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El lector como crítico CULTURA|OPINIÓN

El lector como crítico

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Carolina Mouat
Por : Carolina Mouat Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica, mediador de Lectura y conductor de “En la misma página” en Ñuñoa tu Radio.
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Aún nos queda mucho camino para generar conversaciones y debates sobre literatura, pero no hay que invisibilizar todo el trabajo que hacen libreros, mediadores, comunicadores, personas de las redes sociales para darnos a conocer las novedades editoriales, pero sobre todo para generar diálogos.


En una junta con participantes de un club de lectura, se escucha la siguiente conversación:

– Labatut sacó un nuevo libro. “Maniac” creo que se llama.

– Sí, escuché que era malo.

– Yo he escuchado buenos comentarios.

Después saltamos a otro tema y la mención a la última novedad de Labatut quedó ahí. Pensé que quizás a eso se refería el periodista Roberto Careaga en su columna “Nadie dijo nada” publicada en la Revista Santiago, donde cuestiona el rol de la crítica en el campo literario, cuando menciona que los libros hoy en día no pasan de ser una conversación de pasillo: “es genial” o “es pésima”.

Careaga se pregunta por el lugar de la crítica, esa que se supone que permite enmarcar una obra en un contexto, generar un diálogo en torno a ella, ya sea positivo o negativo y hacer que de alguna manera trascienda de ser una simple novedad en los estantes de las librerías que cambian con la rapidez que exige el sistema neoliberal.

Digo “se supone”, porque no creo que la crítica sea el único espacio que pueda hacer esa tarea. También lo hace la academia. Sin embargo, ¿estos medios están llegando a los lectores? ¿Están promoviendo lecturas o conversaciones en torno a ella?

Esta semana, cerró la sección de Cultura de Las Últimas Noticias. Sin duda, un golpe para el periodismo cultural. Una señal negativa que viene a remarcar la crisis que se vive en esa área. Creo que lo que se pierde es la masividad que tiene un medio como LUN para llegar a potenciales lectores.

Cuando trabajé en una librería, un porcentaje no menor llegaba con su diario bajo el brazo para mostrar cuál era el libro que estaba buscando. Extrañamente en un mes se vendieron todos los ejemplares del libro El Cristo de la Rue Jacob y otros textos de Severo Sarduy, un libro bastante específico que encontró sus lectores porque había aparecido recomendado en la sección Artes y Letras de El Mercurio.

Ahora bien, al parecer no todo está perdido. Careaga reconoce que se sigue moviendo el campo cultural literario: vienen escritores internacionales a dar charlas y conferencias, Mariana Enríquez y Alejandro Zambra agotan entradas y llenan espacios como si fuesen rockstar de la literatura, se presentan libros y se hacen firmas, etc. Sin embargo, según el periodista nadie está hablando sobre eso.

Creo que ahí se abren dos posibles respuestas. Una, en relación a lo que menciona Joaquín Castillo en su columna La crítica literaria: una conversación inexistente. Donde menciona que “si uno escarba y busca en otros sitios, fuera de los medios tradicionales, algo de crítica hay, aunque sí mucho más dispersa y, a ratos, especializada”. Es decir, tenemos medios que intentan generar conversación en torno a la literatura como las revistas Origami, Palabra Pública, Lo que leímos, Ojo en tinta, solo por mencionar algunas. La segunda, es en torno a la pregunta de Lorena Amaro en su última columna Autocrítica de la crítica: “¿Hasta qué punto tenemos el tiempo, las ganas, las posibilidades y, sobre todo, la libertad (y el cuero duro) para intervenir en el campo cultural?”.

Hay que reconocer que el campo cultural habita la precarización desde siempre. Los mismos medios independientes que nombré, la mayoría de las veces dependen de fondos del Estado para subsistir, para que el escribir sobre literatura no sea solamente por “amor al arte”. Entonces, ¿cómo vamos a tener un campo literario crítico, que discuta las múltiples novedades que aparecen al mes, que decida enmarcarlas en un contexto para que dialoguen unas a otras si es que no están los medios para hacerlo?

El otro punto que me parece importante mencionar, tiene relación con que estas discusiones suelen quedar reducidas al círculo literario, las leen editores, escritores, críticos y quizás algunos literatos ávidos de chisme. Sin embargo, nos olvidamos de uno de los principales agentes del ecosistema del libro que son los lectores y lectoras.

Careaga menciona que ya nadie habla de libros salvo quienes los escriben y quienes los editan y venden. Pero, ¿dónde realmente se habla de libros? ¿Cómo bajamos los libros de la élite literaria para que lleguen a los lectores?

Por lo mismo, quisiera hablar de los clubes de lectura. En los últimos diez años, la oferta de clubes de lectura se ha triplicado, ya no solo son instancias que se dan en librerías (como la Catalonia, Nueva Altamira, Espacio Literario de Ñuñoa, Lolita, etc.) que cuentan con sus propios clubes de lectura, sino que ahora también se dan en casas de amigos, en grupos de trabajo, en la familia.

Es en instancias como esas, donde se trazan genealogías, mapeos, contextos, temáticas, escrituras. Se desatan pasiones a favor y en contra de los libros. Dialogan con lecturas anteriores, se conocen autores nunca antes leídos, a veces se les da espacio a las novedades editoriales para que encuentren sus lectores. Entonces me pregunto, ¿si estas discusiones no llegan al papel, no aparecen en los medios o en la academia quiere decir que nadie está hablando sobre libros?

Vuelvo al diálogo del inicio, para abrir la reflexión de que tal vez la nueva crítica ya no será institucionalizada. Quizás los bares, el living de una casa, una cafetería, un parque serán (si es que ya no lo son) los nuevos espacios donde se converse de libros.

Aún nos queda mucho camino para generar conversaciones y debates sobre literatura, pero no hay que invisibilizar todo el trabajo que hacen libreros, mediadores, comunicadores, personas de las redes sociales para darnos a conocer las novedades editoriales, pero sobre todo para generar los diálogos que al parecer la crítica no nos está dando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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