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“Tu memoria en mis ojos” de Rossana Dresdner: un tapiz tejido de la memoria CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

“Tu memoria en mis ojos” de Rossana Dresdner: un tapiz tejido de la memoria

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Qué humana la reacción de la protagonista –Leonor – al darse un golpe con la terrible verdad: su madre ha sido diagnosticada de alzhéimer. Su madre, que nunca le ha dicho que la quiere. Va de inmediato a abrir Google y busca la palabra alzhéimer. ¿No es lo que haríamos todos?


Rossana Dresdner elige magníficamente bien el epígrafe de este libro, frase en la que la escritora Joan Didion declara y afirma la nula importancia de distinguir lo que sucedió de lo que pudo haber sucedido. Porque en realidad esa distinción no importa y ambas áreas estarán matrimoniadas para siempre en la historia de la humanidad.

¿Significa esto que la novela Tu memoria en mis ojos es producto de un vagar entre sucesos reales y posibles en una forma desordenada e imprecisa?

En absoluto. Con una seguridad de francotirador certero, Dresdner nos sumerge en el paso a paso de una lenta muerte en vida, como lo es la de la enfermedad de alzhéimer y las vivencias de quien acompaña al paciente. La gradualidad de esta novela está impactantemente bien lograda, que Dresdner construye con una división tripartita de los hablares narrativos.

Están los capítulos titulados con frases para el encuentro de la protagonista con la enfermedad del alzhéimer, que destruye minuto a minuto “aquellas partes del cerebro que controlan el pensamiento, la memoria y el lenguaje”. Luego están los capítulos nombrados con una hora de reloj –7:55, 15:38, etc.– que dan cuenta de la relación directa madre-hija, a través de la lenta decadencia de la primera.

Es otro tipo de hablar narrativo en el que se la escritora se aventura a narrar los detalles y gestos menores, y situaciones desmenuzadas al detalle, tanto en la relación de la protagonista –Leonor– con su madre y sus encuentros con ella, como en las relaciones de su propio entorno familiar: un marido –Marcos– y una hija –Camila–. El tercer hablar narrativo de la tríada son los impactantes y brevísimos capítulos señalados con 000, que van dando cuenta con una gradualidad torturante, de la lenta pérdida del control cerebral de la madre.

A poco andar en la novela, el lector se adapta a esta fórmula narrativa y la necesita para ir avanzando en la lectura de esta crónica de una muerte anunciada que, paradojalmente, da paso a una vida sorpresiva: el encuentro de la madre e hija. Precisamente es en la enfermedad, en el lento avance de ésta, donde se generan momentos de cercanía afectiva que parecerían imposibles si la madre –Aída–, no hubiera contraído la enfermedad y hubiera seguido en control de su memoria, pensamiento y lenguaje, con los filtros, los silencios y las trancas de una historia con los egoísmos heredados y producidos por todo ser humano.

Qué humana la reacción de la protagonista –Leonor – al darse un golpe con la terrible verdad: su madre ha sido diagnosticada de alzhéimer. Su madre, que nunca le ha dicho que la quiere. Va de inmediato a abrir Google y busca la palabra alzhéimer. ¿No es lo que haríamos todos?

Y entonces vemos, junto al demoroso acercamiento de esta amenaza –la pérdida interior de una persona que produce el alzhéimer– cómo Leonor lucha denodadamente para mantener el control cerebral sobre la tragedia. Trata de definir la enfermedad de su madre, de ponerle límites, de encontrarle remedios, de ponerle nombre propio: busca definiciones de la palabra “memoria” en forma obsesiva, hace esquemas con las fases de la enfermedad, se concentra en detener el proceso, se aplica a creer que ellas dos sí van a lograr detenerlo. Y en forma lenta, gradual, dolorosa, se da cuenta de que eso no será posible.

Es ese el momento en el que la narración se hace presente. Leonor elabora una teoría acerca de la construcción de la memoria –en el magnífico capítulo que casi parece un gran ensayo, “Un guión para la memoria”– donde “los recuerdos dejen de ser solo lo que podemos recordar y pasen a ser lo que queremos recordar”. Esto lleva a la protagonista a un gran descubrimiento: que la memoria no es una fotografía de nuestro pasado, sino la escritora del guión de éste. Y Leonor se lanza a la tarea de seleccionar, atesorar, ordenar, dividir, encontrar, indagar, suprimir, agregar, en busca de los infinitos recovecos del interior de la mente de su madre.

Y a esta selección de recuerdos afectivos con su madre se dedica Leonor en forma tan minuciosa como el avance de la enfermedad. Comienza a armar rutinas con ella, encuentros, conversaciones, recuerdos de viajes –en los que París aparece como un leit-motiv casi pendular–. Es este un movimiento dramático de acercamiento con cumbres, como el capítulo “Conocer/Reconocer”, en el que la misma protagonista se sumerge vivencialmente en el abismo de no saber dónde está.

Leonor es una gran estratega. Al darse cuenta de que todos sus intentos de proteger a su madre de la enfermedad son y serán vanos, cambia de táctica y se sumerge en el mundo del alzhéimer, como un espía al rescate de objetos, conversaciones, imágenes, perfumes, gustos, palabras. Y así construye paso a paso a la madre que, por otro lado, se va distanciando irremediablemente.

Poco a poco el alejamiento del alma de la madre, su navegar hacia aguas abiertas, va siendo digerido y vivido por Leonor, hasta llegar a la cima del capítulo “Otro espacio” donde tanto ella como su madre inician la aventura de encontrarse dentro de la enfermedad. Y lo logran en la maravillosa escena de las migas de pan, donde el mundo trizado y enfermo pasa a formar parte del mundo real y cotidiano.

Aplaudo sin reservas este magnífico tapiz tejido de la memoria realizado por Dresdner en Tu memoria en mis ojos, una autora que ha sido capaz de escribir nada menos que un manual contra la muerte.

¡Bravo!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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