
Las 10 de Shiraz, Foucault y la teocracia iraní
Foucault probablemente murió sabiendo que el régimen que apoyó e idealizó colgaba mujeres bahaís en Shiraz pero, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI los cantos de sirena continúen encantando e intoxicando la mente de intelectuales y políticos de izquierda en Europa, EEUU y Latinoamérica?
Yo te contaría cómo pasó todo, pero ya no estoy;
Tú tampoco estás para escucharme.
Zviad Ratiani
Shiraz, Irán
El 19 de junio de 1983 Shiraz, famosa e histórica ciudad ubicada en el suroeste del actual Irán, despertó con una imagen espantosa: los cuerpos de 10 mujeres bahais colgaban en la plaza Chowgan a la vista de todos los transeúntes.
Los nombres de las ejecutadas eran: Mona Mahmoudnejad, (17 años); Roya Eshraghi, (23 años); ejecutada junto con su madre Ezzat-Janami Eshragh (57 años); Simin Saberi, (24 años); Shahin Dalvand, (25 años); Ajtar Sabet, (25 años); Mahshid Niroumand, (28 años); Zarrin Moghimi-Abyaneh, (29 años); Tahereh Arjomandi Siyavashi, (30 años); Nosrat Ghufrani Yaldaie, (46 años). Días antes el régimen teocrático había ejecutado a algunos esposos e hijos de estas mujeres.

Tanto las 10 mujeres como varios de sus familiares habían sido arrestados entre octubre y noviembre de 1982 y recluidos en la prisión de Adelabad en donde fueron torturados por miembros de la temible Guardia Revolucionaria Islámica, también conocidos como pasdaranes. El objetivo de las torturas era obligarlos a renunciar a su fe bahai y denunciar a “espías sionistas”.
Sin abogado defensor ni un juicio en un tribunal público, el juez religioso local las condenó a morir ahorcadas. Los cargos (totalmente falsos): ser “sionistas”, “realizar espionaje para el estado de Israel” y “corromper con educación inmoral a niños”.
Antes de llevarlas al cadalso, a cada una de ellas se les ofreció la posibilidad de renunciar a su fe, convertirse al islam y así evitar la horca. Ninguna aceptó por lo que fueron colgadas una a una mientras las demás observaban morir a sus amigas y vecinas.
La crueldad no terminó ahí, pues las familias de las ejecutadas no fueron informadas del destino de las suyas y que fueron enterradas sin los ritos religiosos bahais correspondientes. La leyenda dice que, después que los pasdaranesse retiraran de la ciudad, algunos vecinos dieron sepultura a las 10 mujeres en el cementerio bahai local. Hay que señalar que, en 2014, las autoridades decidieron demoler dicho cementerio y construir en su lugar un centro deportivo.
París, Francia
En septiembre de 1978 Michel Foucault, a petición del periódico italiano Corriere della Sera, viajaría a Irán a escribir sobre el ambiente revolucionario y antimonárquico que ahí se palpaba. Previamente Foucault sostuvo reuniones con académicos y estudiantes iraníes residentes en Francia que se oponían a la cruel dinastía Pahlavi y que ayudaron al filósofo francés a entender el contexto social y político de su convulsionado país. Foucault, ya en tierras iraníes, llegaría a Teherán en donde tendría muchas entrevistas y charlas con revolucionarios locales. De regreso en Francia, el intelectual francés decidió visitar al ayatolá Khomeini en Neauphle-le-Château, lugar cercano a París, en donde el clérigo shiita residía como exiliado.
Intoxicado por esa mezcla explosiva y adictiva de discurso revolucionario y espíritu islamista, Foucault se convertiría en un férreo defensor y blanqueador, en los círculos intelectuales europeos, de lo él que solía denominar la “revolución espiritual iraní”. Según Foucault, esta revolución liderada por clérigos como Khomeini derrotaría al capitalismo, resistiría al injusto occidente y lograría un nuevo, más justo y más humanitario, orden social que sería un ejemplo para todo el mundo.
Sin embargo, Foucault, como toda la élite intelectual europea, gradualmente se enteró de la terrible violencia que ese régimen, que justificaba y defendía desde lejos, desató contra sus propios ciudadanos. Las ejecuciones, torturas, encarcelamientos contra disidentes de la teocracia liderada por aquel Khomeini al que había entrevistado, perturbaron internamente a un Foucault. Por ello, decidió escribir y enviar una carta a Mehdi Bazargan, el entonces primer ministro interino iraní, en la que condenaba la violencia del régimen que él había ayudado a idealizar.
Foucault moriría un 25 de junio de 1984, un año y una semana después de las ejecuciones de las 10 bahais en Shiraz. ¿Se habrá enterado el famoso historiador y filósofo francés del destino de estas valientes mujeres bahais y del grado de violencia que la teocracia infligía a mujeres, homosexuales, disidentes, judíos, bahais y minorías étnicas?
La teocracia iraní y la izquierda
Tanto los detractores como seguidores de Foucault han escrito y debatido mucho sobre la relación de este pensador de culto con la teocracia iraní, ejemplo de esto es el libro “Foucault in Irán” de Behrooz Ghamari-Tabrizi, sociólogo estadounidense de origen iraní publicado en 2016 y en donde busca exculpar a este intelectual europeo de su validación de un régimen esencialmente represor y asesino.
Más allá del debate académico, lo cierto es que los textos de Foucault sobre Irán han servido como base para que intelectuales, periodistas o militantes justifiquen o relativicen las acciones de regímenes islamistas como el iraní. Esto ha contribuido a una confusión moral y política en la izquierda occidental, especialmente en el mundo académico.
El que un intelectual como Foucault validara y blanquera un régimen teocrático violento no es poca cosa, significa que el pensador que en obras como “Las palabras y las cosas”, y “Vigilar y castigar” se dedicó a desentrañar los discursos y forma de operar del poder cayó embelesado por lo que no era otra cosa que la islamización de los deseos de libertad y justicia de los iraníes.
Casi desde el comienzo mismo de la revolución en Irán, se ha visto una tendencia en centros de estudios del Medio Oriente en diversas universidades de Europa por emplean a profesores e investigadores islamistas o con tendencia a idealizar modelos teocráticos y antidemocráticos. Desde entonces, ha sido común observar una hegemonía interpretativa que privilegia lecturas que minimizan o relativizan las violaciones a los derechos humanos cometidas por estos regímenes que han comprendido que basta ofrecer una retórica revolucionaria y contestaria antioccidental para soslayar sus crímenes.
Lo anterior ha permitido a la teocracia iraní gozar tanto de la protección intelectual de la izquierda como de la indiferencia de la derecha occidentales, lo que ha provocado un cortocircuito intelectual en el pensamiento liberal contemporáneo, en el cual, como en su momento hiciera Foucault, un régimen estructuralmente represor es proyectado como revolucionario en círculos progresistas del mundo aún democrático y libre, a pesar de su obvio deprecio a la dignidad humana y los derechos humanos.
Algunas cifras y datos del régimen iraní bastarán para entender la entraña del monstruo teocrático al que desafían cotidianamente admirables hombres y mujeres iraníes.
El 20 de junio de este año Amnistía Internacional publicó un reporte titulado “Irán: Temor creciente de tortura y ejecuciones de personas acusadas de “espionaje” para Israel” en el que condenaba la realización de detencionesarbitrarias, juicios injustos y ejecuciones y recordaba que “la pena de muerte es el exponente máximo de pena cruel, inhumana y degradante, y no debe usarse en ninguna circunstancia”.
Lo anterior sólo reafirma la naturaleza criminal y asesina de una teocracia iraní que en 2023 ejecutó a 834 personas, en 2024 a 924 y en lo que va de 2025 a 606 de acuerdo con datos del Iran Human Rights (IHRNGO). Esta violencia es estructural pues desde 2010 el régimen iraní ha ejecutado la friolera de 9412 ciudadanos (258 de ellos mujeres).
Especial atención merece el trato que reciben la minoría étnica en la república islámica, pues la gran mayoría de las personas ejecutadas por su afiliación política pertenecen a grupos étnicos, en particular kurdos. Informes de la IHRNGO muestran que entre 2010 y 2024 al menos 164 personas fueron ejecutadas por su afiliación a grupos políticos y armados prohibidos. De ellas, 85 (52%) eran kurdas, 45 (29%) baluches y 24 (16%) ahwaz (árabes).
Foucault probablemente murió sabiendo que el régimen que apoyó e idealizó colgaba mujeres bahaís en Shiraz pero, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI los cantos de sirena continúen encantando e intoxicando la mente de intelectuales y políticos de izquierda en Europa, EEUU y Latinoamérica?