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2018: el año en que Piñera dejó de ser el mismo Opinión

2018: el año en que Piñera dejó de ser el mismo

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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El mito construido por el propio Piñera llegó a su fin este 2018. Le llegó el viejazo. Ya no es lo rápido que se había inventado que era. Los algoritmos que se dijo había creado para comprar siempre las mejores acciones, ya no funcionan. Se le ve lento. Cansado. Los Carabineros y sus enredos lo dejaron grogui. Su primo lo hace ver aún peor. Un ajedrecista que no alcanza a ver 2 o 3 jugadas antes de un jaque o de un mate, simplemente es un mal ajedrecista. Y lo peor es que todo Chile lo comenta.


Era el mejor de su generación. El chico listo, hijo de funcionario público, que había logrado ser multimillonario. Contra viento y marea logró vencer –como primer gran triunfo– a su hermano José en las notas del colegio y de la universidad, la pontificia. Su tesis de doctorado era tan controvertida como el hecho de que fue profesor en una universidad norteamericana. Las tarjetas de crédito le trajeron la gloria y el mito decía, de él, que hasta había logrado “engañar” a uno de los hombres más ricos del Chile de la dictadura de Pinochet, un tipo inflado de odio, de triple papada y dueño de un canal de televisión. El mismísimo que después, radio Kioto mediante, había intentado sacarlo del camino como quien, arriba de un Mercedes, intenta atropellar a un pobre ciclista y salir indemne de la operación. No se pudo. Piñera tenía huevos. Incluso los tenía tanto, que logró superar una conspiración conjugada por militares que le habrían raptado a uno de sus hijos a cambio de no se sabe bien qué historieta.

Piñera esperó y esperó… comiendo pizza de almejas, como en Brooklyn. Bebiendo Coca-Cola. Ni le importó. Era el mejor de su generación y sabía que eso tenía un costo. Ya como senador –de y en– la época de la Concertación, se compró como un niño bobo la idea de que la política consistía en comprar acuerdos –acuerdos, acuerdos y acuerdos– en la bolsa de valores del Congreso en Valparaíso. Seguro que en los 90 eso significada ser un centroderechista, digamos, un derechista tirado para la izquierda, un DC medio zurdo… lo que le encantó… sentirse nuevamente un hijo de funcionario público que está con la clase trabajadora del Estado, es decir, la clase media funcionaria que vive de la teta del Estado, y que puede –algún día como él lo había hecho– ser un millonario.

Se creyó a sí mismo la posverdad de que incluso él era un empresario que producía valor mediante una no sé cual o no se qué matriz productiva e, incluso,  capaz que haya sentido que sus multimillonarias especulaciones financieras contribuían al desarrollo de no sé cuál clúster.

Lo que sea… el mito construido por el propio Piñera llegó a su fin este 2018. Le llegó el viejazo. Ya no es lo rápido que se había inventado que era. Los algoritmos que se dijo había creado para comprar siempre las mejores acciones, ya no funcionan. Se le ve lento. Cansado. Torpe. Cansino. Los Carabineros y sus enredos lo dejaron grogui. Parece un tipo que te trae tarde la pizza a tu puerta. Su primo lo hace ver aún peor. Un ajedrecista que no alcanza a ver 2 o 3 jugadas antes de un jaque o de un mate, simplemente es un pésimo ajedrecista. Si se te quema el arroz o el bistec se te recuece, es simple, no eres buen jefe de cocina. Y lo peor es que todo Chile lo comenta.

Se le ve con condescendencia. Es un taita al que hay que cargarle la bip! Darle el paso. Compadecerlo porque sobre todo es simpaticón. Pelito blanco y, como se sabe, las canas se respetan.

Leía a Christopher Hitchens el otro día, y de Kennedy decía: “Incluso en el día de su celebrado discurso inaugural, le preocupaba que su rostro inflado por los esteroides apareciera muy gordo e hinchado ante las cámaras, y lo salvó un rápido bronceado en Palm Beach”.

Pura posverdad.

Piñera se ve así hoy: lindo, con pelo hermoso, sin ojeras y con dientes nuevos. Lo de Mega fue una puesta en escena precisa.

Pero ya no es lo mismo. El año 2018 es el año en que supimos que Piñera está fuera de training. Lento. No viendo las jugadas. Fácil de superar… apenas con un jaque pastor. Si no, que lo desmientan su primo o el “complot” policial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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