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Theresa May: cargando un muerto en la soledad Opinión

Theresa May: cargando un muerto en la soledad

Uno podría compadecerse de Theresa May que, aún fresca y con el ímpetu que le dio vencer la carrera por la sucesión de Cameron, pero obedeciendo a regañadientes la alienada exigencia de las urnas, ha tenido que sacarse de la chistera este plan que aunque esté crudo, es el único posible. Uno tendría que taparse los ojos al ver que soñando con una mayoría robusta que le permitiera negociar sueltamente con Europa, May llamó a una elección y la perdió aparatosamente, quedando a merced de los Laboristas, que cómodos en sus asientos, bien pueden condenar cada una de las  acciones de la Premier y sobre todo a merced de la facción más reaccionaria de su partido, la que, con un sentido de la oportunidad salvaje, ha sabido moverse hacia la derecha y hallar igual podría vibrar con lo mismo que vibra la extrema derecha que tan a sus anchas vemos deambular por el mundo estos días.


Si no fuera porque el “cuero duro” es un gen que, por imposición del ambiente tiende a desarrollarse plenamente en los políticos, uno debiera sentir lástima por la empinada cuesta que le toca subir, cargando ese cadáver llamado “Brexit”, a Theresa May.

May, obligada por el peso muerto de la inercia política, se dirige, cual condenado a su horca, al hondo precipicio del “no deal”, o sea, aquel “Brexit” que implica el divorcio sin acuerdo entre el Reino Unido y la Unión Europea. Sus colegas Conservadores miran entre apenados y expectantes, sus rivales Laboristas sádicamente huelen la sangre y un suicida grupo de fanáticos irredentos le apura al tranco (entre otros, los “duros” Neil Farage y Boris Johnson, aquellos monumentos a la mentalidad isleña, la petulancia y la contumacia, que bien merecen su lugar en el panteón de los equivocados de la historia).

Si las cosas siguen como están pronosticadas, es decir, si ningún milagro político sucede (y éstos escasean más que cualquier maná) al despuntar el 2019, May someterá a votación su plan de quiebre con la UE -arduamente negociado con ésta- y perderá inapelablemente. Un plan malo para estándares normales, pero el único plan posible dados los tiempos (en marzo de 2019 Reino Unido debe desligarse de Europa) y las complejidades propias de una nación en la que cohabitan ingleses, escoceses, galeses e irlandeses del norte, cuyos hermanos desintegrados del sur son y serán europeos.

[cita tipo=»destaque»]Ganando Cameron su nuevo período, los acontecimientos como es natural, se precipitaron hacia lo peor. Obligado a realizar la consulta y por tanto a destapar espacios que la prudencia aconsejaba dejar encadenados, tuvo que abrir el Reino Unido a las campañas del “quedarse” o “irse”, en las que la última no dejó hueco sin llenar de mentiras y desinformación, en una operación precursora de las que han llevado al triunfo a figuras tan improbables como Trump, Salvini, Orban, Bolsonaro y el largo etcétera que se vendrá. Notable es recordar, por ejemplo, los icónicos buses rojos de Londres con carteles afirmando la cantidad de dinero que los burócratas de Bruselas se llevan y que podrían haber sido invertidos en el sistema de salud social británico, sistema que, huelga decir, es lo primero que desmantelarían aquellos “brexiters” de llegar al poder.[/cita]

Un plan que disgusta, aunque por razones distintas, a tan heterogénea nación: a los entusiastas de la separación, porque lejos de romper con la burocracia Europea, perciben que somete al Reino Unido a ella, sin que la isla tenga si quiera derecho voz ( que es el precio de mantener, al menos por un tiempo el acceso irrestricto al mercado común y la unión aduanera); a los detractores de la salida, por la misa razón a la inversa (“¿para qué nos salimos entonces?”); a escoceses pues votaron mayoritariamente por mantenerse en la Unión Europea y porque la gracia de ser parte del Reino Unido es ser parte de Europa (argumento que aguó los ardores independentistas un par de años atrás) y a los irlandeses del norte porque a pesar de que en principio su frontera con la República de Irlanda se mantendría vaporosa, en un futuro  cercano podría materializarse con chequeos y policías, cosa que revive los temores de días bien turbulentos.

¿La alternativa?, los duros proponen ser duros, irse de la casa y no pagar nada, llegar a marzo de 2019, sin acuerdo y ver quien pestañea primero. Que esto implique un justificado pánico, que a esa fecha no se sepa cuál será el estatus migratorio de europeos viviendo en el Reino, y de británicos en Europa, o  cuáles serán los derechos de aduana de la mantequilla y el vino europeos, o la situación corporativa de empresas transcontinentales, poco parece importar a estos paladines del excepcionalismo.

La “Prime Minister”, sin embargo, debe seguir bregando, arrastrando a cuestas su “Brexit”, sola, contra todos, haciendo frente una marea de mofas y un oleaje de complots que, sea cual fuere el resultado de sus tratativas, le vaticinan sí o sí su muerte política.

Habría que sentir pena por ella, si los cuchillos largos no fueran partícula elemental del juego político y si el “Brexit” no fuera una gran herida infligida al país, por los Conservadores, camaradas de May, y partido desde donde ha ella germinó.

Es bueno recordar lo anterior. El “Brexit” no es una respuesta a un clamor ciudadano, ni una necesidad de la sociedad civil a la que la responsabilidad de gobernar tuviera que haber resuelto. El “Brexit” nació de un puro capricho. Fue una maniobra mal calibrada del antecesor de May, David Cameron,  el pomposo ex Primer Ministro quien para ganar una reelección (o sea, elegir suficientes representantes en la cámara de los comunes como para considerarse con un mandato macizo) coqueteó con ideas de la derecha extrema, y para restar importancia y votos al partido que la encarna – el UKIP, que algo amenazaba a los “Tories”- prometió hacer el impensado referéndum, anunciando eso sí, pues la nobleza siempre obliga, que él y su partido estaban en contra.

Ganando Cameron su nuevo período, los acontecimientos como es natural, se precipitaron hacia lo peor. Obligado a realizar la consulta y por tanto a destapar espacios que la prudencia aconsejaba dejar encadenados, tuvo que abrir el Reino Unido a las campañas del “quedarse” o “irse”, en las que la última no dejó hueco sin llenar de mentiras y desinformación, en una operación precursora de las que han llevado al triunfo a figuras tan improbables como Trump, Salvini, Orban, Bolsonaro y el largo etcétera que se vendrá. Notable es recordar, por ejemplo, los icónicos buses rojos de Londres con carteles afirmando la cantidad de dinero que los burócratas de Bruselas se llevan y que podrían haber sido invertidos en el sistema de salud social británico, sistema que, huelga decir, es lo primero que desmantelarían aquellos “brexiters” de llegar al poder.

Y ganó la opción “irse”, y el “Brexit” comenzó a hacerse carne. Y los británicos consternados de haber cedido tan afanosamente a aquellos pensamientos suicidas que a veces asaltan hasta a la más sana de las mentes, evidentemente se la cobraron a Cameron, que, nobleza no obliga siempre, ahora se vio forzado a renunciar.

Desde entonces ha sido un tango mal bailado entre una enfurecida Europa, que quiere castigar ejemplarmente al Reino Unido y la isla que tensionada internamente no sabe bien que postura adoptar. Por cierto, de los más duros y confiados guaripolas del “Brexit” poco se ha sabido, una vez que cada uno de los postulados con los que hicieron campaña ha sido consecutivamente desacreditado por los datos (que ahora sí parecen importar a los votantes) o la simple realidad.

Así que, uno podría compadecerse de Theresa May que, aún fresca y con el ímpetu que le dio vencer la carrera por la sucesión de Cameron, pero obedeciendo a regañadientes la alienada exigencia de las urnas, ha tenido que sacarse de la chistera este plan que aunque esté crudo, es el único posible. Uno tendría que taparse los ojos al ver que soñando con una mayoría robusta que le permitiera negociar sueltamente con Europa, May llamó a una brexiter selección y la perdió aparatosamente, quedando a merced de los Laboristas, que cómodos en sus asientos, bien pueden condenar cada una de las  acciones de la Premier (sin tener que ejecutar ninguna labor por pesada o menuda que sea) y sobre todo a merced de la facción más reaccionaria de su partido, la que, con un sentido de la oportunidad salvaje, ha sabido moverse hacia la derecha y hallar igual podría vibrar con lo mismo que vibra la extrema derecha que tan a sus anchas vemos deambular por el mundo estos días.

Porque, también es bueno recordar que el “Brexit”, a pesar de que afectará a millones de individuos es un problema que esencialmente atañe al partido Conservador. Es de su invención, y su mal desarrollo ha sido fruto de las querellas internas entre el tronco tradicional mayoritario y unas puntudas ramas que lo quieren todo sin dar nada, que prosperan en la desconfianza, y que por sobre todo, saben gritar más fuerte que los demás.

Habría que compadecerse de  la soledad de Theresa May, sin tan solo ella no fuera el inevitable producto de lo que es ser hoy en día miembro del partido Conservador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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