Publicidad
La cultura en el escenario electoral CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

La cultura en el escenario electoral

Publicidad

Ante el abandono del campo cultural por la izquierda y el progresismo, hemos dejado que el miedo y el odio se instalen con toda la carga de deshumanización del otro que ello conlleva. Frente a este panorama, debemos reponer la cultura de la acción común sustentada en la igualdad.


Hace más de dos décadas, desde el sector cultural, se han venido haciendo diversos esfuerzos por convencer tanto a presidenciables como a autoridades de gobierno de que la cultura está en el centro de los desafíos de futuro de nuestro país. Las acciones en el ámbito social y económico por sí solas no bastan, y menos aún medidas enfocadas centralmente en la inseguridad, que no se puede desconocer que es un problema latente. Es desde un entramado cultural, nos parece, que corresponde abordar e integrar los cambios económicos, sociales y de convivencia.

Ya lo decía el informe sobre desarrollo humano del PNUD del año 2002 “Nosotros los chilenos, un desafío cultural”: frente a la fragmentación social que vivíamos, era necesario reconstruir horizontes y sentidos comunes. Lamentablemente los gobiernos “progresistas” han hecho oídos sordos a esto, y las pocas propuestas que han buscado abordar el tema desde una perspectiva sistémica se han adoptado más bien en la forma que en el fondo.

Y así, sigue dominando en las políticas culturales la lógica competitiva de los concursos, o del acceso cultural, que se ha vinculado estrechamente al consumo, instalando en el corazón de la cultural la lógica neoliberal.

Pero tal vez nos ha faltado preguntarnos qué programa de cultura queremos para qué proyecto de país imaginado y anhelado. Y con esto tenemos que definir con claridad los principales ejes que han de sustentar dicho proyecto de país.

En este tiempo lo que hemos visto es una extrema derecha, tanto en Chile como en el mundo, que ha asumido y explicitado el tema de la cultura como un eje central de su quehacer, y levanta, en un sentido opuesto al que se anhela, la bandera de la batalla cultural.

Y gracias a su control cada vez más grande de los medios de comunicación y las redes, vemos el impacto que ha logrado, coherente con su proyecto político, al instalar en las conciencias y hacer sentido común el individualismo, el supuesto mérito personal fundado en la lógica del emprendimiento (que mayoritariamente es subsistencia pura y dura, trabajo informal y precario); desde ahí ha cultivado el miedo, la brutalidad, la ignorancia, el odio contra lo diferente y lo diverso.

Así es como hoy vemos a los Trump, los Netanyahu, los Milei, los Orbán, los Bolsonaros, los Kast y Kaiser; allí está la naturalización de la desigualdad, la injusticia, la crueldad, la discriminación, que retoma bajo sus banderas el horror del fascismo y el nazismo, con toda su violencia verbal y física, la que, en su máxima expresión, lleva adelante el genocidio contra el pueblo palestino.

Es tiempo de que, desde la izquierda y quienes se sienten parte del mundo progresista, más aún ahora con la candidatura presidencial de Jeannette Jara, que enfrenta a candidatos de extrema derecha, se retome un horizonte social y político que no se reduzca a la administración del sistema neoliberal, sus valores, sus índices macroeconómicos, sus lógicas tecnocráticas.

Las propuestas de futuro en pos de una humanidad con mayor humanidad requieren volver a fundarse en la búsqueda de la igualdad, la justicia, para vivir y habitar la libertad. Debemos jugarnos por hacer de la educación y la cultura el eje articulador de un proyecto para las mayorías, haciendo del bien común un anhelo, una perspectiva por alcanzar.

La cultura no puede seguir traduciéndose en palabras de buena crianza, el decorado de los programas de gobierno (incluso como decorado se ha ido desdibujando), y quedar rezagada finalmente a la agenda de un ministerio sin real peso político, cuyo quehacer no está entrelazado a las prioridades de los gobiernos.

Es así como las políticas en torno a la cultura terminan limitándose a las demandas sectoriales. No nos cabe duda de que es necesario tener políticas sistémicas de mediano y largo plazo en cada sector, pero estas deben ser parte de un entramado mayor, de manera que los árboles no terminen por invisibilizar el bosque.

Si queremos vislumbrar tiempos más esperanzadores, la cultura debe pasar a jugar el papel que le cabe. Debe ser el soporte del desarrollo de la creatividad y la inteligencia humana (con educación, reflexión, deliberación), para potenciar capacidades y que cada uno construya su propia concepción del mundo -como lúcidamente lo expresaba Antonio Gramsci-.

Promover una efectiva participación cultural es un desafío político, social, educacional y democrático de mediano y largo plazo que los gobiernos de la postdictadura no han querido abordar, empobreciéndonos política y culturalmente. De esta manera, han hipotecado de hecho las opciones que nos permitirían romper los límites en que nos encierra una economía de exportación extractivista, lo que por el contrario exigiría fortalecer las capacidades creativas de unas y otros bajo el sentido de un propósito común.

En las cabezas, en las mentes, es donde se “digieren” los cambios. En las experiencias significativas es donde se construyen las miradas de mundo y las convicciones. Y hoy, ante el abandono del campo cultural por la izquierda y el progresismo, hemos dejado que el miedo y el odio se instalen con toda la carga de deshumanización del otro que ello conlleva.

Frente a este panorama, debemos reponer la cultura de la acción común sustentada en la igualdad, la sororidad/fraternidad, la justicia, la libertad, la solidaridad, donde la esperanza y futuro se construyan colectivamente, buscando reconectar cotidianos, sentidos y anhelos de una vida mejor para todas y todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad