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El desierto no está desierto: la urgencia de resguardar la biodiversidad de las zonas áridas
Hacemos un llamado a la autoridad ambiental a que convoque a la academia y a la sociedad civil a elaborar en conjunto la guía para la evaluación de impactos en zonas áridas. El espectáculo del Desierto Florido es una muestra de lo que está en juego. La decisión de resguardarlo depende de nosotros.
Cuando pensamos en un desierto, solemos imaginar un lugar vacío y sin vida. El propio término “desierto” alimenta esa idea. Sin embargo, la realidad es muy distinta, tanto así que las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo poseen la mayor riqueza de especies de plantas del país, y un nivel de endemismo que solo supera la remota isla de Juan Fernández.
Y no es solo una cuestión de números. En estas áreas también se expresa una notable variedad de formas de vida y sorprendentes estrategias para enfrentar la escasez de agua. Desde arbustos con largas raíces que exploran las profundidades del suelo, cactus diminutos del porte de una moneda, hierbas que almacenan recursos en bulbos y otras especies que en estado de semilla esperan por años la próxima lluvia.
También existe una gran variedad de fauna donde destacan roedores y reptiles, como el ratón de las dunas y la lagartija de manchas, además de una gran diversidad de caracoles e insectos que viven entre raíces, rocas y arenas.
Todos estos ejemplos, están estrechamente vinculados al sustrato que los cobija. Por esto, la mayor parte del tiempo la diversidad del desierto no es evidente a simple vista. Sin embargo, cuando las lluvias llegan, revela todo su esplendor transformando el aparente vacío en un espacio floreciente de vida y color, como el que podemos observar ahora con el fenómeno del Desierto Florido.
Las zonas áridas representan un desafío para la vida, por lo que son particularmente sensibles a las perturbaciones humanas. Esto implica que superado cierto nivel de impacto, su capacidad de recuperación es muy limitada, incluso aplicando medidas de restauración. Hoy, menos del 7% de la superficie asociada al Desierto Florido está protegida, lo que deja a la mayor parte de su biodiversidad vulnerable.
Por lo tanto, es urgente que el Sistema de Evaluación Ambiental cuente con una guía metodológica que se ajuste específicamente a las particularidades de las zonas áridas. Con la aplicación de la guía será posible evaluar de manera efectiva la biodiversidad y los potenciales impactos que puedan generar las distintas actividades humanas. Además, se requiere que se diseñen e implementen medidas de compensación que consideren las limitaciones que impone la aridez, de modo tal que sean realmente aplicables y efectivas.
El Desierto de Atacama y las zonas áridas de Chile no son paisajes vacíos, son un verdadero tesoro natural. Como sociedad, debemos esforzarnos por mirar más allá de lo evidente y exigir que se reconozca, valore y resguarde su extraordinaria biodiversidad.
Hacemos un llamado a la autoridad ambiental para que convoque a la academia y a la sociedad civil a elaborar en conjunto la guía para la evaluación de impactos en zonas áridas. El espectáculo del Desierto Florido es una muestra de lo que está en juego. La decisión de resguardarlo depende de nosotros.
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