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«Memoria de una escritura amarga» de Verónica Silva Oliva: autores que han cometido crímenes reales CULTURA|OPINIÓN Crédito: Museo de la Memoria

«Memoria de una escritura amarga» de Verónica Silva Oliva: autores que han cometido crímenes reales

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La novela recorre nuestra historia. En la época de la Unidad Popular Camila es la que instiga a Tim – Townley a participar activamente en acciones de la ultraderecha. En palabras de Ana, “él la seguía siempre. Para ella parecía haber una fascinación por la aventura y el querer ir siempre más allá”. Se nos va presentando a una mujer fuerte. Bajo ese impulso de Camila, Tim comete su primer crimen ya en la época del gobierno de Salvador Allende.


El tema de los autores que han cometido asesinatos reales atrae. Investigué el tema. No son pocos, y los casos abarcan tanto a escritoras como a escritores, que cultivaban la mayor parte de los géneros literarios.

No estoy seguro si fue el primero, pero remontando unos siglos atrás, damos en Europa con un poeta maldito, el francés Françoise Villon, nacido en 1431, involucrado en robos y asesinatos. Luego de ese, encontré diez casos, probablemente hay otros. Entre los más conocidos, el escritor norteamericano William Burroughs que mató a su esposa, la escritora británica Anne Perry que asesinó a la mamá de una amiga, y la escritora chilena María Carolina Geel, que ya había publicado cuatro libros antes de ser condenada por dispararle a su amante, Roberto Pumarino, en el Hotel Crillón.

Pero sin duda el caso chileno más estremecedor, es el de la escritora Mariana Callejas, una cuentista que por motivos políticos devino en asesina junto a su marido, el estadounidense Michael Townley. Callejas se hizo conocida por su rol como agente de la siniestra Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de Augusto Pinochet, en la que participó en diversos atentados terroristas y otros delitos, entre ellos, directamente en el asesinato del general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires en el año 1974, y como cómplice en el asesinato de Orlando Letelier y su secretaria Roni Moffit el año 1976 en Washington, además de haber tenido prisionero en su casa en Chile (ocupada como un centro de operaciones la DINA) al funcionario de Naciones Unidas Carmelo Soria, luego asesinado por la dictadura. Por si fuera poco, la casa del matrimonio en Lo Curro fue ocupada como centro de torturas y Townley coordinó el frustrado atentado contra Bernardo Leigthon y su esposa Anita Fresno, en Roma, entre otras operaciones para matar opositores.

Ese es el trasfondo de la novela “Memoria de una escritura amarga”, de la escritora Verónica Silva, su tercera obra publicada. La estrategia narrativa es muy atractiva, recuerda las Matrioskas rusas: la narradora nos presenta a Ana, asistente de la escritora Camila (trasunto ficticio de Callejas), luego Ana toma la palabra y conduce la narración, pero cediendo la palabra a veces, alguna vez a la propia Camila, otra a su esposo Tim (Townley), y más de una vez a la casa de Lo Curro, es decir, la morada de la pareja es narradora de algunos pasajes. Esta polifonía de voces funciona, y es uno de los méritos de la obra, junto a su buen ritmo que agarra al lector, y una prosa precisa que evidencia el trabajo personal de la autora y su paso por los talleres de Gabriela Aguilera, Pía Barros y Francisco Mouat.

La novela recorre nuestra historia. En la época de la Unidad Popular Camila es la que instiga a Tim – Townley a participar activamente en acciones de la ultraderecha. En palabras de Ana, “él la seguía siempre. Para ella parecía haber una fascinación por la aventura y el querer ir siempre más allá”. Se nos va presentando a una mujer fuerte. Bajo ese impulso de Camila, Tim comete su primer crimen ya en la época del gobierno de Salvador Allende.

Se nos muestra la historia conocida post golpe de estado, con la pareja participando con entusiasmo en los organismos a cargo de la seguridad y la represión, a la par que comienza a despegar la trayectoria literaria de Camila, incluido su conocido taller literario en la casa de Lo Curro.

Es muy interesante la relación de Ana, la narradora principal, con Camila. Ana trata de entenderla, a la manera de un perfilador de criminales busca entender el comportamiento de la escritora, para eso lee a Borges, a María Luisa Bombal, investiga sobre la vida de Camila, relee sus obras, recuerda conversaciones con ella, y así le va armando al lector el rompecabezas de la vida de esa escritora asesina.

Escarba en las vivencias de Camila en un kibutz en Israel, luego en un barrio judío de Nueva York, más tarde en Miami, ya siendo pareja de Tim, y Ana nos muestra como todo eso va fluyendo tanto en los textos de la escritora, como en sus temerarias decisiones en su relación con su entorno y con su país. De hecho se nos muestra como ambas trayectorias, la literaria y la criminal, convergen. Al decir de Ana, cuando interpela a Camila respecto a una escena de tortura en uno de sus textos, la escritora le responde “Esas cosas también pueden suceder. Es una lástima, ¿verdad?”. “Me impresionaba su frialdad”, remata Ana.

En un pasaje de la obra, la casa narradora nos dice: “El garaje sobre todo, o el cuarto bodega del segundo piso: allí estuvieron y sufrieron lo indecible hombres y mujeres. Aun siento el rumor de sus quejidos, la sombra de sus miradas aterradas, su incredulidad y desesperanza. Ecos agreden mis paredes ya gastadas de dolor”.

Cuando se destapan las noticias sobre las siniestras actividades de la pareja, se nos muestra a una Camila dolida por la estampida de los miembros de su taller. Ese dolor muestra una genuina devoción por la literatura. Claro, una pasión que ha ido paralela a la de la violencia y los crímenes. La escritora resulta un personaje muy contradictorio, en su juventud abraza ideas de izquierda, y busca que sus textos reflejen “al hombre frente al sistema”, en particular al hombre marginal.

Verónica Silva no cae en la tentación de caricaturizar al personaje. Si bien Ana siempre considera deleznables los crímenes de la pareja, nos muestra otras aristas de la mujer, como su rigurosidad en lo literario. Dice Ana: “Yo veía una cierta ambigüedad en su narrativa. Quizás por sus vaivenes ideológicos radicales, al tiempo de apreciar su intensidad, sensibilidad, y el color de sus palabras, me costaba explicar las encontradas sensaciones que me producían sus cuentos”.

Bajo otros nombres, aparecen también los escritores que más se vincularon con Callejas: Enrique Lafourcade, su promotor, y los discípulos de ella: Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra. Este último, llamado Ignacio en la novela, es el único que no reniega de Camila cuando se hacen públicos sus crímenes.

En síntesis, una trama bien urdida por Verónica, donde nos estremecemos con los crímenes cometidos por la pareja, nos convence la excelente caracterización de Camila, y nos quedamos con la interrogante final de Ana cuando dice: “Leo y releo los datos de esa vida, y no encuentro las pistas que me permitan entender mejor su recorrido…”. Y es que cuesta asimilar esa realidad de las y los escritores que traspasaron los asesinatos desde la máquina de escribir (o el computador) a la realidad. La incredulidad, y el asombro, son dos sensaciones me deja esta muy bien narrada historia que Verónica nos entrega.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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