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Mayo 1968-Octubre 2019: la estética de la revolución CULTURA|OPINIÓN

Mayo 1968-Octubre 2019: la estética de la revolución

Óscar Plandiura
Por : Óscar Plandiura Escultor, licenciado en Artes de la U. de Chile y maestro en piedra de la Escuela Nacional de Artesanos. Creador de la escultura de Víctor Jara
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Fuimos testigos de una narrativa expresadas en graffitis y consignas poético–revolucionarias. Y como no hay revolución sin canción, los músicos y cantautores, durante el estallido popular, reivindicando la relación histórica que ha existido, entre música y cambio social, no se quedaron atrás.


Cada generación, cada época tiene sus particularidades y los acontecimientos históricos revolucionarios tienden a estimular una estética y un nuevo arte.

Por ejemplo, no es coincidencia lo ocurrido durante los meses posteriores al 18 de octubre del 2019, con lo acontecido en el llamado “Mayo francés del 68”, cuando bajo las consignas “seamos realistas, pidamos lo imposible”, “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”, se dio inicio a una revolución que partió con aquellos y aquellas jóvenes que, poseídos por un apetito insaciable por cambiar las cosas, y que pareció poner al mundo al borde del colapso, terminó apenas con algún éxito político concreto y muchas de sus consignas, que fueron gasolina para esa revolución, terminaron estampadas en camisetas de origen chino vendidas en alguna feria artesanal.

Compare usted lo anteriormente descrito, con lo acontecido a partir de esa tarde del 18 de octubre del 2019, cuando un fantasma recorrió Chile y bajo la consigna “evadir no pagar, otra forma de luchar”, una simple protesta estudiantil que llamaba a saltarse los torniquetes de ingreso a las estaciones de metro, motivada por un alza de 30 pesos del pasaje, dio inicio a las más grandes y multitudinarias protestas de las que se tenga memoria.

También fuimos testigos,- como en aquel mayo francés – de una narrativa expresadas en graffitis y consignas poético – revolucionarias como “Chile despertó”, “no son 30 pesos, son 30 años”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, acompañada de una estética rica en imágenes y símbolos, donde destacaban curiosos personajes como la tía Pikachu, Pareman o la figura de un perro callejero de color negro y pañuelo rojo al cuello, que se convertiría en el símbolo de la insurrección popular.

“El infierno” de Dante Alighieri palidece frente a las imágenes del centro de Santiago, la plaza Italia, o Dignidad,- aunque hoy nadie se atreve a llamarla por ese nombre – fue convertida durante meses en un verdadero campo de batalla, controlado por escuadrones de autodefensa de inspiración espartana, a los que la prensa no tardó en bautizar como “la Primera Línea”.

Fue aquí, en la llamada zona cero y particularmente en los muros del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), donde se recrearon verdaderos museos al aire libre, en que artistas y ciudadanos, pudieron expresar su sentir frente a lo que estaba ocurriendo, generando un espacio de debate y libertad, donde las intervenciones visuales se proponen con variadas técnicas de expresión artística.

Grafitis, mosaicos, impresiones digitales, collage, que se realizan sin autorización, de forma libre e incluso ilegal, haciendo gala de una puesta en escena de exquisita creatividad, solo comparable a lo realizado por las brigadas muralistas de izquierda que apoyaban al presidente Salvador Allende.

La incontinencia creadora, también se expresó durante la semana del 19 al 25 de octubre, cuando el taller de diseño audiovisual” Delight Lab”, sorprende a los capitalinos con mensajes lumínicos proyectados en la fachada de la torre Telefónica, ubicada en la zona cero: “No estamos en guerra, estamos unidos”; “¿Dónde está la razón?”; “Que sus rostros cubran el horizonte”; “¿Qué entiende Ud. por Democracia?”; “Chile despertó”; y “Por un nuevo país”, fueron parte de los mensajes proyectadas por el estudio de diseño audiovisual y experimentación en torno a la luz, el video y el espacio.

Y como no hay revolución sin canción, los músicos y cantautores, durante el estallido popular, reivindicando la relación histórica que ha existido, entre música y cambio social, no se quedaron atrás.

A través de sus canciones y melodías, Ana Tijoux (“Cacerolazo”), Nano Stern (“Regalé mis ojos”), Mon Laferte (“Plata Ta Tá”), Jorge Castro (“Hoy me pongo la capucha”), las orquestas sinfónicas que a lo largo de todo Chile interpretan “El pueblo unido jamás será vencido” y la versión del clásico “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara, además de miles de músicos independientes organizados en todas partes, pusieron voz y sonido ambiente a la insurrección popular.

Capítulo aparte merece la irrupción del colectivo “Las Tesis”, cuando el 25 de noviembre, a 38 días de iniciado el estallido social, una performance callejera realizada por decenas de mujeres, comenzó a viralizarse en las redes y rápidamente su acción de arte dio la vuelta al mundo.

“La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía, el violador eres tú”, era el poderoso grito de las mujeres que realizaron la performance del colectivo interdisciplinario oriundo de Valparaíso, integrado por Paula Cometa, Daffne Valdés, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres.

El estallido social del 18 de octubre, al igual que Mayo 68, aparentemente no derribaron ningún modelo. En Francia, como una forma de aplacar la insurrección callejera, el presidente Charles de Gaulle adelantó las elecciones y los ciudadanos, aburridos de las barricadas, la violencia y el desabastecimiento, consecuencia del prolongado paro general, le dieron un abrumador triunfo a la extrema derecha.

En Chile, todos sabemos cómo terminó nuestro sueño refundacional. Sin embargo, los anhelos y las consignas idealistas de octubre, como “por el derecho a vivir en paz”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, y las ilusiones de aquel Mayo francés; “L´imagination au pouvoir”, “la imaginación al poder”, “Il est interdit d´interdire”, “prohibido prohibir”, “Soyez réalistes demandez L’impossble”, “seamos realistas, pidamos lo imposible”, perdurarán por siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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