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El lugar del que no se habla CULTURA

El lugar del que no se habla

Aún hoy, a más de un año que no pongo pie sobre aquel lugar, me despiertan gritos, llantos, imágenes de chiquillos sangrando por una pelea arriba del techo o la voz de algún ETD descompensado tirándole la pelá a un colega o interno. Pese a los dos años que llevo con ayuda psicológica, no sé si alguna vez me dejarán de despertar esos flashes. Un centro SENAME muchas veces saca cosas hermosas de nosotros, pero en algún momento saca lo peor y marca tanto a internos como a profesionales, quienes hemos sido víctimas y victimarios en algún momento durante nuestro paso por aquel lugar.


“Se habla de ofrecer la rutina con normalidad. ¿Qué normalidad? ¿La de «a este lo van a terminar matando», «cayó al hospital porque le pegó un paco» o la de «se cortó porque estaba sicoseao y no sabía que más hacer»? ¿En qué lugar estamos que esas palabras salen tan sueltas de cuerpo como si fuera lo más normal?”.

Prólogo obra de teatro “Tirando la pelá», profesora.

Hace un tiempo, pasaba gran parte de mi día en el lugar más deprimente y desolador que he conocido. Yo era uno más de los profesionales que trabajaban en ese lugar, construido básicamente de cemento y fierro, que lo convierte en un témpano en invierno y un infierno en verano. Claro, es una cárcel, de menores, pero cárcel, “de plástico” para algunos internos, pero cárcel. Y como es una cárcel, la construyeron de ese material. La Cárcel de Menores de la Quinta Región del país, y que está administrada por SENAME.

El lugar se compone de dos zonas: sector de oficinas y traspasando la línea de fuego, el sector de “casas”. Ahí, en 10 casas, estructuradas según perfil psicológico, edad y trayectoria delictiva, cerca de 50 chiquillos esperan y/o cumplen condena. Están los CIP, “imputados” y “los CRC”, condenados. También están los Educadores de Trato Directo (ETD), pero ellos no son internos, aunque se relacionan entre ellos y con los chiquillos de forma similar.

El sector de casas es vigilado desde lejos por las torres de Gendarmería de Chile (GENCHI), casetas ubicadas en las puntas de la Línea de fuego, donde cabos veinteañeros, pegados a sus celulares, vigilan si algún chiquillo se sube al techo o cualquier evento fuera de regla. Si tal llegase a ocurrir, el protocolo es claro: intervenir y asegurar el sector. Y eso ocurre en promedio dos veces por semana en períodos tranquilos y por lo menos una vez al día en “períodos de contingencia”, que generalmente ocurren en septiembre y diciembre, debido a las festividades. Imagínese si usted para Fiestas Patrias o Navidad se encontrara privado de libertad, sin su familia, ¿cómo se sentiría? ¿se subiría al techo?

Recuerdo los veranos y uno en especial en que la máquina del agua que teníamos por esos días tenía una filtración y nos inundaba medio container. Porque esa era la oficina en que yo trabajaba: un container adaptado, que también se usaba como bodega y sala de trabajo de los profesionales. Un espacio multifuncional. Durante ese verano empezamos con Maríajosé Razón a escribir la obra dramática “Tirando la pelá”, una forma de vomitar todo el dolor y frustración percibida durante las interminables jornadas dentro del recinto. Luego de eso, decidimos montar la obra, en la que me ha tocado actuar. Revivir esos momentos mientras actúo no ha sido lo placentero que suponía, pero sí algo sanador.

Aún hoy, a más de un año que no pongo pie sobre aquel lugar, me despiertan gritos, llantos, imágenes de chiquillos sangrando por una pelea arriba del techo o la voz de algún ETD descompensado tirándole la pelá a un colega o interno. Pese a los dos años que llevo con ayuda psicológica, no sé si alguna vez me dejarán de despertar esos flashes. Un centro SENAME muchas veces saca cosas hermosas de nosotros, pero en algún momento saca lo peor y marca tanto a internos como a profesionales, quienes hemos sido víctimas y victimarios en algún momento durante nuestro paso por aquel lugar.

Rodrigo Castro Hurtado es director de la compañía de teatro Sociedad Antónima Teatro (SAT).

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