
“Una batalla tras otra”: Paul Thomas Anderson por fin revivió el cine
La nueva película de Paul Thomas Anderson, Una batalla tras otra, no es solo un regreso triunfal a la gran pantalla, es un evento cinematográfico. Una obra monumental, cargada de acción, humor y furia política. Una verdadera resurrección del cine.
Esta es la segunda vez que Anderson se adentra en el complejo universo literario de Thomas Pynchon, ese mítico escritor estadounidense del que apenas existen un par de fotografías, que nunca ha dado entrevistas y cuya figura permanece envuelta en misterio. Su primer acercamiento fue con Vicio propio (2014), adaptación de la novela homónima de Pynchon publicada en 2009. Ambientada en la psicodelia californiana de los 70, aquella película protagonizada por Joaquin Phoenix resultó ser, en mi opinión, el punto más bajo en la filmografía de Anderson. Una apuesta fallida.
Sin embargo, Una batalla tras otra, libremente inspirada en Vineland, no solo redime aquel intento, sino que lo supera con creces y se posiciona como un clásico instantáneo. Mientras Vineland se sitúa en los años de Reagan y la decadencia de la contracultura hippie, Anderson traslada el espíritu del libro a un contexto atemporal pero que claramente resuena con el presente. El film narra la historia de un grupo revolucionario llamado “French 75”, que lucha contra el imperialismo estadounidense y en defensa de los inmigrantes, incluso avalando la lucha armada. Tras un operativo fallido, varios de sus miembros deben vivir como fugitivos. Dieciséis años después, Bob (Leonardo DiCaprio), retirado y viviendo con su hija, se ve enfrentado a su pasado cuando el implacable general Steven Lockjaw reaparece para ajustar cuentas.
El cine de Paul Thomas Anderson (PTA) siempre ha demostrado una versatilidad admirable, desde las narrativas corales a lo Altman en Boogie Nights y Magnolia, hasta las comedias románticas atípicas como Punch-Drunk Love o Licorice Pizza. Pero con Una batalla tras otra se aventura, por primera vez, en el terreno de la superproducción: una película cargada de acción, tensión política y espectáculo visual, con un presupuesto reportado entre 130 y 175 millones de dólares. Y vaya que le ha funcionado: esta es, sin duda, su película más ambiciosa… y también una de sus mejores.
Estamos ante una obra cinematográfica colosal. Anderson filma con la destreza de los dioses. Las persecuciones automovilísticas remiten al mejor William Friedkin en The French Connection , los tiroteos evocan al western más crudo, y la tensión constante se siente como una bomba de tiempo. Todo esto acompañado por un subtexto político que recuerda a la fuerza revolucionaria de películas como La batalla de Argel de Pontecorvo (a la cual incluso hay una referencia tan cómica como certera).
A pesar de su fuerte carga política, la película nunca idealiza ni romantiza la revolución. La muestra como una reacción inevitable ante un sistema injusto, pero también como una ilusión condenada a diluirse en la maquinaria del poder. Los personajes experimentan la desilusión de la lucha fallida, esa sensación de que el mundo no cambia… o peor aún, como decía Aldous Huxley, “no es que uno cambie el mundo, sino que el mundo te cambia primero.”
Una batalla tras otra resuena profundamente con el clima político actual, especialmente con la era Trump, aunque jamás menciona fechas ni nombres. La lucha por los derechos de los inmigrantes, uno de los ejes del conflicto, conecta con la realidad estadounidense reciente y ofrece un posicionamiento claro, sin caer en el panfleto ni en la militancia fácil.

Técnicamente la película es impecable. Filmada en Vistavision (formato usado por segunda vez en el siglo XXI después de El brutalista), cada plano es una obra de arte. Las secuencias de acción, los paisajes desérticos, los enfrentamientos armados; todo está ejecutado con una precisión que solo un maestro como Anderson puede lograr. La experiencia visual se complementa con una banda sonora explosiva y experimental de Jonny Greenwood, colaborador habitual del director. Este es su sexto trabajo conjunto y el resultado es extraordinario.
En cuanto al elenco, las actuaciones son sobresalientes. DiCaprio brilla con una interpretación intensa, mientras Teyana Taylor le da una profundidad inesperada a su personaje. Benicio Del Toro aporta carisma como un profesor de karate mexicano que ayuda a inmigrantes indocumentados. Pero las verdadera revelación es Chase Infiniti, que interpreta a la hija del protagonista con inteligencia y sensibilidad. Otro peso pesado es el gran Sean Penn, feroz, escalofriante y fascista, en el papel del antagonista militar. Penn ya ha interpretado soldados duros (como en Casualties of War de Brian De Palma), pero aquí alcanza un nuevo nivel de brutalidad contenida.
Con una duración de 2 horas y 41 minutos que se pasan volando, Una batalla tras otra es una declaración de principios, un estallido de cine puro, una obra cargada de rabia, ironía y belleza. Si el cine estadounidense contemporáneo de Hollywood necesitaba una sacudida, Paul Thomas Anderson se la ha dado. Una película destinada a arrasar en la temporada de premios y ojalá con ese Oscar que tanto le debe la Academia. Pero más allá de eso, se trata de una obra maestra que confirma que PTA ha resucitado el cine.
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