después del premio de Mistral). Estas suposiciones pueden considerarse no vagas si miramos la evidente discriminación que han pasado las artistas chilenas en los reconocimientos que les corresponden. Un ejemplo emblemático en arte es Matilde Pérez, una incuestionable artista de importancia nacional e internacional de vasta trayectoria, quizá la más importante exponente del arte cinético. Esto es un ejemplo de algo que no puede continuar, sin desmerecer a la mayoría de los premiados masculinos, pero el desnivel numérico de premiaciones nacionales “habla” por sí solo.

Uno de los intentos mínimos de reconocimiento de artistas mujeres se comenzó a realizar el año pasado con el proyecto “Editatón” de Chile, el cual consistió en una convocatoria para la visibilización de 100 mujeres artistas chilenas del siglo xx y xxi a través de Wikipedia. Esta iniciativa fue organizada por el Área de Artes Visuales del CNCA, MNBA, MAC, y el Nodo de Prácticas Artísticas y Feminismos Críticos. Estas iniciativas las podemos tomar como aportes para la búsqueda de archivos sobre trayectoria de mujeres y que comiencen a generar la eliminación de falacias por omisión.

Este problema, obviamente, no es solo en las artes, pero en esta breve columna me interesa hacer mención a algo que, de una vez por todas, debe reconocerse como un problema que está arraigado en nuestra cultura. Es imposible que cambie si no cambiamos reeducándonos, rechazando (en términos chomskianos) la desintelectualización política adiestrada e instalar, gradualmente, las herramientas hacia la generación de sujetos con honestidad intelectual crítica para acercarnos a un mundo no discriminatorio en relación al tema que nos convoca en esta lectura.

Samuel Toro C. Licenciado en Arte. Egresado Magíster en pensamiento Contemporáneo. Editor Revista de Arte Sonoro y Cultura Aural, UV.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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