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¿Qué hacer con Nietzsche? CULTURA|OPINIÓN

¿Qué hacer con Nietzsche?

Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
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¿Qué hacer con un pensador de derecha que se ha convertido en un favorito de la izquierda? ¿Cómo entender que, contrariando lo que el mismo Nietzsche hubiese deseado, sus ideas han fertilizado la mente de una legión de pensadores de izquierda? Hay que considerar entre estos al joven Lukács y a la totalidad de la Escuela de Frankfurt en Alemania. En las ultimas décadas, a Bataille, Klossowski, Deleuze, Guattari, Derrida, Foucault y Baudrillard en Francia. Y en Chile, a Eduardo Carrasco, Martin Hopenhayn, José Jara, Vanessa Lemm, Jaime Sologuren y el amplio frente de sus discípulos.  

Michel Foucault es la figura prócer de la izquierda nietzscheana. El más prominente de los atributos que Foucault le confiere a Nietzsche es el anti-autoritaritarismo. Para Foucault Nietzsche es el precursor de la diversidad y la diferencia en filosofía; es el pensador que socava los fundamentos de unidad y estabilidad, y zapa los soportes ontólogicos en que se funda la autoridad del Estado. Un pluralismo radical es salvaguardia frente a la centralización del Estado. Como protección frente al autoritaritarismo la epistemología de Nietzsche es nominalista, perspectivista y abandona la noción de verdad como descubrimiento. Es el mismo Nietzsche quien escribe: “Nada es verdad, todo está permitido” (Zaratustra IV, ‘La Sombra’).

[cita tipo=»destaque»]Con respecto a la unidad de su obra me parece que la opinión de Thomas Mann demuestra que los nietzscheanos de derecha tienen clara la película. Escribe Mann: “A pesar de que su obra, predominantemente aforística, brilla con mil coloridas facetas, aunque sean muchas las contradicciones superficiales que puedan demostrarse en sus libros, su pensamiento fue, desde un comienzo, un todo coherente, y permaneció siempre el mismo…No podemos enfatizar suficientemente la unidad y coherencia de la obra de Nietzsche.” Nietzsche mismo lo reconoce en una carta que envía a Paul Deussen desde Niza el 3 de enero de 1888. Se refiere ahí  “a su centruma la gran pasión a cuyo servicio dedica su vida.”[/cita]

Esta imagen de un Nietzsche anti-autoritario y relativista es irreconocible para pensadores como Weber y Heidegger. Es asimismo irreconciliable con el Nietzsche heroico de Bertram y Stefan Georg, el mismo que luego ‘nazificarían’ Bäumler y Würzbach. No corresponde tampoco con el conservantismo nacionalista de Francisco Antonio Encina y Mario Góngora, en quienes se puede observar su influencia. Y no corresponde con el Nietzsche neo-fascista de Julius Evola, admirado por Miguel Serrano, y convertido ahora en el guru de Bannon y el alt-right en Estados Unidos.

Lo que las lecturas de derecha enfatizan es la crítica de Nietzsche a la modernidad, particularmente al imperativo moral que exige reconocimiento para la dignidad humana y respeto por los derechos humanos. Los nietzscheanos de derecha cuestionan el legado liberal de la Revolución Francesa porque valida un modo de vida decadente que encuentra refugio en el ideal de la igualdad. Se justifica así la idea de un Estado que brinda seguridad y bienestar a todos por igual, pero que en realidad solo generaliza la mediocridad. Esta trampa ideológica anula la iniciativa y creatividad de los más capaces, e inhibe la competencia. Nietzsche favorece una moralidad distinta, una moral sana y elevada que demanda un orden jerárquico cuya cima ocupan superhombres aristocráticos. Nietzsche, sin duda, es un autor peligroso para el desarrollo y salvaguardia de una institucionalidad liberal y democrática.

Es necesario reconocer que la profusión de sus ideas, y la aparente fragmentación y discontinuidad de sus escritos, favorecen lecturas como las de Foucault que niegan la posibilidad de encontrar en Nietzsche un propósito o precepto central. Su estilo libre, suelto y a-sistemático hace difícil atribuirle una intención autoritaria. ¿Cómo podría ser peligroso un autor que, como reconoce Foucault, “inquieta lo que consideramos estable, fragmenta lo que pensamos unido, y muestra la heterogeneidad de lo que imaginamos consistente consigo mismo”? El perspectivismo que defiende y su relativismo son garantía de que sus ideas no tengan aplicación política. Si su obra tuviera unidad y continuidad podría pensarse en una posible resonancia política de sus ideas. En ese caso habría que replantearse la pregunta por su peligrosidad, particularmente porque entonces su perspectivismo y relativismo serían solo la piel de un cordero liberal que cubre a un pernicioso lobo autoritario.

Con respecto a la unidad de su obra me parece que la opinión de Thomas Mann demuestra que los nietzscheanos de derecha tienen clara la película. Escribe Mann: “A pesar de que su obra, predominantemente aforística, brilla con mil coloridas facetas, aunque sean muchas las contradicciones superficiales que puedan demostrarse en sus libros, su pensamiento fue, desde un comienzo, un todo coherente, y permaneció siempre el mismo…No podemos enfatizar suficientemente la unidad y coherencia de la obra de Nietzsche.” Nietzsche mismo lo reconoce en una carta que envía a Paul Deussen desde Niza el 3 de enero de 1888. Se refiere ahí  “a su centrum, a la gran pasión a cuyo servicio dedica su vida.”

En Dangerous Minds: Nietzsche, Heidegger, and the Far Right (Pennsylvania, 2018), Ronald Beiner piensa que ese centrum es la crítica de Nietzsche a la cultura moderna que asume la racionalidad e igual dignidad de las personas. No hay horizontes de separación que definan rangos sociales jerarquizados. Nietzsche rechaza un modo de vida carente de horizontes y repudia la cultura igualitaria que se ha expandido bajo el alero del Cristianismo y que ha inhibido el desarrollo de sociedades aristocráticas. Con esta crítica Nietzsche colisiona frontalmente con los postulados liberales, lo que complica la verosimilitud de un nietzscheanismo de izquierda.

Beiner examina cuatro pasajes en la obra de Nietzsche que dejan en claro lo que sucede cuando los horizontes de la vida se amplían hasta desaparecer. En el primer texto, Nietzsche exalta a los rudos habitantes de los valles alpinos de Suiza, cuyas vidas se definen por la presencia de estrechos horizontes. A pesar de que su conocimiento es limitado y su proceder es muchas veces injusto y erróneo, son modelos de saludable vigor, y una alegría para quienes los conocen. El segundo texto observa cómo el conocimiento científico disuelve antiguas creencias y horizontes. La secularización genera individuos inquietos, desconsiderados y sin amor. En el tercero, Nietzsche ensalza la obediencia. De la obediencia nace la virtud, el arte, la música, la danza y la espiritualidad. Se necesitan intelectuales que se impongan a sí mismos la disciplina de pensar de acuerdo a las directivas fijadas por la iglesia o los tribunales, por más irracionales, caprichosas y crueles que ellas sean. El último texto se refiere al matrimonio moderno en el que se ha extinguido toda racionalidad, pues ha desaparecido el horizonte institucional que lo definía cuando se fundaba en la sola responsabilidad del marido. El matrimonio ha devenido una institución eminentemente disoluble en tanto que aparece ahora sujeto a pasiones y sentimientos efímeros.

Si el desánimo que le causa la carencia de horizontes lo aleja del liberalismo, su crítica cultural, su Kulturkampf, lo distancia de la democracia. Ataca al Cristianismo buscando desarticular el igualitarismo que impide la formación de un régimen aristocrático. Se trata de afirmar el ordenamiento natural que impone espontáneamente la vida misma. Las reglas estatales que igualan las oportunidades, que doblegan las ambiciones personales y que redistribuyan la riqueza, forman parte del nihilismo democrático. El cristianismo y la democracia han conquistado la modernidad. El aristocratismo de Nietzsche demanda su derrota.

Con respecto a la continuidad de su obra hay que reconocer, con Thomas Mann, que el pensamiento de Nietzsche es, desde un comienzo, un todo coherente y permanece siempre el mismo. En nuestro libro, con Oscar Velásquez, Nietzsche y el aristocratismo de Teognis (LOM 2018), damos cuenta de lo que piensa Nietzsche desde un comienzo. Examinamos ahí el De Theognide Megarensi, la disertación que escribe a los 19 años como requisito para graduarse de Schulpforta. Su tema es la vida y obra de Teognis, un poeta griego de siglo VI a.C. El contexto de su vida y obra está determinado por su pertenencia a la aristocracia de Megara y por su reacción frente a la revolución democrática que, por primera vez en la historia de la humanidad, derroca un régimen aristocrático afianzado desde tiempos inmemoriales. El triunfo democrático le significa a Teognis la expropiación de sus tierras, la cesación de su modo de vida, y finalmente el exilio. Vive así en carne propia el eclipse del horizonte de vida que lo separaba de una clase subordinada, esclavizada y obligada a vivir en los extramuros de Megara. Paralelamente ello también significa una ampliación del horizonte de los plebeyos que ahora se lanzan a navegar el Mediterráneo, fundando emporios comerciales y amasando fortunas.

En sus elegías Teognis lamenta que estos advenedizos se casen con mujeres de la aristocracia empobrecida, y que los antiguos optimates se unan con las hijas plebeyas de los nuevos ricos. Nietzsche toma nota de la resentida queja del poeta: “Nunca una cabeza esclava ha crecido erguida sino que es siempre torcida, y su cuello oblicuo. Porque de la cebolla no crecen ni rosas ni jacintos, y nunca de esclava un hijo de sentimientos libres” (vv. 535-38). También anota estos versos: “Para carneros, asnos y caballos de raza, Cirno, buscamos una hembra de buen pedigree; pero un hombre noble no lo piensa dos veces para casarse con la hija plebeya de un padre plebeyo si éste le obsequia muchos bienes; y una mujer noble no desdeña el lecho de un hombre plebeyo si es rico” (vv. 183-8). Hay que ver en esto un anuncio de la práctica eugenésica que recomendará Nietzsche más tarde.

No solo los horizontes deben quedar bien definidos. Teognis se embarca también en una guerra cultural para desprestigiar a los antiguos siervos. La necesidad de fijar horizontes o líneas de separación entre optimates y plebeyos lo conduce a declarar una Kulturkampf que exalta a la nobleza y estigmatiza moralmente a los plebeyos. En Genealogía de la moralidad, posiblemente su obra más importante, Nietzsche reitera lo que ha aprendido de Teognis. “Son los ‘buenos’ mismos, es decir los aristócratas… quienes se sienten y se definen a sí mismos como buenos.” Buscan, de esta manera, marcar distancia con lo vulgar y ordinario, y afirmar así su derecho a crear valores. Esta es la real génesis de la oposición moral entre lo ‘bueno’ y lo ‘malo.’ Teognis es quien le permite a Nietzsche avanzar en el estudio del lenguaje moral y ser quien primero observa que en esas palabras “que significan lo ‘bueno’, relumbra todavía el matiz principal por el cual los aristócratas se ven a sí mismos como perteneciendo a un rango superior.” Y añade: “Se refieren a sí mismos como ‘los veraces’; y son primordialmente aristócratas griegos, cuyo portavoz es el poeta megarense Teognis.”

La unidad y continuidad del pensamiento de Nietzsche verifica la ajustada interpretación del nietzscheanismo de derecha. No se trata aquí de un autor que solo aspire a la perfección personal, a la auto-creatividad, y no valen defensas suyas que lo muestren exclusivamente interesado en asuntos culturales, y no políticos. El aristocratismo que Nietzsche hereda de Teognis es ciertamente cultural, pero la Kulturkampf que declara contra el liberalismo y la democracia tiene un sentido indudablemente político, lo que lo hace ser un autor peligroso. El peligro crece cuando se advierte que Nietzsche tiene razón al lamentar que la modernidad, ya lo había visto Tocqueville, puede significar una pérdida del sentido heroico de la vida y el abatimiento y extenuación de propósitos más elevados. El lado oscuro del liberalismo moderno es un individualismo abstracto que, al borrar horizontes, nos desarraiga y banaliza nuestras vidas. Qué mejor antídoto que Nietzsche para el conformismo que paraliza a la juventud moderna.

Nuestros demócratas harían bien en desestimar el canto de sirena de los nietzscheanos de izquierda. El anti-autoritarismo de Nietzsche no es tal. Sus fulminaciones contra el Estado se dirigen contra el Estado democrático, y las hace a partir de su idea de un Estado aristocrático. Por ello conviene no perder de vista y cuidarse del Nietzsche de los nietzscheanos de derecha.

Renato Cristi. Dept. of Philosophy, Wilfrid Laurier University.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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