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“Sangre de mi sangre”: cuando tejer es una forma de escritura CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

“Sangre de mi sangre”: cuando tejer es una forma de escritura

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Esta publicación no es solo eso, sino una acción que se mantiene viva, que se rememora por el formato libro. La publicación propone un relato entre texto e imagen, donde se establece un nuevo tejido, una narrativa que incluye las voces de los participantes. Sus testimonios, sus miradas.


Este es un libro editado por Francisca Márquez y con los registros fotográficos de Jerónimo de Munter Coppia, un libro-acción, una publicación que plasma una acción, un acto performativo, llevado a cabo por mujeres adultas y jóvenes estudiantes de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado, y publicado por Ocho Libros.

Tejer- recordar-accionar-performar-registrar- documentar-publicar-volver a accionar- volver a recordar – volver a tejer, dar la vuelta, como en una madeja de hilo. Quisiera hablar brevemente de tres elementos que me llaman la atención en este ejercicio: el acto de tejer la memoria, el acto de registrar lo performático, y el acto de publicar una narrativa de los hechos. Actos que ocurren y están ligados a ciertos lugares: el Estadio Nacional, Irán 3037, el GAM, el Museo de la Memoria. Lugares que poseen una carga histórica y de memoria social profunda. Se establecen contactos, trenzas que se enlazan, hilos que se cruzan.

Y mediante esos contactos, me gustaría entrar en el acto de tejer. El tejido. En estos días se exhibe en el Museo precolombino la muestra “Contactos: Textiles coloniales de los Andes”, que presenta los cruces técnicos y simbólicos de dos culturas, la inca y la española. Cada una enfrentándose a la otra, compartiendo códigos en un mismo telar.

“Los textiles están cargados de significados, que han cambiado con el tiempo y seguirán transformándose con cada nueva interpretación”, se lee en la presentación de la exhibición. Al final de la muestra, en una sala contigua, se exhibe un tejido comunitario realizado por mujeres andinas pertenecientes a dos ayllus quechuas. “Los textiles andinos son una expresión creativa del arte comunitario de América, son espacios de encuentro donde se articulan tensiones y contactos al interior de las comunidades andinas”.

“Esta obra es una invitación a pensar el arte textil como un trabajo eminentemente colectivo, donde se involucran diversas personas y territorios conectándonos con el pasado, y al mismo tiempo, abriendo nuevas posibilidades de convivencia en el presente para proyectar un futuro compartido”, se lee en el texto que acompaña la pieza.

Creo que el trabajo realizado dialoga directamente con este tipo de reflexiones. “Tejer es una forma de escritura”, nos dice la antropóloga y editora Francisca Márquez. Un diálogo entre territorios, comunidades y generaciones. Es increíble también como el tejido ha estado presente en casi todas las materialidades que usamos a diario, el poncho para vestir, la alfombra para acolchar, las mantas para abrigar, los lienzos para adornar, las bolsas para llevar y traer. Pero hay lienzos que trascienden lo utilitario.

Esta acción de tejer, que hoy nos convoca, ocurre en un contexto determinado. A 50 años de una gran herida social, como fue el golpe de Estado del 73 y todas sus consecuencias, y a unos pocos años de una herida reciente, como fue el Estallido social. Tejer para entrelazar, para recordar, para sanar. “Fue descubrir que desde el acto de tejer se pueden amarrar y coser las memorias del dolor a un sentido colectivo de los afectos, ideas y resistencias compartidos”, nos recuerda nuevamente Francisca.

“Estos estudiantes se están preguntando, hoy, después de cincuenta años, por un pasado ya cada vez más lejano, pero que impacta y repercute en sus propias historias de vida”, plantea en el libro Javiera Bustamante.

Es que como relata Sebastián Nuñez:

“Conmemorar proviene del latín conmemorare y une el prefijo con –(junto a), el verbo memo (recordar) y el sufijo –ar que indica una acción. Conmemorar trata, entonces, del acto de recordar en conjunto, la acción de recordar junto a otros/as”.

Una de estas acciones fue en la calle Irán 3037, donde operó el centro de tortura La Venda Sexy. Así lo recuerda María José Espinoza: “la conmemoración contra el olvido culmina con cada una de estas fotos fijadas a la gran red de tejido, unidos todos, donde una vez sus vidas fueron arrebatas”.

Se refiere a las fotografías de víctimas y desaparecidos que llevan en sus cuerpos los familiares, y que luego los disponen en el telar. La fotografía aparece. Este acto nos da pie al próximo punto: Registrar la performance.

La fotografía es un campo expandido en la manifestación. Sale de los libros y los teléfonos, y se posa en los cuerpos, en las pancartas, en los muros, en los telares. La publicación también es un libro con fotografías. Algunas de las funciones de la fotografía son documentar, archivar, ilustrar, informar, narrar. Sin embargo, las imágenes son irremediablemente mudas, nos dice Peter Burke. Esto nos lleva a que su lectura genera una dependencia con su contexto y su contexto.

El libro comienza con la foto de una mujer mayor dialogando con un joven en el marco de una feria universitaria. Están estableciendo contacto. No hay pies de fotos, por lo que su lectura queda libre de interpretación. Los textos posteriores del libro nos van dando las pistas sobre qué se trata.

La segunda foto es un manto rojo dispuesta sobre una reja. Parece una escena del crimen. Como si algo hubiese ocurrido en ese lugar. En un comienzo desconozco de qué lugar se trata, pero ese rojo sangre perturba como una herida. Luego se me informa que corresponde a la dirección de Maule 130, lugar donde fue vista por última vez Carolina Wiff, detenida desaparecida el año 1975.

Hay otra imagen, donde las mujeres levantan el tejido rojo. ¿Cuánto pesa el telar?, ¿cuánto pesa la memoria?, ¿cuánto pesan los dolores?, ¿los suyos, los nuestros?, ¿cuántas mujeres han sostenido el peso de la historia, de sus historias?, me pregunto.

Y está la imagen en el camarín de mujeres del Estadio Nacional. “’Y va a caer’ resuena entre estos fríos muros como un eco de esperanzas y anhelos de un cuento mal contado”, relata Juan Francisco Barassi. Y continúa: “Son los cubículos y los baños de los camarines, los distintos relatos colgados en la muralla del fondo contando vivencias de dolor, pero cargadas de resistencia y amor… en ese largo pasillo que alguna vez fueron las duchas del camarín, se hacen presentes los tejidos acompañando los relatos de memorias e historias de detención y tortura de las reclusas que vivieron tan crudas experiencias”.

En la imagen no están los cuerpos, ni las heridas ni los quejidos, pero se ven. Se me vienen a la mente las fotografías del estadio en 1973 del fotógrafo chileno Marcelo Montecino, las imágenes de los pasillos y los prisioneros del fotógrafo francés David Burnett. Los cuerpos apegados a los muros, el telar rojo, la sangre de mi sangre expuesta.

Finalmente, el tercer acto, el acto de publicar. Hablando de esta publicación, que no es solo eso, sino una acción que se mantiene viva, que se rememora por el formato libro. La publicación propone un relato entre texto e imagen, donde se establece un nuevo tejido, una narrativa que incluye las voces de los participantes. Sus testimonios, sus miradas. Y también están las postales, a modo de una invitación a que este mensaje circule, transite, para un volver accionar. La palabra, la imagen y el tejido se multiplican.

Que esta publicación, postales y experiencias se abran y vuelen por el mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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