Publicidad
“Educación universitaria” de Ernesto Garratt: la universidad como un limbo CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

“Educación universitaria” de Ernesto Garratt: la universidad como un limbo

Publicidad
Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile
Por : Aníbal Ricci Anduaga/Letras de Chile Ingeniero comercial y escritor.
Ver Más

Para Garrat volverse humano es estrellarse contra el suelo, el mundo del orden y la vida es realmente gris. Vendrá el período de transición democrática y las cosas no cambiarán demasiado. Los sueños no aparecen en el horizonte, volverse humano es conformarse con esta vida de mierda.


En esta tercera entrega, la última novela de la trilogía del odio, la pertenencia de clase es más nítida, donde comparte con otros un odio parido hacia esta sociedad injusta.

Sus compañeros de universidad serán futuros periodistas, pero este año están en “toma” y se suceden días y noches alcoholizadas tras unos eslóganes por una mejor educación, buenas intenciones, aunque el odio le permite a Garrat observar el futuro de esos compañeros que al final se venderán al sistema, uno de poder, un sistema mercantilizado donde su vieja ha firmado un pagaré “sin seguro de desgravamen”, una vivienda social que se transformará en una carga para sus deudos, en este caso Garrat, que no sólo deberá pagar esos dividendos, sino que además quedará endeudado de por vida para tener acceso a la educación universitaria.

En la segunda novela, el vampiro Mihai venía a imponer un nuevo orden en esta dimensión. Traspasaba el cristal con violencia y buscaba en este lado del espejo convertirse en ser humano. El final amenazaba con una ruptura violenta (era nítido el significado de la lucha), pero lo violento será la enfermedad de su madre, el precario sistema de salud pública, el sueño efímero de la casa propia que ella no podrá disfrutar. La muerte la apartará del lado de su hijo, la muerte es el fin del orden y la vida, en palabras de su oscuro alter ego.

El vampiro surgió de la imaginación del niño-humano, pero en esta última novela es Mihai el que describe el escenario al que se enfrentará Garrat. Lo sustituye tras las teclas de la máquina de escribir. Esta dimensión no es un mundo de bondad, el mal está presente hacia el final de la dictadura, la oscuridad no llegó con el vampiro, ya estaba entronizada en la economía nacional. El vampiro le ha abierto los ojos.

El protagonista ha experimentado esta injusticia, la rabia se enfoca hacia los alumnos privilegiados de ingeniería comercial, los “cuicos” ven la vida de otro modo y no se dan cuenta de la realidad. Esta novela es la más rabiosa (resentida), el odio adormece a Garrat y emprende una ruta de sinsentido, donde sólo importa subsistir. Esta dimensión es enrarecida, el acceso a la educación quizás permita mejoras materiales, pero el alma del país está envenenada por el pasado.

Garrat observa la existencia del vampiro y también los muertos, en sus últimos días su vieja podrá observar a este espectro del más allá. Mihai percibe el caos y la muerte, le transfiere ese poder al niño-humano. La facultad de periodismo está conformada por unos edificios que en los primeros años de la dictadura fueron centros de tortura. Garrat escucha los gritos que salen de la “parrilla eléctrica”, la potencia de la ampolleta amenaza con oscurecer el presente inestable.

En las otras novelas, la madre le transfirió su lucha interna contra la dictadura, pero Pinochet en persona, al menos eso decía el decreto, les otorgó la beca presidente de la república y el anhelado sueño de la casa propia. Era la madre la que le daba fuerzas y ahora Mihai le permite ser testigo del horror de los apremios ilegítimos.

A Garrat le fue bien en la Prueba de Actitud Académica, pero la muerte de la madre lo ha dejado desamparado. El mundo de las “tomas” le permite anestesiar su consciencia con alcohol y pitos de marihuana. El odio lo impulsó a prepararse, pero ahora la universidad se manifiesta como un limbo.

El capullo de la casa propia se vuelve solitario, la rabia le permitirá convertirse en un ser humano. Pero este tránsito es caótico, los días transcurren lento y Garrat todavía no se ha convertido en Mihai.

Esta tercera entrega es la más oscura, un limbo de emociones anestesiadas. La madre le insuflaba ganas de surgir en esta vida y en su ausencia surge el desconcierto. Las levitaciones dejan de ser efectivas, las mordidas del vampiro lo llevaron a ras de piso, a tragarse el polvo de este presente aciago.

Para Garrat volverse humano es estrellarse contra el suelo, el mundo del orden y la vida es realmente gris. Vendrá el período de transición democrática y las cosas no cambiarán demasiado. Los sueños no aparecen en el horizonte, volverse humano es conformarse con esta vida de mierda.

El mundo de Mihai y el mundo de Garrat son dos universos distantes y el espejo un agujero de gusano. Un delgado vidrio que augura la reunión en una sola alma. El bien y el mal no viven separados, no hay cielo ni infierno en esta realidad de dos caras, una dimensión de la que nadie puede escapar.

Tras una fiesta a beneficio de un compañero, Garrat se recupera de una borrachera. La resaca es horrible y por fin se ve reflejado en el espejo, Mihai se ha fundido con él en una sola entidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad