
Pablo Chill-e Sinfónico, la voz de la pobla en TV abierta
A veces soberbios, pero talentosos, siempre criminalizados e hipervigilados, el estigma que acarrean los cantantes de trap, no sólo queda suspendido hasta nuevo aviso con este show, sino que permite poner su música en la categoría precisamente de música, un arte –sí, un arte– que posee estética.
Emocionante. Aunque los que se dicen cultos, no crean ni validen la emoción que aprieta la guata y el llanto, al corear la prosa de barrio, de los bocacochis, de los patos feos y malos, el fin de semana el trap sinfónico tocó y movilizó a Chile.
Lo que vimos en el show televisivo que nos presentó Red Bull en televisión abierta, por la señal de la televisión nacional, es el éxito de una cultura musical y un hito histórico para una estética vapuleada no sólo por otros géneros musicales, clases sociales, gustos y estilos más conservadores, sino que también por actores de sus mismas filas.
Qué alegría me da ver cómo esto sirve para callar bocas y quejas emitidas desde la arrogancia y ese concepto de autenticidad decimonónico donde nada –nunca– les será suficiente. El mismo que posteó varias veces un “vendío”, hoy deja felicidades en la caja de comentarios del video del show de Youtube.
La música urbana chilena –el trap en específico– desfonda las hormas de los zapatos y rasga los prejuicios y categorías que han buscado acordonarle a lo más bajo de la cultura popular (“venimos del trap, somos lo peor de la sociedad”), emergiendo con dignidad en el Teatro Corpartes (“el teatro de los cuicos” o CA660) para cantar de tú a tú con una orquesta de música docta dirigida por Gabriel Paillao, compositor, productor musical y pianista de jazz creador de La Brígida Orquesta.
Mismo que se ha adjudicado en dos oportunidades los Premios Pulsar, galardón continuamente esquivo para Pablo Acevedo, jefe del trap en Chile. Lo que ambos han realizado es un hito en la pedagogía musical del país, pues le ha permitido (y permitirá) a miles de niños y jóvenes escuchar a su estrella del trap y reggaetón junto a vientos, cuerdas, percusiones e instrumentos que nunca han visto ni sentido en su vida, a la par de líricas que hablan de lo que sí conocen: la violencia, el sacrificio de los padres –ese que pronto será propio–, de pobreza y los amigos o vecinos muertos.
Historia, memoria y proyección de Chill-e
El fin de semana asistimos a la historia musical de Pablo Chille sintetizada en sus más altos y políticos hits, pero también presenciamos los de Kevin Martes 13 y Galee Galee. Cantantes urbanos fallecidos por un accidente automovilístico en 2018 –el primero– y por suicidio en 2023 –el segundo–. Mismo reconocimiento que acababa de realizar Fran C (fundador del sello Desafío Music y parte de la Shishigang) en “Gracias a Dios” del disco HOT donde produjo y trajo al presente a ambos artistas en un junte tan fantasmagórico y alegre, como improbable. En esta versión sinfónica, Chill-e nos recuerda cómo los territorios siguen contando y viviendo esas historias, como su vida y muerte, adquieren y renuevan sentido.
De esta manera Pablo Chill-e, representó la voz culta y memoriosa de la música urbana, una que incluye garabatos y palabras soeces, pero también como un autor que retrocede, interpreta y avanza: que se proyecta al futuro. Pablo fue capaz de denunciar la corrupción de los poderosos, de la política y de la iglesia en “Facts” –en televisión abierta–, mientras ya no amenaza, sino que confirma que puso a los niños de la pobla a cantar. Mismo que abrió su show tirandole a los medios de comunicación, que manejan la opinión pública, a una telebasura que se adueña de los relatos oficiales que recaen sobre el arte urbano, sobre las juventudes flaites, sobre aquellos que viven en la población y buscan una salida ante el agobio de las necesidades y urgencias.
Además de exhibir la vigorosidad de la música urbana, nos evidenció el desarrollo de la carrera artística de Chill-e, una que ha estado llena de juicios de gusto, opinologías e interpretaciones que o lo han dejado en el piso, o bien lo han levantado a lugar más alto de la influencia musical, al de referente sin excusas ni rodeos de las generaciones más jóvenes.
Chill-e de hoy, con apenas 25 años, comenzó a los 15 grabando en notebooks caseros y haciendo videoclips donde un gorro escondía su rostro pero realzaba sus cadenas, cinturones y torso desnudo. Ayer, con gafas y sin dreadlocks, enfundado en un traje para máxima elegancia y formalidad, indicó que sólo dos canciones fueron presentadas con autotune: “Hablamos mañana” (con Bad Bunny) y “Vibras”. A la crítica se le responde con hechos, nos enseña.
Me pregunto, ¿hace cuánto tiempo no ingresaba la calle (y la representación de esa calle) a esa sala de teatro? ¿Cuándo la farándula juvenil y los tik-tokers se habían citado para escuchar un concierto sinfónico? ¿Cuándo habíamos tenido antes a Pablo en horario prime soltando himnos en un ensamble de talentos musicales, por lo bajo, riquísimos? El ex director de la orquesta del Festival de Viña, Horacio Saavedra, podrá pensar lo que quiera –así como nosotros también– pero eso no le quita ni el más mínimo mérito al equipo de trabajadores de la industria musical que nos permitieron disfrutar esto hoy, mañana y también en el futuro.
Estamos ante la maravilla de encontrar a músicos que han estudiado música, que le han entregado sus pestañas, cuellos y sudor a un instrumento, incluídos en un evento que vende tickets y permite subsistir otro mes más. Una realidad musical basada en la precariedad artística que comparten con la gran mayoría de aficionados y emergentes de las músicas urbanas.
Por primera vez veo y escucho el solo de guitarra de Kenneth Vásquez, uno que nos recuerda el rock –esa música consabida “de calidad” y bien masculina– en medio de un hit de trap, género que le abre el espacio a ese artista en particular pero también a una música y su comunidad que no ha recibido muy bien estas nuevas estéticas y sonidos.
O dicho de otra forma: Pablo Chill-e nos permitió escuchar en el “trabajamos como haitianos” (Asueto), al género y comunidad musical que se ha opuesto permanentemente al avance de la música urbana. Las razones, ya sabemos, a esta altura, son un cliché.
Lamentando no haber estado ahí para testimoniar este hito de la historia musical del presente, celebro y agradezco a quienes tuvieron la labor de abrir esta experiencia a todo Chile e internet. Hicieron lo necesario para hacer historia: entregaron obra, contexto y audiencia. Entregaron un mensaje musical vuelto escritura y memoria. Redbull le da alas –como dice su publicidad– a un espectáculo que si hubiera sido emitido en la época de nuestros padres, estaría recién copiado en una cinta de VHS con un sticker que diría: Pablo Chill-e Sinfónico. Y estaría en la estantería al lado de Michael Jackson en el Estadio Nacional, o el de Sting en el Festival de Viña del Mar, o el de Amnistía Internacional el año 1990.
Sepan que han escrito el nombre de un capítulo de la cultura popular chilena que consolida al artista Pablo Acevedo, uno que aún no ha recibido los reconocimientos mínimos que este país le otorga a sus astros internacionales, pero que recibe a manos llenas, en el afecto directo de su público que –sin mediar galardones o gaviotas de bronce–, lee en la figura de Chill-e la victoria social y política de una cultura flaite, desadaptada y marginal; esa que hoy es masiva, culta y un centro en relación a otros sonidos periféricos, pero que aún así insiste en rehuir e incomodar, antes de volverse hegemonía.
Porque los tatuajes en el rostro, el cuello, las manos siguen sobresaliendo del terno, así como el seseo y el “shushetumare”, recordándonos que “solo el pueblo salva al pueblo”, que “sigo siendo flaite” de un compositor ultra consciente de que “si no estuviera pegado seguro me desconocen”.
Dios para ti tiene un plan
Como leo en comentarios de RRSS, “la mejor misa” y “el corte pentecostal se da solo”, Chill-e hace gala de cómo su público, su familia y colegas sí quieren verlo ganar, están allí apoyando ese “plan que sí le tiene Dios” y que le ha puesto en la primera fila de una industria musical aprendiendo, experimentando y también repensando algunos de sus pasos previos.
Este espectáculo que nos recuerda los primeros MTV Unplugged, así como los diferentes escenarios de videoblogs musicales que llevan a artistas a diferentes contextos para cantar en vivo, remueve fibras familiares que se vuelven memes. Escenas y vibras tan domésticas como ese sueño y discurso meritocrático del “si yo pude, ustedes también pueden”, uno que hace del esfuerzo personal el responsable del éxito y también del fracaso, cuando la victoria artística de Pablo así como de sus colegas presentes, son un esfuerzo colectivo que comienza en las familias y amigos, sigue con sus equipos de trabajo y termina en los fans que compran sus tickets, ven sus videos, dan play a sus canciones y alimentan redes sociales que les permiten seguir vigente.
En el flujo del capital –que él mismo ha mencionado disfrutar– nada opera sólo por uno, en éste somos un engranaje más de la cadena de consumo y producción serial. Lo que nos diferencia es la oferta, la demanda, la novedad y el brillo seductor de la mercancía.
Hoy Pablo Chill-e hay uno solo. Lo que equivale a decir que no habrá otro que abra y divida las mismas aguas, siendo pionero cómo y sobre lo que él ya ha fundado. Meritocracia sí, voluntarismo no. Como cerámica quebrada japonesa, Chill-e se cuela por las grietas y fallas de un sistema, y repara con el dorado y brillo del oro, la vasija musical: multiplicando el valor y resistiendo la progresiva devaluación personal y cultural del personaje.
Recordando la reciente gira que Yandel ha realizado por diferentes ciudades de Estados Unidos, presentándose con diferentes orquestas sinfónicas, Chill-e en Chile se encarama por las panderetas de Las Condes y de punta en blanco, les cantó a las cárceles y les reclamó libertad. Se dirigió a quienes han sido víctimas del bombardeo publicitario y avaro de la codicia y el vicio, a los perpetradores de crímenes, a los padres e hijos de toda familia, a aquellos que nacen sólo para ser reos, aquellos que hacen mal, “un mal necesario”; aquellos que saben que en la moral de la calle y de la delincuencia existe una administración de la necesidad y la violencia: una conciencia colectiva del otro, así como de la masa que soy yo y que represento.
Tras cinco meses de ensayos y producido por LaOreja Lab, la primera experiencia latinoamericana de Red Bull Symphonic, ha permitido que la música orquestal, esa perteneciente al mundo de lo clásico, de calidad, de moral superior, clasista, blanca e europeizante, se volviera un espacio de disputa donde recuperar las voces de los que no están ahí, de los que están en la calle, en la cárcel, al otro lado de la TV o de la vida. Descentrando así una disputa por la legitimidad de las representaciones, sonidos e imaginarios.
Todo esto nos permite preguntarnos: ¿Cuál es el rol de la música urbana en la pedagogía musical, así como en la política pública y la política cultural? ¿El trap hoy es mainstream? ¿No es una contradicción esto? Por lo pronto, podemos adelantar que este concierto pone en evidencia que así como es en extremo aceptada y reconocida esta expresión de virtuosismo musical, la cultura popular –la del pueblo– permanece viva a pesar (y con) el impulso social que le criminaliza, hipervigila y suprime.
La música urbana en tiempos de polarización, pero también de agotamiento de la voluntad ciudadana, ad portas de las votaciones presidenciales, persiste y resiste en las transacciones entre lo popular y lo no popular, disputando morales, distancias y límites de la segregación, demostrándole a todas las clases sociales de Chile, que sabe lo que es la interculturalidad, la interpretación, los arreglos e incluso, el trabajo intergeneracional.
A veces soberbios, pero talentosos, siempre criminalizados e hipervigilados, el estigma que acarrean los cantantes de trap, no sólo queda suspendido hasta nuevo aviso con este show, sino que permite poner su música en la categoría precisamente de música, un arte –sí, un arte– que posee estética, textura y colores propios, una que ha llegado tan lejos como al último televisión de la Patagonia y la Antártica Chilena. Así las cosas, el Festival de Viña es un próximo hito obligatorio para la parrilla programática del canal de la competencia. Chill-e en Chile, lo merece.
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