
“Seda” de Alessandro Baricco: una historia japonesa
Una novela de viaje, de amor y de incertidumbre, donde nada es lo que se imagina y a la vez es un todo. El final abierto deja volar la imaginación del lector.
Estamos ante la presencia de una nouvelle, una historia corta pero condensada. En poco más de cien páginas nos sumergimos en un relato donde Baricco nos hace viajar, llevar nuestras imágenes mentales al vernáculo Japón y sus vetustas costumbres como la ceremonia del té o el baño con paños de seda tibios, no sin antes peregrinar por la frontera china, por la tierra siberiana entre otros y ¿para qué? Para contarnos al oído un testimonio de un desafío amoroso, de esos sutiles que se buscan con la mirada y que solo se concretan en sublimes y eróticos pensamientos.
El matrimonio rutinario de Hélén y Hervé Joncour asentados en el pueblo silente de Lavilledieu, vive una existencia sin sobresaltos ni grandes objetivos, hasta que a Joncour le ofrece, el cuasi dueño del lugar nominado Baldabiou, ir detrás de gusanos de seda, tan escasos en esos tiempos por una epidemia que se propagó por toda Europa hasta África.

Comienza el periplo de Joncour al rescate de la tan anhelada materia prima y es aquí donde el autor nos conduce, a través de un lenguaje exquisito, pletórico de símbolos y de susurros oníricos a la tierra de “la otra punta del mundo”. Comienza la acción y los viajes que parecen estribillo, donde, aparte de negociar, encuentra los ojos más bellos del mundo, ojos inquisidores, desafiantes, adictivos que llevan a nuestro Hervé a un laberinto de emociones y a una voluptuosa danza jamás imaginada. Al lugar donde el silencio grita y el amor se enjaula para liberarse.
El narrador con un lenguaje visual, (Haiku) monosilábico, pero que le abre al lector reflexiones profundas acerca de la existencia, lanza delicadas metáforas para describir el espacio como “espectáculo quieto” o “aprender el mundo” En algún momento el lenguaje se vuelve borgiano cual descripción del Aleph al repetir el verbo “Vio hombres armados y niños que no lloraban. Vio los rostros mudos…”. Esto para llevarnos a la tragedia de lo inasible.
Una novela de viaje, de amor y de incertidumbre, donde nada es lo que se imagina y a la vez es un todo. El final abierto deja volar la imaginación del lector que, desconcertado, no logra discernir quién es la autora de una carta pletórica de fuego y de pasión, escrita en un japonés perfecto, una misiva que cierra un triángulo perfumado y sedoso como los gusanos del más allá mediterráneo.
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