
Elizabeth Subercaseaux y su nueva novela sobre Wagner, un racista que era “al mismo tiempo un genio”
En esta entrevista, la autora reflexiona sobre los claroscuros del compositor alemán, su carácter narcisista y contradictorio, sus vínculos con figuras como Luis II de Baviera y Nietzsche, y su profundo impacto en la historia de la música.
En esta entrevista, Subercaseaux reflexiona sobre los claroscuros del compositor alemán, su carácter narcisista y contradictorio, sus vínculos con figuras como Luis II de Baviera y Nietzsche, y su profundo impacto en la historia de la música.
A través de una narración que combina rigor histórico con mirada literaria, la autora, descendiente directa de Robert Schumann y Clara Wieck, busca revelar el lado humano del genio, bajarlo del pedestal y situarlo en su tiempo sin caer en la idealización ni en el juicio simplista.
Este es un viaje a través del arte, la historia y la emoción, y confirma a Elizabeth Subercaseaux como una narradora que tiende puentes entre el lector contemporáneo y los grandes protagonistas del legado musical europeo.

–En esta novela biográfica aborda a uno de los compositores más complejos y polémicos de la historia: Richard Wagner. ¿Qué fue lo que la llevó a elegirlo como el nuevo protagonista de su serie de músicos clásicos?
-Justamente lo que dices; lo tremendamente complejo y polémico que fue. Aparte de que también fue un genio de la música y elevó la ópera a otro nivel, Wagner fue un hombre muy interesante de investigar, ver cómo fue su vida, qué clase de persona era y por qué llegó a tener, ya en el siglo XIX, esa fama que tuvo.
–El título “El genio y su condena” sugiere un contraste potente. ¿Cuál diría que fue la gran condena de Wagner, personal o artística?
-En lo personal lo condenaba su narcisismo rayano en lo patológico y desde luego su antisemitismo, que aún en esos tiempo de fuerte antisemitismo en Europa, a muchísimas personas de su propio círculo, como Schumann o Nietzsche, les resultaba repugnante. En lo artístico creo que su mayor condena, y justamente también por lo narcisista que era, lo condenaba la excesiva longitud de sus óperas. Wagner era un megalómano y eso también impregnaba sus creaciones. Sus críticos opinaban que sus óperas tenían algo mesiánico, que eran excesivas.
–Usted ha dicho que sus biografías musicales se construyen desde la ficción con rigor histórico. ¿Cómo equilibra la documentación con la narrativa novelada, especialmente en una figura tan estudiada y controvertida como Wagner?
-En el caso de los músicos del siglo XIX lo que más ayuda a entender cómo eran estos hombres y mujeres, cómo era su pensamiento y cómo era su habla, son las cartas. Las cartas te permiten decir en la ficción lo que realmente dijeron en la vida, puedes armar diálogos (en la ficción) parecidos a como pudieron haber sido en la vida real, ahí está su voz, su manera de hablar y de relacionarse. Y lo otro que ayuda a construirlos en la ficción es lo que escribieron sobre ellos, sus amigos y sus enemigos, quienes los conocieron personalmente. Si a eso sumas lo que han venido contando sus biógrafos y desde luego sus diarios de vida o ellos mismos en autobiografías, tienes bastante material como para armar al personaje en la ficción, pero bien aferrado a lo que fue en la vida real.
–La relación entre Wagner y Luis II de Baviera es fascinante. ¿Qué le interesó especialmente de ese vínculo en términos narrativos?
-En esa relación me interesó todo, desde luego ese amor platónico cargado de erotismo que el rey sentía por Wagner, a quien veía como un padre, como un amante imposible, como un ídolo y un maestro. El “rey Loco”, como lo llamaban, se enamoró de Wagner, lo vio como la encarnación de sus sueños románticos y lo sacó de la ruina, le pagó sus deudas, le dio casas para vivir, le construyó su propio templo musical en Bayreuth… eso fue el rey. Y en cuanto a Wagner, bueno, Wagner, que no podía creer su buena suerte cuando el rey lo encontró medio quebrado y huyendo de los acreedores, lo vio como un salvador y sacó el mejor provecho de la billetera y la protección política que necesitaba para no caer en la ignominia. Pero a su manera, también lo quiso (si es que pudo querer a alguien fuera de a si mismo alguna vez, claro).
–Este libro no elude temas difíciles como el antisemitismo de Wagner o su relación con Nietzsche. ¿Cómo abordó estos aspectos sin caer en la idealización ni en el juicio simplista?
-Cuando tú escribes una novela de un personaje histórico y te das muy pocas licencias literarias, vas contando los hechos como sucedieron y te apegas a la verdad histórica, lo que haces es justamente evitar caer en el juicio simplista. En el caso de Wagner, la mejor manera de contar su antisemitismo es publicando, en el contexto de la novela, las barbaridades antisemitas que él mismo escribió, lo que él mismo decía en sus artículos. Y en el caso de Nietzsche, la misma cosa; el filósofo escribió sobre la manera como fue evolucionando su amistad con el músico, desde el amor al odio que acabó produciéndole no solamente su antisemitismo; Nietzsche consideraba que las obras tardías de Wagner eran decadentes y volvían a una moral cristiana que el filósofo detestaba.
–Wagner hablaba de “la obra de arte total”. ¿Siente que, en cierto modo, usted está intentando algo similar al fusionar música, historia y literatura en sus biografías?
-No, yo no soy tan grandilocuente como para eso, no sería capaz de intentar algo tan grandiosos. Lo único que yo pretendo novelando la vida de todos estos genios de la música del siglo XVIII y XIX es mostrar su lado humano, bajarlos del pedestal y contarle al lector cómo fueron en su vida diaria, qué les pasó, cómo era (hasta donde puede saberse) su carácter, sus dolores, sus alegrías.
–En el libro aparecen figuras fundamentales del mundo musical del siglo XIX: Liszt, Hans von Bülow, Cosima. ¿Cómo fue reconstruir estas relaciones desde dentro, como si se tratara de personajes de una novela?
-Para serte franca eso fue lo más difícil en esta novela y también lo más entretenido, para mí. Tanto Hans von Bülow (un personaje que me fascina), como la fría Cosima y ese hombre tan complejo que fue Franz Liszt, sondignos cada uno de una novela aparte. Estuvieron íntimamente relacionados, hay muchas cartas entre ellos y cartas sobre ellos y eso me ayudó. En el caso de Cosima están las miles de páginas de los tres tomos de su diario de vida con Wagner. Esos libros fueron indispensables para construir la personalidad de ella y de Wagner, así como la relación de ellos dos con Von Bülow y con Nietzsche.
–Su vínculo familiar con Schumann y Clara Wieck fue el punto de partida para esta serie. ¿Cómo ha evolucionado su relación con la música clásica a lo largo de este proyecto?
– Yo agradezco a la vida haber tenido este vínculo familiar con Clara Wieck y Robert Schumann, mis tatarabuelos, pues de no haber sido así tal vez nunca hubiera entrado al mundo de la música clásica. Este viaje investigando a los músicos, escuchando sus creaciones, ha sido una de las cosas más importantes que me han pasado en mi carrera de escritora, porque yo he ido cambiando en la misma medida en que he ido descubriéndolos, apreciando sus músicas y conociendo sus vidas. Antes de meterme en el mundo de los siglos XVIII y XIX yo no tenía casi ninguna relación con la música clásica, aparte de que me gustaba como le gusta a cualquier persona, pero en todos los años que llevo trabajando con los músicos, desde que empecé a investigar a los Schumann, la música clásica me ha hecho mirar la vida de otra manera, entender mejor lo que es esencial, lo verdaderamente valioso, apreciar el arte, valorar la parte afectiva de la vida, los afectos, el cariño por el otro, y darme cuenta de algo que casi todos estos grandes genios tuvieron siempre en cuenta, que las cosas materiales, las riquezas y el poder no son lo que alimenta el espíritu del hombre.
–A nivel personal, ¿cambió su percepción de Wagner tras sumergirse en su historia durante la escritura?
-Para serte franca antes de investigar a Wagner, y como no soy operática, de este músico yo sólo sabía que era un antisemita que los nazis adoptaron muchos años después de su muerte y que había llevado la ópera a otro nivel. Vale decir que de su personalidad no sabía casi nada. Después de investigarlo y conocerlo a través de su cartas, sus creaciones, y todo lo que se ha escrito sobre él y lo que él mismo escribió, no me gusta él. Te lo digo con toda honestidad. Era un tipo egoísta, de un antisemitismo repugnante, narcisista patológico “para qué quieren Alemania si me tienen a mí”, llegó a decir. Pero dicho todo esto, las oberturas de sus óperas son maravillosas. Lohengrin, por ejemplo, es de una belleza indescriptible. Esa única nota de la obertura del Oro del Rin, alrededor de la cual va tejiendo el sonido del mar, es simplemente magistral. Y eso es, justamente lo que hace que Wagner sea un personaje tan controvertido como interesante, este ser humano egoísta, racista y muchas veces miserable, era al mismo tiempo un genio de la música.
–En un momento en que el género biográfico está en auge, ¿cómo ve usted el rol de estas novelas como puente entre el arte, la historia y el gran publico?
-La novela histórica cumple un rol muy importante en la educación de la gente, es un aporte a la cultura, es un aporte también a la recuperación de la memoria, como en el caso de las novelas históricas sobre Chile, en nuestro caso. Lo más importante de novelar la historia es ponerla al alcance de todos, sacarle esa densidad (indispensable en todo caso) de los historiadores y llevarla al velador de jóvenes y adultos interesados en saber qué pasó en su país, o cómo era ese músico que su papá escucha en la radio los domingos, quiénes eran esas personas de las cuales se habla en la mesa.
-Finalmente, ¿qué espera que los lectores encuentren en Wagner. El genio y su condena más allá de la figura del compositor?
-Lo que espero que el lector encuentre en esta novela sobre Richard Wagner es un espacio de entretención aprendiendo, y a su vez logre viajar a esa época tan compleja y apasionante que fue el siglo 19. Estamos viviendo en un mundo inquietante, donde se han perdido de tal manera los valores morales, que ya no somos capaces de dimensionar lo que puede ocurrir mañana. En medio de esta realidad, un viaje a ese otro tiempo es un nuevo aprendizaje, pero también, un escape, una vacación.
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