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“La Humanidad Aumentada”, el libro de Éric Sadin sobre la transformación digital del sujeto CULTURA|OPINIÓN

“La Humanidad Aumentada”, el libro de Éric Sadin sobre la transformación digital del sujeto

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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En la dimensión genealógica del ensayo, la invención del smartphone marca el fin de la revolución digital –y el inicio, en consecuencia, de la transformación digital del mundo –, representando “el primer objeto que generalizará, a largo plazo, el fenómeno de la realidad aumentada”, que induce un doble régimen de percepción: aquel aprehendido por nuestros sentidos y aquel alimentado por una miríada de servidores (que interactúan con los primeros a través de interfaces, influyéndose mutuamente)


Evocando la “personalidad” de la supercomputadora HAL 9000 de la película 2001: Odisea en el Espacio (Stanley Kubrick, 1968), que funge como metáfora para su planteamiento, el ensayista y filósofo francés Éric Sadin, uno de los grandes nombres en la investigación de lo que se ha venido a llamar “subjetividad digital”, lleva a cabo en La humanidad aumentada: La administración digital del mundo (Editorial Caja Negra, 2017, Premio Hub al ensayo más influyente sobre lo digital) una genealogía y caracterización de la técnica contemporánea, y en particular de la inteligencia de la técnica.

 

No está de más recordar que la técnica (techné) es una categoría fundamental dentro de la filosofía homónima (philosophy of technology, en inglés) que involucra una serie de fenómenos que se dan en la interacción entre el ser humano y las cosas del mundo. Esta relación da origen, a través del atractivo del objeto y la manipulación humana consiguiente, a ciertas formas estructuradas, materiales (como un iPhone) o inmateriales (como una fórmula econométrica), en principio artificiales, pero que poco a poco van ganando terreno en la realidad considerada “natural” hasta erigirse en una especie de leviatán ante el cual nos cabe la pregunta: ¿tenemos las riendas de esta criatura forjada (el sistema), o bien, habitamos en sus entrañas de silicio y nos sometemos sin darnos cuenta a sus prescripciones?

[cita tipo=»destaque»] La capacidad in crescendo de actuación y de respuesta controladoras de la inteligencia de la técnica, que pueden resumirse en la asistencia o control hiperindividualizad@ (la geolocalización supone el ejemplo más básico de esto), determinan en última instancia el surgimiento de un orden artificial o gubernamentalidad algorítmica que implica simultáneamente un proceso de civilización computarizada (la emergencia de una humanidad que se mueve y piensa electrónicamente al son de los comandos computacionales). Es así que “la pregunta kantiana ‘¿Qué puedo conocer?’, que funda la epistemología moderna, debe ser revisada desde cero en virtud de la aparición de un nuevo entorno cognitivo”. [/cita]

La aumentación a la que se refiere el título de la obra señala, por un lado, la naturaleza que tendría la inteligencia de la técnica, pues lejos de la vocación originaria de los teóricos de la inteligencia artificial (IA) –hoy la variante más representativa de la inteligencia emergente –que concebían ésta como émulo de la inteligencia humana, aquella ostenta una estructura altamente fragmentada (se realiza en la sinergia de pequeñas unidades que operan en dominios bien acotados de la realidad) y su impacto, sin embargo, afecta globalmente a los seres y las cosas. (Asimilada neurobiológicamente, en contraste, la inteligencia humana está basada en redes neuronales y aun un grupo de humanos federados probablemente nunca conseguiría equiparar la precisión y velocidad inferenciales de su pretendida sustituta.)

Una expresión tecnológica de este tipo de inteligencia desperdigada lo constituyen un sensor de temperatura, una cámara de reconocimiento biométrico y un software que procese la data recopilada por ambos dispositivos, los cuales podrían componer, bajo cierta configuración, un sistema inteligente que correlacionara el estado de ánimo (las expresiones faciales capturadas por el lente de la cámara) con la temperatura ambiental. No hay que olvidar en todo caso, asevera Sadin, que el tipo técnico de intuición está basado en “percepciones colectivas e individuales basadas sin cesar en procesos estimativos fácticos [matemático-binarios] incapaces de aprehender plenamente la verdad multiestratificada de nuestras realidades”; lo que consiguen aprehender, por lo demás, lo hacen con un alcance tal que excede con creces nuestros límites humanos.

Por otro lado, con “aumentación” el autor pretende poner de manifiesto la posibilidad de que, en el marco de una fusión entre humanos y máquinas, a la que se refiere como “antrobología” (una especie de juego entre los términos ánthrōpos, robot y logos), el ser humano viera modificada su intelección (en el sentido de razonar y conocer), ya sea favorablemente o no. ¿Llegaremos a ser unos cyborgs que, en lugar de reflexionar si alguien se siente o no cómodo con nosotros, si alguien nos ama o no, calcularemos automáticamente el estado emocional de toda la audiencia en derredor? De ser esto posible, la preocupación en ese sentido, el amor, ya no tendrían cabida como problemas o aspectos profundos de una futura “humanidad. Su solución vendría dada por defecto.

En todo caso el asunto en cuestión no consiste en determinar una potencial utilidad, o bien, la bondad o perjuicio de la sujeción de la inteligencia humana a la inteligencia de la técnica. Coincidiendo con Heidegger en su Pregunta por la técnica, para Sadin aquello no sería estar a la altura del problema. Más bien de lo que se trata es de que, en la disolución indefectible que experimenta el sujeto moderno, aprehendamos los múltiples retos que nos plantea hoy el advenimiento de una técnica inteligente, un “retorno del mainframe HAL”, y su propensión a administrar la realidad que humanos y máquinas comparten. De ahí que una investigación antrobológica tenga asimismo como base filosófica una fenomenología tecnológica contemporánea, que haga posible un estado de vigilia continua respecto de las innovaciones industriales, así como una atención a los usos individuales y a las prácticas sociales en perpetua reconstitución. “Es el imperativo de desplegar la potencia crítica para posicionarse conscientemente respecto de la verdad impuesta por la técnica.”

En la dimensión genealógica del ensayo, la invención del smartphone marca el fin de la revolución digital –y el inicio, en consecuencia, de la transformación digital del mundo –, representando “el primer objeto que generalizará, a largo plazo, el fenómeno de la realidad aumentada”, que induce un doble régimen de percepción: aquel aprehendido por nuestros sentidos y aquel alimentado por una miríada de servidores (que interactúan con los primeros a través de interfaces, influyéndose mutuamente). Esta aumentación, en lo que atañe a nuestra humanidad, no es descartable como un antiguo walkman, ya que ha acontecido una conversión digital de numerosos segmentos de la realidad, lo que la torna indispensable. Al respecto, nos dice el francés:

“Esta configuración genera formas inéditas de existencia y redefine las relaciones históricas con el espacio y el tiempo, de los que sabemos, desde Kant, que estructuran la base de nuestra experiencia. Es una vida que, hasta el momento, fue llevada adelante por elecciones inciertas inspiradas en una sensibilidad limitada a capacidades de aprehensión relativas, que se ve “aumentada” o curvada por procesos cognitivos en parte superiores y más avezados que los nuestros.”

Filósofo francés Éric Sadin en Congreso Futuro 2020

En la dimensión de caracterización, el libro propone una serie de hechos cruciales que marcan la condición antrobológica, destinada a estatuirse como conclusión de la obra, y que al mismo tiempo permiten entender los atributos principales de la inteligencia de la técnica. Ellos son:

  • La duplicación digital del mundo y su hipervigilancia, que señala una hiperconexión multiarquitectura y multiplataforma de la técnica a los entes del mundo, propiciada por la miniaturización y extensión sensible de ella por medio de sensores, y que queda bien representada por una de las dimensiones clave de la transformación digital, a saber: el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés).
  • La adaptabilidad del código legitima el error en la predicción computacional y su corrección en tiempo real como fundamento de la algoritmia: el código evoluciona instantánea y eternamente, y en su obsolescencia no pierden efectividad los procedimientos de evaluación, decisión y control sobre la realidad computarizada. Esta capacidad mienta a su vez otra, la de correlación multivariable y que Sadin describe como un develar técnico capaz de percibir con mayor precisión la naturaleza compleja, ciertos aspectos y vínculos insospechados y decisivos, de algunas de nuestras acciones y, en general, de nuestras realidades.
  • La delegación progresiva de poder a los procesadores, por su lado, dice relación con la capacidad de toma de decisión transferida a la técnica y que da sus primeros pasos con la aparición de los sistemas expertos en los años 90’. Es representativo de esto la facultad de sugerencia de las apps de los smartphones (por ej., aquellas que nos dictan cuándo hidratarnos o cuándo nuestra quema de calorías ha alcanzado la meta diaria o semanal).
  • La afección o humanización sistémicas envuelve la potestad de la inteligencia de la técnica de “humanizar” sus apéndices “en razón” de reacciones emocionales, por una parte, y, por otra, de dirimir dilemas éticos. Esto incrementa otro potencial suyo previo y fundamental, esto es, su infiltración solapada (soft) sobre lo real.
  • Por último, la totemización o sacralización de los productos tecnológicos, que, junto a la humanización antes expuesta, acaba por naturalizar el progreso técnico y persuade a la humanidad sobre lo inocuo y necesario que es para llevar a su culminación a aquella.

Cuanto se ha dicho, es decir, la capacidad in crescendo de actuación y de respuesta controladoras de la inteligencia de la técnica, que pueden resumirse en la asistencia o control hiperindividualizad@ (la geolocalización supone el ejemplo más básico de esto), determinan en última instancia el surgimiento de un orden artificial o gubernamentalidad algorítmica que implica simultáneamente un proceso de civilización computarizada (la emergencia de una humanidad que se mueve y piensa electrónicamente al son de los comandos computacionales). Es así que “la pregunta kantiana ‘¿Qué puedo conocer?’, que funda la epistemología moderna, debe ser revisada desde cero en virtud de la aparición de un nuevo entorno cognitivo”.

Con todo, Sadin insiste en que a pesar del carácter ominoso que pudiera revestir la genealogía y caracterización del imperio inteligente erigido por la técnica contemporánea, frente a su presencia e influencia insoslayables, nos convoca no a mirar con ojos amenazantes ni mucho menos con resignación el evento, sino a una asunción lúcida y responsable de nuestra condición, porque solo en este autorrepliegue será posible atisbar alternativas para el descentramiento del humanismo moderno, cuando menos “marcar un distanciamiento de la figura de HAL [y su ojo escarlata y omnisciente], ya no para neutralizarla o aniquilarla, sino para instaurar un juego vital abierto y dinámico”. Se nos invita, en suma, a despertar del letargo inducido por el aura santa y el dogmatismo que rodean las formidables tecnologías superinteligentes del presente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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