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Nombrar aquello que nos aqueja: Nicolás Ferraro y la novela criminal CULTURA Crédito: Presidencia de la Nación Argentina

Nombrar aquello que nos aqueja: Nicolás Ferraro y la novela criminal

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Luis Valenzuela Prado
Por : Luis Valenzuela Prado Académico de la Universidad Andrés Bello.
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El año pasado publicó, junto al español Imanol Caneyada, la antología “Asociación ilícita. Relatos negros del Río Negro a la Patagonia”, una muestra imprescindible para comprender el pulso del cuento criminal actual.


Durante octubre de este año coincidí con el escritor argentino Nicolás Ferraro en dos escenarios del género: Semana Negra de Buenos Aires y Puerto Negro, en Santiago. No era la primera vez que conversábamos: ya nos habíamos entrevistado antes, cada uno desde su trinchera sonora —Disparos en la biblioteca, su podcast, y Puerto Negro, el mío—. Lo visité en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, ese imponente edificio de concreto y líneas brutalistas que parece suspendido en el aire, una nave espacial anclada sobre la ciudad.

Ferraro es un escritor que recorre todo el campo del territorio literario criminal, desde el policial argentino hasta el noir latinoamericano y sus ecos globales. Tiene varias novelas publicadas —y algunas guardadas, según confiesa, por no alcanzar el nivel que exige su propio rigor—; entre ellas, recomiendo Cruz y Ámbar. El año pasado publicó, junto al español Imanol Caneyada, la antología Asociación ilícita. Relatos negros del Río Negro a la Patagonia, una muestra imprescindible para comprender el pulso del cuento criminal actual.

En 2024 editó un homenaje a Rubem Fonseca, reuniendo voces latinoamericanas en torno a la herencia del escritor brasileño. Además, junto a Kike Ferrari, escribió a cuatro manos la novela Cuando pierda del todo, una continuación de Noches sin lunas ni soles, de Rubén Tizziani. Ferraro vive el género con una intensidad contagiosa: su escritura, su lectura y hasta su conversación respiran noir.

– Tu última novela, Ámbar, se adjudicó el premio Hammett de la Semana Negra de Gijón 2022. ¿Qué importancia tiene ese premio en el recorrido posterior de la novela y su publicación en Perú, México y, recientemente en Chile, por Lom ediciones?

– Creo que los premios o nominaciones muchas veces son algo más íntimo. Son, en primera medida, alegrías o sueños que uno lleva y persigue, pero, al mismo tiempo, entiendo que te otorgan cierta validación en el ambiente. Algo así como una cucarda que al menos hace que te presten un poco más de atención. Ahora en cuanto a la importancia respecto a las publicaciones es más difícil de precisar.

Casi la mitad de las ediciones del libro estaban firmadas antes de la publicación, con lo cual me cuesta poder comprender el impacto real. Porque ahí también ya juega a favor el hecho de que el libro cuenta con más de una edición lo cual hace una especie de bola de nieve. Sí por ejemplo puedo decirte que la nominación al Edgar a Best Novel hizo que compraran los derechos en Japón, un lugar que, me arriesgaría a decir, era completamente inaccesible si no fuera por el hecho de haber quedado nominado.

– Hay cierto acuerdo al decir que la literatura negra es una literatura que pone énfasis en lo social. En los años 80, en Latinoamérica, giró en parte en torno a las dictaduras y crisis sociales y políticas. ¿qué las mueve hoy en general y cómo lo lees desde tus novelas?

– El género negro, de alguna manera, funciona como un faro, te muestra las piedras contra las que estamos a punto de estrellarnos, o incluso a veces, alumbra los restos del naufragio y ver qué podemos salvar, de la sociedad y de nosotros mismos. Ahora entiendo que ese faro va cambiando sobre qué injusticia o calamidades sociales se va posando. Hoy en día da de lleno en el narcotráfico, en los feminicidios, en toda la marginalidad que quedó por fuera del sistema e intenta ser parte, de la violencia que nos lleva puesto todos los días, de nuestras incapacidades para comunicarnos y convivir.

Todo esto atraviesa mis novelas, casi como una música de fondo a veces, y otras en primer plano, pero es el espacio en el que se mueven mis personajes. Construyo las historias de mis personajes quizás desde sus traumas, desde sus heridas. A veces se las abro un poco más, otras se las cicatrizo. Un conflicto familiar, gente que desea algo y el mundo está en el medio, con sus injusticias, sus violencias. Creo que son dos monedas de la misma cara. Una incomodidad social y al mismo tiempo una incomodidad individual que van girando y superponiéndose, acompañándose una a otra.

– El año pasado publicaste la antología Asociación Ilícita. Relatos negros del Rïo Negro a la Patagonia, una suerte de cartografía criminal del crimen. Hay autores clásicos, como Paco Taibo II, Padura, Sasturain, Díaz Eterovic, y otros más recientes, como Julia Guzmán, Charlie Becerra, Alcázar, Daniel Quirós, Santullo. ¿Cuál es el principal hallazgo de la antología, en relación con los cuentos clásicos de Poe, Borges, Bioy Casares? ¿Cuáles son las transiciones y novedades de la selección?

– Es difícil, al menos para mí mismo, pensar en cuáles serían las tradiciones de Borges y Bioy respecto al relato policial, ya que, sacando contadas excepciones, no lo abordaron en el campo de la escritura de lleno. Si puedo pensar en cuanto a ciertas antologías donde fueron compilados como El Cuento Policial Latinoamericano de Donald Yates, en la cual salta a la vista fácilmente una matriz en la que se encuadran los cuentos. Salvo Borges, claro, una matriz en sí mismo.

En aquellos relatos, donde podemos encontrar a María Elvira Bermúdez o Manuel Peyrou, el enigma, el policial deductivo estaba en el centro, y las narraciones estaban bastante atadas a aquellas que las inspiraron. No fue hasta apareció el llamado neopoliciaco que esa tradición fue transformada, ya tomando el modelo hardboiled, e implantados de lleno en nuestras ciudades latinoamericanas, que pudieron sortear con éxito aquello que Paco Taibo II definió como “crisis de identidad”; es decir, el cambio de paradigma a la hora de abordar el género en nuestro continente.

No alcanzaba con llamar al personaje Juan en vez de John, cambiar Los Angeles por Buenos Aires o Santiago, sino que había que pensarlos desde nuestros propios crímenes, miserias, desesperaciones e idiosincrasias. Si bien tomaron recursos del policial negro, el sabor latino se impuso con sus propios climas, injusticias y violencias que sacudieron cada renglón. Empezaron a romper aquel cordón umbilical que las encadenaba a las tradiciones para crear una propia, ya no homogénea, sino con la diversidad como rasgo distintivo.

Y eso no ha ido más que aumentar hasta el día de hoy, donde cada narrador y narradora imprimen una voz propia, arrancado ya del todo ese cordón umbilical. Un género que destruyó esa máquina de ensamblaje Pulp, para estar contado desde voces tremendamente literarias, con recursos que reinventan, redefinen el género, hibridándose no solo con otras corrientes sino también con otras artes, abrevando de la cultura pop, el cine, la música, lidiando con la inmediatez del presente. En Asociación Ilícita es posible ver cómo se narra la captación de soldados para el narco, la violencia contra los cuerpos desde un costado social, claro, pero también emocional. Narradores incapaces de permanecer al margen, escritores que más apretar teclas, apretan gatillos.

– Hemos hablado de esa “literatura de la desesperación” que ves en la literatura negra, ¿qué te interesa de esa desesperación? ¿Por qué el lector personaje está desesperado y qué busca el autor/lector al leer esa desesperación? ¿Cómo se articula la esperanza y la desesperanza en esa literatura? ¿Qué novelas tuyas y de otros autores cargan con esa “desesperación”?

– Hace un tiempo en una conversación que mantuvieron Élmer Mendoza y Claudia Piñeiro hablaban de la dificultad a la hora de definir sus obras, si eran policiales, negras, etc. Acordaban que lo suyo era una “escritura con muertos”. Ya tiempo antes, en diferentes talleres que di, uno se cruza con alguien que pide una definición del género como si se tratara de una entrada de Wikipedia.

Y claro, uno puede intentar hablar de la investigación, el restablecimiento del status quo, el crimen como una enfermedad social, la figura del detective, pero incluso allá por los treinta está Horace McCoy con su ausencia de investigador que te arruina una respuesta completa. Ni hablar cuando aparece David Goodis.

Entonces pensando en sus narraciones, en las parejas de baile de ¿Acaso No Matan a los Caballos? condenadas a bailar hasta ser los últimos en pie o el personaje atrapado, paranoico de La Chica de Cassidy, lo que se destilaba de esas historias era un sentido de desesperación. Lo cual resonaba en mis personajes, en el sentido de que quería eliminar esta falsa dicotomía entre buenos y malos, no eran gente mala ni buena, simplemente gente desesperada que solo sabían responder de la única manera que podían, es decir, desesperadamente, con aquello que se le presentaba para salir adelante.

Y hay algo de eso en el día a día, en esa incomodidad que mencionaba antes, tanto social como individual, en una sociedad que te lleva puesto sin tiempo a que uno se aferre a algo, mientras intenta seguir de pie. Siento que esa es la pregunta que aborda el género negro: cómo mantener la humanidad en mundo que nos deshumaniza día a día. Y ahí, entendiendo la literatura como un posible entrenamiento de la empatía, tanto lector como escritor se encuentran en ese dialogo, en ese intento por entender algo de todo lo que está sucediendo, de acceder a momento de tregua, de entretenimiento, de preservar un lugar nuestro. De poder nombrar aquello que nos aqueja. Nombrarlo para entenderlo.

– ¿Qué te ofrece la familia a tus novelas criminales? Pienso en Cruz y Ámbar, sobre todo.

– En mis historias ambientadas principalmente en espacio rurales, hay una ausencia de Estado, tanto como protección o ayuda como de una institución encargada de imponer un orden. Los personajes se encuentran por las suyas. Y en ese espacio es la familia el lugar que deviene el lugar de pertenencia, de protección. En una tierra sin ley, los propios códigos de la familia son los que deben respetarse, y son los personajes los que deben elegir.

Tanto Tomás Cruz como Ámbar deben elegir de qué manera se hacen cargo de ese legado impuesto. Como dice la primera frase de Cruz: El apellido es una enfermedad hereditaria. Entonces me interesa esa contraposición, de la familia como aquel lugar que debe protegerte, pero que sin embargo es la que te pone en peligro, no solo tu vida sino tus convicciones o sueños. Ese daño me parece mucho más profundo y traumático ya que viene del lugar de aquellos que te quieren o que, se supone, deben quererte. Ese conflicto me parece interesante a la hora de contar historias, y creo que siempre me lo encuentro orbitando, ya sea desde familias sanguíneas como, así también, los lazos de amistad que funcionan igual de fuerte, como en el caso de Dogo o El cielo que nos queda.

– Acabas de publicar en editorial Revólver (en Buenos Aires) Cuando Pierda del Todo, una novela escrita a cuatro manos con Kike Ferrari. Es la continuación de Noches sin lunas ni soles, de Rubén Tizziani, que dicen es la primera gran novela negra argentina. ¿Cómo fue ese proceso de escritura? ¿cómo surge la idea?

Noches sin lunas ni soles es quizás la primera gran novela negra escrita en Argentina. Claro que ya había algunas anteriores, pero en esta obra de Rubén Tizziani la calidad literaria, el ambiente porteño y los usos del género se combinan de manera estupenda.

Es, como se dice en la contratapa de la edición original de 1975, una novela de pistoleros porteños, que a su manera inaugura una tradición que no fue retomada hasta mucho tiempo después por autores como Germán Maggiori o Leonardo Oyola, donde el lenguaje, el argot criminal cimientan estas historias de desesperados y desamparados a ambos lados de la General Paz.

Cuando presentamos Cuando Pierda del Todo, Horacio Convertini bien la supo definir como una novela fundacional, pero que no era un tanque del mercado, y es en esa idea que me parecía interesante rescatarla, volver a publicarla a cincuenta años de su publicación original y por eso charlé con las hijas de Rubén y le acerqué la propuesta a Iñigo Amonarriz, editor de Revólver, que no dudó en apoyar esta quijotada, como tantas otras.

Con Kike Ferrari hace rato que coqueteábamos con la idea de escribir algo juntos desde hace casi diez años. Tuvimos, en un primer momento, una idea de hacer un spin off de Que de lejos parecen moscas tomando al gran personaje del Cloaca, incluso se escribieron algunas partes, pero la idea no prosperó debido a diversas obligaciones de ambos. Pero quedó esa espina clavada.

Después nos fuimos haciendo algunos guiños en nuestros libros. Y el año pasado coincidimos en una lectura cruzada, y le comenté: 2025 es el año de los Rubem/Rubén. 100 años del nacimiento de Rubem Fonseca y 50 de la publicación de Noches sin lunas ni soles.

Así que ahí mismo nacieron las ideas de los dos proyectos: la antología Lo que nadie quiere oír en homenaje a Fonseca, y esta suerte de continuación de la novela de Tizziani. Eso nos llevó a numerosas relecturas de la obra original, exprimiendo la historia, viendo los cabos sueltos, las posibilidades. Como dijo Kike, acercarnos con respeto, pero también con irreverencia para que no quedarse paralizado.

Lo primero que apareció fue el título, Cuando pierda del todo, una frase que aparece en la novela. Después empezaron diferentes apuntes o bocetos de historia, eso nos llevó un tiempo de idas y vueltas, de algo que empezó como una suerte de novelita de noventa páginas y que después, ya durante la escritura, fue tomando otro cuerpo, otra seriedad al mismo tiempo, otra extensión. Una historia de amor paranoico y desesperado entre dos marginales que todo el tiempo se ven obligados a elegir entre el honor, la venganza y ellos mismos, sabiendo que lo más probable es que terminen perdiendo alguna de esas cosas para cuando todo termine.

El proceso de escritura fue bastante intuitivo, si bien nos repartíamos capítulos, capaz uno tenía que escribir algo que recién pasaba cuatro capítulos más adelante, o nos dábamos cuenta de que necesitábamos algo más antes y se sumaba otro capítulo. También pasaba que capaz eso que uno pensaba que era un capítulo se transformaba en dos. Pero ya a partir del sexto capítulo, fuimos metiendo bastante mano en el capítulo que el otro nos mandaba, lo cual ayudaba a camuflarnos dentro de la escritura del otro.

Pero lo que principalmente ayudó, en ese sentido, es que más que a cuatro manos, fue una novela a seis manos, porque la prosa de Tizziani iba marcando el rumbo, entonces ese era nuestro norte. Fue una experiencia frenética, en menos de dos meses terminamos el texto, nos permitió sentirnos por un rato esos escritores pulp que tanto admiramos, como David Goodis o Jim Thompson, de darle duro al teclado en cuanto ratito libre tuviéramos más allá de nuestros trabajos diarios, enfermedades, obligaciones, y creo que esa urgencia se transmitió al texto. Una experiencia, más allá de todo —y por encima de todo— muy disfrutable, y que esperamos repetir.

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