
Cómo hablan los chilenos y el diccionario Moliner
En el marco del ciclo La Ciudad y las Palabras, organizado por la Universidad Católica, este martes el escritor argentino Andrés Neuman —autor multipremiado y traducido a más de 25 idiomas— presentará la conferencia “La ciudad de María Moliner”.
Cada tanto resurge en foros públicos, redes sociales y medios de comunicación una crítica ya conocida: los chilenos hablan mal el español. No solo eso, hablan el peor español, se afirma. Ejemplos hay varios al navegar en internet: en TikTok se viralizó un video en el que una joven argentina, entre risas, afirmaba que “el acento chileno es el más difícil de entender”, provocando cientos de reacciones divididas. No fue la única. Otro usuario escribió: “Antes creía que el acento caribeño era complicado… luego conocí cómo hablan los chilenos y dudé de mi español. He llegado a pensar que hablan otro idioma”. Casos como estos se repiten constantemente.
Estos comentarios —a veces ligeros, otras abiertamente despectivos— han sido replicados y discutidos por especialistas en espacios que recogen reflexiones de lingüistas que explican cómo características como la velocidad, la supresión de fonemas, el uso intensivo de modismos y una entonación propia pueden hacer que el español chileno suene cerrado o confuso para quienes no están familiarizados con él.
Estos juicios ofrecen una oportunidad para reflexionar no sobre cuán “bien” se habla el español en Chile, sino sobre cómo se habla. Porque el idioma —como toda práctica cultural— no es una estructura rígida que se aprende y se repite, sino un fenómeno vivo, dinámico, sujeto a contextos históricos, sociales y geográficos.
Aquí es donde entra una figura que pocos esperarían mencionar en medio de un debate en redes sociales: María Moliner.
Esta bibliotecaria y lexicógrafa española (1900-1981), desconocida para muchos fuera del ámbito lingüístico, es autora de una de las obras más relevantes de la lengua española del siglo XX: el Diccionario de Uso del Español. Su historia es, en sí misma, una lección de amor por el lenguaje. En 1952, su hijo le trajo desde París un ejemplar del Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby, y fue entonces cuando Moliner se propuso crear un diccionario similar en español, con la ingenua intención de terminarlo en “dos añitos”. Tardó quince.
Durante más de una década, en el salón de su casa y fuera de su jornada laboral de cinco horas como bibliotecaria, Moliner trabajó sola, armada apenas con una pluma Montblanc, una máquina de escribir Olivetti y miles de fichas. La primera edición de su Diccionario de Uso del Español (DUE) fue publicada en dos tomos entre 1966 y 1967. Contenía cerca de 3.000 páginas y se convirtió, sin ella buscarlo, en una obra de culto entre escritores, traductores, editores, profesores y amantes del idioma.
Pero ¿qué hace tan especial este diccionario? Su propia autora lo sugiere en la introducción: “La denominación ‘de uso’ aplicada a este diccionario significa que constituye un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden. […] En primer lugar, trayendo a la mano del usuario todos los recursos de que el idioma dispone para nombrar una cosa, para expresar una idea con la máxima precisión o para realizar verbalmente cualquier acto expresivo”.
A diferencia del diccionario de la Real Academia Española, Moliner no buscaba normar el idioma, sino ofrecer herramientas para usarlo con precisión, sensibilidad y conciencia del contexto. Su obra incluye regionalismos, sinónimos, giros populares, tecnicismos, extranjerismos, arcaísmos, frases hechas y un notable número de palabras y expresiones del español de América Latina. En Chile, el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural ha afirmado que el DUE ha sido uno de los textos más referenciados para el desarrollo de tesauros y trabajos lexicológicos, debido justamente a su amplitud y profundidad.
Más aún, Moliner no sólo definía: aconsejaba. Mostraba el uso más adecuado según el contexto, advertía sobre construcciones dudosas y ofrecía caminos posibles para una expresión más clara, más rica, más fiel a la intención del hablante. “Lo adecuado y lo correcto no siempre coinciden”, decía. Esa frase, hoy, podría usarse como lema frente a las críticas que pesan sobre el español chileno. Lo que algunos consideran errores, deformaciones o descuidos, otros lo entienden como creatividad lingüística, economía expresiva o simplemente evolución cultural.
El español de Chile tiene su propia lógica: sí, es veloz, suprime consonantes y abusa de modismos. Pero también es profundamente expresivo, cargado de identidad y lleno de matices. Como cualquier otra variante regional del idioma, no es una caricatura ni una degradación, sino una manifestación legítima de la diversidad del español.
Y es esa diversidad la que María Moliner defendió con su obra. No desde la autoridad institucional, sino desde la sabiduría autodidacta, la paciencia y el trabajo silencioso. A ella no le interesaba imponer reglas, sino tender puentes. Su diccionario es una invitación a entender, no a juzgar. A ampliar el lenguaje, no a reducirlo.
Por eso, será una oportunidad invaluable poder conocer más sobre su vida y su obra en el marco del ciclo La Ciudad y las Palabras, organizado por la Universidad Católica. El próximo 2 de septiembre, el escritor argentino Andrés Neuman —autor multipremiado y traducido a más de 25 idiomas— presentará la conferencia La ciudad de María Moliner. Será un viaje por el mapa íntimo del idioma, ese que se escribe en fichas, en márgenes, en acentos y en silencios.
Porque hablar bien no es sonar como el diccionario. Es usar las palabras con sentido, con intención, con libertad. Y eso —más allá de lo que digan TikTok o los prejuicios— los chilenos lo hacen todos los días.
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