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“Vendrán días mejores, decía mi madre”, una bella novela de Charles Abello CULTURA|OPINIÓN

“Vendrán días mejores, decía mi madre”, una bella novela de Charles Abello

José Miguel Ruiz
Por : José Miguel Ruiz Escritor, poeta y profesor de Castellano (UC). Ha publicado, entre otros libros, “El balde en el pozo” (poesía, 1994), “Cuentos de Paula y Carolina” (narrativa, 2011) y “Gramática de nuestra lengua” (2010). Mención Honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago, 1975. Primer Premio en el Concurso de Poesía de la P. Universidad Católica de Chile, 1979. Premio Municipal de Arte, Mención Literatura, de la I. Municipalidad de San Antonio (1998).
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Por cierto que hay mucho más en esta novela o nouvelle que nos presenta el mundo a través de los ojos de un niño, la presencia omnipresente y arquetípica de la madre, la ruptura de un mundo idílico rural, los conflictos sociales, la muerte que asolará después, y la profundización existencial de quien se vuelve sobre sí mismo para desentrañar la realidad de su vida y de “la vida común”. Hay aquí un hermoso “jardín de los vivientes” y otro donde “la muerte nunca dejará de venir”. Un ahondar en la conciencia hasta las raíces de sí mismo y de la existencia humana. Una de esas novelas que nos acompañan con su leve presencia, desde su verdad, entre los libros de la vida.


Esta breve e íntima novela del escritor rancagüino y doctor en Educación, Charles Abello Aguayo –dedicada a su madre, sus hermanos y “a los jóvenes del movimiento de octubre de 2019”–, narra una historia de evocación, de pasado y presente, como si simplemente contara de profundis para su círculo más cercano, en un tono menor, como en susurro a veces, como se cuenta entre amigos.

Luego la publica en una autoedición a cargo del diseñador y editor Juan Cristián Peña, hijo de Jorge Peña Hen, aquel músico fundador de las Orquestas Juveniles fusilado por la Caravana de la Muerte en 1973. De esos tiempos también trata la novela.

Esta nos permite conocer la historia de un niño en contacto con la naturaleza, la relación con sus profesores; luego será el adolescente, el universitario y el hombre maduro. Son las etapas de la vida. Desde pequeño el protagonista –¿cuánto tiene de autobiográfico?, ¿cuánto hay de creación?– se caracteriza por su sensibilidad, por sus observaciones y hallazgos en el medio natural: un mosquito que queda atrapado en la tela de una araña y es devorado por esta, una culebra que ha logrado remontar el tronco de un cactus aun con las espinas, el bello “jardín de los vivientes” y el lugar de los muertos que también se descubre como parte de la dura realidad. A partir de estas observaciones se irá forjando un espíritu que se cuestiona por asuntos fundamentales de la existencia humana.

El ambiente es rural, con menciones a bosques, ovejas y cabras que pastan, cerdos, gallinas, insectos, hermosas flores, a los juegos de los niños en la escuela, a la relación con la maestra, pero en medio de aquel ambiente bucólico, de inocencia y belleza, comienza a aparecer un periodo histórico, con levantamientos del campesinado del Fundo Grande, y la represión que vino después, con su estela de muertos. Se ha abandonado el Paraíso. Son referencias históricas de muerte. En esta primera parte, siempre la presencia de la madre, la conservadora de la esperanza: “Vendrán días mejores”, y de la calma en medio de la tormenta: “así es la vida”.

El protagonista va reflexionando sobre su tiempo, sobre las relaciones entre aquellas imágenes guardadas desde su infancia –en que el más fuerte se superpone o se come al más débil: la araña al mosquito, el zorro que se roba y devora las gallinas– con los cuestionamientos de ahora, en que aquellas imágenes infantiles son una metáfora de lo que ocurre hoy. Mucho del relato es lo que pasa por la conciencia, el corazón, las ideas del protagonista, como un fluir del pensamiento de carácter existencialista. El sentido de lo humano, la búsqueda o presencia también de Dios en este análisis de la realidad. Es un monólogo que profundiza en problemáticas humanas, el de un hombre que va indagando en su propia interioridad y experiencias.

Por cierto que hay mucho más en esta novela o nouvelle que nos presenta el mundo a través de los ojos de un niño, la presencia omnipresente y arquetípica de la madre, la ruptura de un mundo idílico rural, los conflictos sociales, la muerte que asolará después, y la profundización existencial de quien se vuelve sobre sí mismo para desentrañar la realidad de su vida y de “la vida común”. Hay aquí un hermoso “jardín de los vivientes” y otro donde “la muerte nunca dejará de venir”. Un ahondar en la conciencia hasta las raíces de sí mismo y de la existencia humana. Una de esas novelas que nos acompañan con su leve presencia, desde su verdad, entre los libros de la vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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