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«Animales muertos»: la insinuante indeterminación CULTURA|OPINIÓN

«Animales muertos»: la insinuante indeterminación

Ramiro Villarroel Cifuentes
Por : Ramiro Villarroel Cifuentes Poeta, escritor y productor ejecutivo para cine y TV. Vive y trabaja en Temuco.
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Un rapto, rivalidades filiales, la muerte, la homosexualidad y las crisis familiares se dan en contextos y entornos predominantes como el mundo urbano, el ámbito forestal o la ciudadanía popular. Pero hay algo que destaca por su singularidad y que le da cuerpo al libro en su conjunto, que es algo muy insinuante: la indeterminación como sustancia seductora en cada uno de los textos, ya que el autor decide no entregarnos ninguna certeza, lo que se refuerza por haber optado por estructuras de composición no atenidas a un discurso central o hilo conductor único, lo que se refuerza por no mencionar momento específico o lugar, más allá que el determinado por lo humano o la naturaleza más genérica, como son exteriores e interiores o día y noche.


Aparecieron entonces unos pájaros
Y al mismo tiempo en la obscuridad descubrí unas rocas.
En un esfuerzo supremo logré distinguir las tablas de la ley:
“Nosotras somos las tablas de la ley” decían ellas
“Por qué maltratas a tu madre”
“Ves esos pájaros que se han venido a posar sobre nosotras”
“Ahí están ellos para registrar tus crímenes”

“Las tablas”, Nicanor Parra

Los doce cuentos de “Animales muertos” de Pablo Ayenao (Pitrufquén, 1983) se encuentran divididos en dos partes: “Aves domésticas” y “Aves silvestres”, en los que predomina un corte bestiario, que cataliza las distintas temáticas presentes en este volumen, donde animales son objetos determinantes de los relatos, ó están ubicados en una dimensión secundaria, con algunas especies más recurrentes que otras, como es el caso de los galgos, pájaros, peces o gusanos.

El reparto de los personajes, cuyo elenco arranca con niñas y niños que van más allá del bien y del mal -como es el caso del primero de los cuentos, “Vertical sobre el cemento”, que trata de un grupo de niñas y niños que encuentran un pájaro moribundo y que tratan en su ingenuidad de devolverlo al cielo, lanzándolo al aire para que retome el vuelo, hasta que “a media tarde, el exiguo aguilucho ha mutado en un amasijo amorfo y maloliente”, mientras “los infantes corren risueños por la calzada” (p.16)-, nos llevan a pensar en una amoralidad experimental propia de la infancia, expuesta en este caso de manera sintética y elocuente.

Más adelante, en el cuento “Frente al hombre dormido”, conocemos a Columbo, un indigente vecino del niño que hace la voz narrativa; indigente que nos recuerda el personaje del mito urbano que conocemos vulgarmente como el viejo del saco: “los padres de mis amigos asustaban a sus hijos con Columbo. Si no hacían las tareas vendría Columbo y se los llevaría a vivir a su choza. Si no eran obedientes en la catequesis vendría Columbo y los golpearía con un madero que ocultaba debajo de su gabardina. Si no querían ir a la escuela vendría Columbo y les robaría sus juguetes y sus recuerdos” (p.18).

Sin embargo en este cuento se abre un tema que es el del asesinato: “Era muy tarde cuando me despertó la sirena policial. Aún había toque de queda. (…) Escuché las descargas mientras veía el cuerpo de Columbo sacudirse debido a la fuerza de las balas. (…) después fue el turno de los perros. Los galgos aullaban cuando los disparos daban en el blanco. (…) Los carabineros se abrazaban y reían grotescos. Uno de ellos, el más alto, orinó sobre el cuerpo de Columbo” (p.20). Tema del asesinato que el autor trata en más de un cuento de este conjunto, como en “Recuerda que es verano” o el último cuento: “Galgo atrapa liebre”.

Un rapto, rivalidades filiales, la muerte, la homosexualidad y las crisis familiares se dan en contextos y entornos predominantes como el mundo urbano, el ámbito forestal o la ciudadanía popular. Pero hay algo que destaca por su singularidad y que le da cuerpo al libro en su conjunto, que es algo muy insinuante: la indeterminación como sustancia seductora en cada uno de los textos, ya que el autor decide no entregarnos ninguna certeza, lo que se refuerza por haber optado por estructuras de composición no atenidas a un discurso central o hilo conductor único, lo que se refuerza por no mencionar momento específico o lugar, más allá que el determinado por lo humano o la naturaleza más genérica, como son exteriores e interiores o día y noche.

Una lectura sugerente, que se deja fluir en planos y secuencias sin contornos precisos, sin comienzos ni fines definidos, pero que en sus respectivos núcleos nos logran entregar una sustancia narrativa compuesta de finas emociones, donde la narrativa está preñada de una poética muy particular.

Fecha técnica

“Animales muertos”, Pablo Ayenao, Cagtén Ediciones, diciembre de 2021, 124 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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