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La conveniente estetización en el fracaso de la izquierda CULTURA|OPINIÓN

La conveniente estetización en el fracaso de la izquierda

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Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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El arte ya no cambia la vida, sino que decora la victimización política. Para esto último se descansa en el constante beneplácito de los carentes artistas que aceptan condiciones de este tipo por ignorancia o, directamente, necesidad. Es una complicidad perversa, pues daña todo el flujo cultural de un país haciéndolo parecer creciente en tanto cantidad, sin reparar en que, desde los 90, en Chile la relación de compromiso crítico desapareció y nos encontramos, hasta la fecha, en una nación sin identidad artística contemporánea.


En un artículo publicado en el año 2015 por Luis Ignacio García titulado “Nuestros años ochentas Reflexiones desde la vida dañada En torno a Los espantos. Estética y postdictadura de Silvia Schwarzböck” se puede leer la interesante hipótesis con respecto al fracaso de las izquierdas en Argentina y la estetización de la misma. Mi mención a este texto es debido a que encuentro cruces y similitudes con Chile. 

Parte de los puntos importantes que se nos presentan en la reflexión del texto es sobre la desclasificación y el creciente alejamiento de la realidad por parte de las izquierdas. Uno de los ejemplos que se plantea es sobre la teoría de los géneros, donde se menciona que la supuesta democracia como tal, en realidad sería una postdictadura, la cual, con sus correspondientes espantos, se incorporaría a una narrativa y género del terror, es decir, se la estetizaría para manejarla como relato abordable intelectualmente y como oportunidad espectacular alejada de la relación con el propio contenido de realidad terrible que se le pueda atender. Esta situación, agrega el autor, no es comparable con la estetización política benjaminiana, la cual se inscribía en el “monumentalismo fascista  y de la violencia fusional de la guerra técnica convertida en espectáculo” (García, 2015). Por el contrario, hoy en día las los intelectuales de izquierdas estarían “conversos”.

[cita tipo=»destaque»]En esta situación, se le entrega en bandeja la carencia de realidad a la derecha, la cual no cumple con los requerimientos simbólicos de la culpa y, por lo tanto, la poca estetización política que ejecutan es en tanto repetición de sí misma. Sus pocos contenidos narrativos no requieren del recurso estético antes señalado (solo si es continuación del espectáculo, pero no en tanto derrota), sino de la eficiencia en tanto ficción de crecimiento por sobre la reflexión y conocimiento de lo que conllevaría este mismo crecimiento.[/cita]

Es interesante constatar, a partir de las reflexiones del texto, que una de las acciones que se pueden apreciar por parte de las izquierdas con respecto a la cultura y las artes: la aparente ocupación en estos temas a diferencia de la poca preocupación por parte de la derecha, no sería en base, solamente, al discurso sobre la importancia educativa y ”emancipatoria” potencial por parte del potenciamiento cultural-artístico, sino la estrategia de la victimización artística e intelectual en tanto posición estética en una dialéctica del horror por parte de la herencia directa de la social democracia neoliberal de lo político. 

La postdictadura generaría la “sobrevivencia de la izquierda como cultura, la reducción de la vida de izquierda a la autonomía del campo cultural, representa nada menos que el triunfo de la vida de derecha: Bourdieu como sepulturero de la vida verdadera” (García, 2015). La diferencia que establece con Chile no la comparto, en el sentido que argumenta que a diferencia de Chile en Argentina la posderrota atraviesa el “núcleo de la derrota”, o sea, que el retorno a la democracia no son el fin de la dictadura, sino la victoria de la misma “en tanto retorno a la democracia”. Entonces la democracia se la atribuye como postdictadura en tanto “posteridad, económica y simbólica, de la propia dictadura”, donde la dictadura ya no fue más desaparición de las personas y pasó a transformarse en la victoria de la derecha que, según palabras de la autor “era lo único que le interesaba al dispositivo desaparecedor”.

No es tan difícil constatar parte de estos argumentos a la luz, por ejemplo, situacionista y la crítica del espectáculo de la sociedad por parte de Debord a pesar de las críticas del fracaso revolucionario del movimiento por parte activa de las izquierdas socialdemócratas, pues a éstas les viene muy bien el calce en torno a la estetización espectacular de imágenes y sonidos revolucionarios por parte de un  Allende o un Che Guevara. Y no les basta con esto. Dentro de su ignorancia del intento político artístico honesto, convierten las artes y la cultura en la plataforma o soporte donde invertir la carencia simbólica y real de la cual ya no pueden sostenerse. Aquí el arte es la instrumentalización de esta carencia en tanto mecanismo y objeto de suplantación crítica. El arte ya no cambia la vida, sino que decora la victimización política. Para esto último se descansa en el constante beneplácito de los carentes artistas que aceptan condiciones de este tipo por ignorancia o, directamente, necesidad. Es una complicidad perversa, pues daña todo el flujo cultural de un país haciéndolo parecer creciente en tanto cantidad, sin reparar en que, desde los 90, en Chile la relación de compromiso crítico desapareció y nos encontramos, hasta la fecha, en una nación sin identidad artística contemporánea.

En esta situación, se le entrega en bandeja la carencia de realidad a la derecha, la cual no cumple con los requerimientos simbólicos de la culpa y, por lo tanto, la poca estetización política que ejecutan es en tanto repetición de sí misma. Sus pocos contenidos narrativos no requieren del recurso estético antes señalado (solo si es continuación del espectáculo, pero no en tanto derrota), sino de la eficiencia en tanto ficción de crecimiento por sobre la reflexión y conocimiento de lo que conllevaría este mismo crecimiento. 

Mientras, dentro de la crisis general de las izquierdas, ni siquiera cabe la crítica burguesa de las vanguardias, sino el constante aprendizaje y perfeccionamiento de la vida sin revolución en tanto logro postdictatorial de la repetida social democracia, la cual, lleva en uno de sus estandartes la “estetización de la derrota”.

Samuel Toro. Licenciado en Arte. Candidato a Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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