Publicidad
Cuando el juego es una forma de resistencia CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Cuando el juego es una forma de resistencia

Publicidad
Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
Ver Más

Jugar para los niños involucra un intercambio que los hace volver al origen, minimizando aquel cepo que el avatar tecnológico intenta imponerles, desarraigándolos de su entorno cultural y social, y ensanchando aún más la distancia entre ellos.


Está más que claro que jugar y divertirse es fundamental en el desarrollo de cualquier ser humano. En especial, en el de los niños que por así decirlo viven una realidad paralela en la que basta con dar rienda suelta a su imaginación, para que una hoja de periódico se convierta en una choncha (volantín), o una modesta caja de zapatos en una ratonera. Dos, juguetes de manufactura casera que, nos hablan de valorar lo simple, y cualquier objeto por básico que parezca es capaz de lograr la magia. O acaso me van a decir que nunca jugaron al luche (rayuela), o que no juntaron piedras para jugar a la payaya.

Precisamente de eso trata la exposición “Juegos de niñxs 1999 -2022”, de Francis Alÿs (Bélgica) y curada por Cuauhtemoc Medina, con una muestra que está por primera vez en Chile, emplazada en El Centro Nacional de Arte Contemporáneo de Cerrillos (CNAC), con más de 22 videos de gran formato que demuestran como la imaginación infantil, expresada en sus juegos, les ayuda a sobrellevar las distintas realidades en un mundo que no eligieron, y donde tanto la adversidad como el tedio de un algoritmo pretende esclavizarlos.

Crédito: Cedida

Escasas veces se tiene la oportunidad de ver un proyecto que aborde una temática que pone en valor momentos únicos, muchos de los cuales creemos perdidos u obsoletos. No obstante, la práctica de “jugar juegos callejeros” de la mano de la inventiva no se queda atrás, y contrario a lo que se cree, esta línea de tiempo trazada durante dos décadas, es la evidencia cierta de que “seguimos jugando como siempre”. Principalmente, en las zonas más desprotegidas, donde esta ritualidad es un mecanismo evasivo que a ratos les hace olvidar la precariedad y los conflictos bélicos que los circundan, con lo que el juego termina por ser un potencial placebo se convierte en el mejor de los alicientes para seguir existiendo. Tal cual lo puntualizó en un comentario relativo a esta muestra The Art Newspaper: “El resultado es un hipnótico archivo del juego como resistencia”

Jugar para los niños involucra un intercambio que los hace volver al origen, minimizando aquel cepo que el avatar tecnológico intenta imponerles, desarraigándolos de su entorno cultural y social, y ensanchando aún más la distancia entre ellos. A tal punto en que ese contacto físico tan propio de del jugar, ha ido desapareciendo, borrando parte importante de sus tradiciones, y transformando a muchos niños en verdaderos autómatas, que sólo saben divertirse en línea. Algo que además enfatiza su curador Cuauhtemoc Medina: “Las diversiones infantiles que Alÿs registra son una cultura subterránea en peligro de extinción que unía generaciones y cruzaba fronteras”.

Por eso, lo más significativo de “Juegos de niñxs 1999 -2022”, de Francis Alÿs, es que nos confirma que “no todo está perdido”, y lo más esperanzador es que podemos constatarlo en Copenhagen (Dinamarca 2022), con “El baile de las naranjas”, donde una pareja de niñas intenta salvar una naranja de la gravedad, porque de caérseles la fruta, quedan ambas eliminadas. Así también, nos encontramos en Slakken (Bélgica 2021) con una curiosa “Carrera de caracoles”, donde estos moluscos son pintados con distintos colore para diferenciar los competidores, pero aun así no todos llegan a la meta, ya sea porque se distraen o simplemente, porque los colores de los corredores se deslavan como lágrimas bajo la lluvia.

Un viaje sin fronteras que nos traslada a lo más simple, donde el “tomarse la calle”, significa decir, yo juego donde quiero, y para eso puede ser Irak, Cuba, Marruecos, o Lubumbashi (R.D. Congo – 2021) donde una simple “rueda” puede convertirse en un Fórmula 1, y no importa subir una y otra vez una ladera empinada, porque el hecho se sentir la adrenalina a tope, por ir viajando a tanta velocidad, te hacen olvidarlo todo. Por lo que el frío, el hambre, la guerra. No son nada frente a ese momento de júbilo, que se ven constata en la reflexión que hace el propio Francis Alÿs: “Algo que me interesó fue el modo en que los juegos tienden a tener una cualidad universal. Un buen ejemplo es la rayuela o hopscotch, hay un número variantes, pero la mecánica básica a través de muchas culturas que conozco es constante”. Lo que demuestra que los niños son todos iguales, no importa si son de la Gaza, India, Nepal o Chile. Ellos, sólo quieren jugar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad