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Tres cuentos chinos CULTURA|OPINIÓN

Tres cuentos chinos

“La muerte de Camus y otros cuentos”, publicada por Simplemente Editores permite disfrutar relatos de tres escritores contemporáneos, representantes de una cultura tan diferente a la que conocemos como occidental, pero que, entre otras maravillas, inventó nada menos que la tinta y el papel.


“La muerte de Camus y otros cuentos”, publicada por Simplemente Editores permite disfrutar relatos de tres escritores contemporáneos, representantes de una cultura tan diferente a la que conocemos como occidental, pero que, entre otras maravillas, inventó nada menos que la tinta y el papel.

Gracias a las traducciones conocemos algo de su consagrada literatura clásica, ya parte del patrimonio de la humanidad, como el Tao Te King y el I Ching, o textos sobre la ciencia de la guerra que entrelazan la filosofía y la acción; y una poesía que pareciera introducir en objetos y seres humanos unos tenues filamentos que los desnudan y revelan para nosotros de un modo que parece imposible definir.

Desconociendo el idioma, como lectores es posible percibir que las traducciones tienen una calidad que las hace fluir sin tropiezos, pero como otra literatura, requiere una mayor familiaridad con ciertos códigos que permitan comprenderla en su real riqueza creativa y representativa. Creo que eso solo puede lograrse en la medida que su presencia se acreciente en las estanterías.

Algunos especialistas en literatura y que conocen bien nuestra lengua, como Sun Xintang, afirman que la literatura china contemporánea ha sido marcada de manera importante por la literatura latinoamericana, traducida al chino ya desde los 80. Tienen dos premios Nobel de Literatura: Gao Xingjian (1940), el 2000 y Mo Yan (1955), en 2012.

Los tres relatos son extensos, pero siempre interesantes, impulsan al lector a saber más. El primer cuento, “Noche en Pekín”, de Kou Hui, relata el regreso del protagonista a Pekín después de varios años, recorriendo un hutong sobreviviente, intrincado laberinto que penetra las profundidades de la ciudad en la que vivió. Recorre su pasado y podemos pensar que quizás regresó para eso. Reconoce y desconoce lugares, siente que está perdido y se asusta, ya es tarde y hay pocas personas en las calles.

Se apresura para tomar el último metro y salir de allí. Lo logra y pronto se fija en alguien; piensa que lo observa hace rato. El desconcierto y la inquietud aumenta, porque ve que esa persona es él mismo, pero el que era hace ocho años, y sabe que eso no es posible. Nos sitúa en el año preciso, 1989. El “desconocido” le pregunta si no lo reconoce y al darse cuenta de que no, su respuesta es contundente: “Soy tú, ¡quién más voy a ser!

Desde ahí surgen todo tipo de interrogantes sobre el texto, pero también desde la interrogación del pasado de los propios lectores. Dejar, abandonar, olvidar el pasado… ¿es también dejarse allí uno mismo? Curiosamente, a lo largo del cuento nunca sabremos los nombres de los protagonistas, solo los de lugares y estaciones del Metro.

La trama se desarrolla entre ese pasado abandonado, que tuvo consecuencias nefastas en tanto quien se fue dejó inconclusa una novela de nombre muy significativo, “Resurrección bajo el metro de Pekín”. Los efectos han sido desastrosos, porque el personaje necesitaba devorar el cerebro de 1000 escritores para volver a la vida y solo le falta uno: el del escritor-narrador que ahora está de regreso. Sin embargo, los personajes no solo han cobrado vida por sí mismos, sino que han edificado un mundo en las profundidades del Metro, mundo poblado por seres que aguardan por su vida “real”, no literaria.

La revisión del pasado recupera y desnuda acontecimientos frente a los cuales no solo sería posible entender mejor lo que pasó, sino enjuiciar también nuestras propias respuestas ante situaciones que hoy se revisitan con una mirada más crítica. El recorrido ahora es en conjunto: viajero y su otro yo.

Este viajero se describe como ‘escritor independiente’ y escucha lo que le cuenta su otro yo; en este deambular llegan a un árbol, en realidad el árbol, al que no ha olvidado porque tuvo un rol importante en su vida, y continúa perpetuándolo su otro yo.

Es un cuento deslumbrante, inesperado, sorprendente y, tal vez, eterno, en la medida en que es parte de una literatura diferente que espera que seamos capaces de descubrir múltiples interpretaciones, identificaciones seguramente, para las cuales tendremos que construir nuestros propios signos para mundos nuevos.

El segundo cuento tiene como autor a He Kaixuan, y se titula “Cuando el convoy del jefe llegó a la aldea”. El ambiente es campesino, hay caballos, vacas, cerdos que mueren de sed, campesinos que limpian los sembradíos y dos personajes, un hombre y una mujer, conversan y aguardan a alguien que viene en camino; recuerda la espera de Godot. Mientras, un convoy avanza con el jefe y acompañantes. El jefe expresa su descontento frente a esta insuficiente productividad limitada a los productos agrícolas: “debería haber peces”, refunfuña. En la aldea siguen esperando a quienes vienen motivados por la carrera -un evento deportivo de aldea-.

Por fin, el jefe y su séquito han llegado y es saludado como corresponde: “sea bienvenido, gran líder, a visitar nuestra aldea (…) Lo acogemos con fervor revolucionario en la víspera de nuestra cosecha de trigo, en la cual nos ejercitamos para mejorar nuestro desempeño en las labores del campo”. Yang Ju resulta ganadora y este esperado jefe la felicita de modo no convencional, mientras ella está ahogada de emoción: le acaricia el pelo, le pellizca “con afecto” las mejillas sonrojadas, le aprieta los hombros, le toca los muslos…

El jefe sabe que tiene que responder a esta población que espera ansiosa sus palabras y que ha convertido en un vergel lo que fue un pantano y lo hace: “¡Brutos! Tienen sus cuerpos sanos y fuertes como un potro! ¡Qué hacen para ejercitarse así! ¡Brutos! ¿Por qué aún no me recogen el trigo? ¡Ahora es cuándo! ¡Brutos!

Cumplida su labor, se sienta y tocan una campana que, como la flauta de Hamelin, congrega no a los ratones, sino a los campesinos para cosechar el trigo y así lo hacen, como deben cumplirse las órdenes. En una nueva comprobación del poder de este jefe, uno de sus acompañantes le dice que llame a esos maravillosos cerdos, porque lo reconocen y saben quién es. Duda, pero lo hace; quien cuida los cerdos los encamina y el jefe les da a probar galletas de mantequilla mientras los animales se arremolinan a su alrededor y van inquietándose más y más.

Luego, uno de los lugareños recuerda que conoció a este mismo jefe hace ya veinte años, cuando preguntó “¿Por qué putas aún no prenden fuego?”, con la autoridad que sentía ilimitada y eterna. Le dicen que porque hay mucho viento, pero su respuesta es ¡Fuego! y lanza una antorcha provocando un gran incendio, en el que él se quema una pierna.  Y desde ese recuerdo, Feng Peilan se pregunta: “Después de veinte años ¿qué ha cambiado? Ahora viste un uniforme Mao, llegó en un Mitsubishi y tiene el pelo completamente blanco”.

Esas interrogantes surgen, inevitablemente, también de la propia lectura. Por otra parte, el ambiente y contenidos de este segundo cuento no tienen relación con los del primer relato; aquí hay una aceptación irrestricta del poder del jefe, por insensatas que sean sus decisiones. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando es responsable final de cualquier avance? Las cosas suceden solo porque él ordena que se hagan y ese es un hecho indiscutible. Y debe ser así.

Y llegamos al tercer relato, “La muerte de Camus”, de Chen Peng. Estamos en un Citroën C5, en Nimes, y el chofer (no sabemos quién es) frena bruscamente ante un venado que permanece ahí mirándolo fijamente, antes de esfumarse en el bosque. El relato se inicia en un momento titulado 0 y continuará en breves capítulos titulados con letras (A, B… hasta M).

En una especie de segunda escena aparecen dos personajes, alguien que se presenta con su nombre, Georges Chauffer, que le recuerda al otro a Albert Camus. Y, a su vez, quien se presenta ahora se llama Chen Peng, el propio escritor del cuento, quien se describe afirmando “No soy de los que se cambia el nombre para hacerse la vida más fácil, y por eso cuando dije mi propio nombre con aquel acento inglés, salió más bien atropellado”. Sabremos también que es de China y quiere rendirle honores a Camus.

Chauffer se muestra reticente, pero acepta que vaya con él, al parecer, porque Chen Peng dice que juega fútbol. El capítulo B se inicia declarando “En este capítulo vamos a hablar de la muerte de Camus”, a quien se refiere como “Mi colega escritor”. En C, conversa con Chauffer sobre el venado y este le dice de manera taxativa que en Lourmarin no los hay.

Las conversaciones continúan en este ambiente signado con cierta naturalidad por el fútbol y la literatura. Discurre el juego, y la técnica del setentón Chauffer logra agotar al joven escritor, asombrado del dominio técnico que mantiene a sus años.

Letra a letra de los capítulos vamos sabiendo más de todos, también de Camus, a través del relato de Chen Peng, que explicita “En este cuento no hay secretos, por ende, no hay tampoco acertijos que develar. Entonces, ¿dónde está la ficción? Aparte de la muerte de Camus, ¿qué más puedo escribir? ¿Cómo he de escribirlo?”.

En tanto lectores, sabemos que ya ha escrito mucho, pero eso no es lo importante, sino esta recreación que mezcla, como siempre sucede en la vida real y en la literatura, ambas, sin que podamos -ni sea necesario hacerlo- discernir qué es real y qué es imaginación.

En H estamos frente a la lápida de Camus, “negra como un farallón de piedra volcánica que evocaba a las abismales entrañas de la Madre Tierra”. Cada letra es una nueva posibilidad para conversar con otros e ir sumando perspectivas, si no, ¿cómo podríamos pensar siquiera que conocemos eso que llamamos realidad o que construimos como si lo fuera?

Cada letra es aún más deslumbrante que la otra y va armando un mundo que se concibe como un caleidoscopio de infinitas visiones, que nos impulsa a querer vivir en él y no en otro. He usado la palabra “deslumbrante” varias veces porque describe, al menos para mí, lo que se genera desde la lectura de la producción literaria china actual. Desconcertante también, porque tendremos que desarrollar nuevos caminos de comprensión e interpretación para acceder a nuevos modos de decir estos mundos diferentes.

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