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Letelier: ¿el fin de una manera de gestionar el poder? Opinión

Letelier: ¿el fin de una manera de gestionar el poder?

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Luego de obtener una senaturía y una vicepresidencia del PS, el legislador consolidó un poder incontrarrestable en la región. Es el año 2006 y no hay legislador oficialista que no tenga que pactar con él el acceso a cualquier cargo a nivel regional. Es cuando se comienza a ironizar que el parlamentario pone hasta al estafeta de la Intendencia. No sabemos si va a sobrevivir al drama que enfrenta hoy, aunque ha demostrado una capacidad de resistencia única. Pero más allá de su supervivencia hay un modelo político, el “broker”, en la terminología de Samuel Valenzuela, que ha hecho crisis.


Como en la clásica escena de Los Intocables en la que a Al Capone le cambian a última hora el jurado, generando incertidumbre sobre el resultado del juicio, al alcalde de Rancagua le acaba de pasar lo mismo. El jueves pasado debió declarar como imputado en el caso del teatro regional por más de seis horas, con un tribunal distinto del que originalmente tenía asignado, haciendo incierto el panorama judicial que enfrenta.

Antes de llegar a aquello, todos sabemos lo que sucedió entremedio. Lo que no estaba previsto es que, en el proceso de limpieza del tribunal de Rancagua, la investigación se iba a topar con el político más poderoso de la región: el senador socialista Juan Pablo Letelier. Y con el Fiscal Nacional, Jorge Abbott, quien ha conseguido más notoriedad por lo que ha hecho tras bambalinas que por sus decisiones públicas.

La intervención del senador ante Abbott concluyó, casualmente, con la salida del fiscal Arias del caso de investigación de irregularidades de ministros del Poder Judicial en Rancagua. Dijo en Twitter que la reunión era para “hacerle presente su malestar por el desorden del tribunal local”, pero no pocos se preguntan qué hace un senador interviniendo en otro poder de Estado.

La naturalización de estas conductas no impide que se haga cada vez más evidente la colonización del Poder Judicial y del Ministerio Público por el poder político, proceso que empezó a evidenciarse con fuerza allá por el año 2003 –con el MOP-Gate y las irregularidades en las escuelas de conductores y las plantas de revisión técnica– y que luego se profundizó con los casos Penta, Caval y SQM, que afectaron transversalmente al poder político y empresarial. Su corolario fue la designación del actual Fiscal Nacional.

Letelier, nace una estrella

El hombre que durante los años 80 militó en la sección juvenil del PS Almeyda, se hizo conocido en 1989 cuando, contra todo pronóstico, alcanzó uno de los dos escaños que logró el Partido País que aglutinó a comunistas, socialistas de Almeyda, miristas e Izquierda Cristiana. En su primera legislatura, con poco peso de esta facción en el Gobierno, se concentró en poner gente en el área de Vivienda, desde donde comenzó a construir su propia leyenda.

[cita tipo=»destaque»]Por la época se pone de moda un culebrón televisivo que se llama “El Señor de la Querencia” y no son pocos los que asocian al personaje de la telenovela con el senador. La irrupción del personaje, que luego representarán también otros legisladores, es paralelo al decaimiento y empobrecimiento de los partidos políticos oficialistas y de su personal. Es la época en que la antigua militancia es remplazada por la generación que tan bien representaron Rodrigo Peñailillo en el PPD y Álvaro Elizalde en el PS –aunque con destinos disímiles–, que hizo carrera política a partir de ser jefe de gabinete de alguien.[/cita]

En diciembre de 1993, ya consolidado como un diputado trabajólico y de gran éxito electoral, obtuvo más del 45% de los votos en el antiguo distrito 33 y aumentó su poder en la zona colocando gente en los primeros niveles de la administración pública regional, sin olvidar el Minvu y el Serviu. Para 1997, ya con un abstencionismo electoral fuerte, Letelier alcanzó el 57% de los sufragios en el distrito cuya cabecera es la comuna de Rengo y se transformó, sin ejercer ningún liderazgo interno en el PS, en una figura nacional.

Ricardo Solari, líder del tercerismo, corriente interna pequeña que es clave para darle gobernabilidad al PS en uno u otro sentido, percibió el fenómeno Letelier y lo lanzó a competir como figura de recambio de su sector en las lides partidarias, posesionándose como figura interna del Partido Socialista. Es en paralelo a ese proceso que surgen los primeros comentarios sobre su arbitrario y personal manejo de la cartera de Vivienda. Es ahí donde irrumpen los primeros rumores sobre manejos cuestionables, fecha en que se le descuelgan figuras que lo habían acompañado hasta entonces, como el concejal de Rengo y líder del movimiento campesino, Quielo Rivera, originario de Choapinos.

Para las elecciones de 2001, se transformó en una figura interna relevante al alcanzar una de las vicepresidencias del PS y acompañó a Camilo Escalona en la dirección del socialismo nacional. Con Ricardo Lagos como Presidente y ya con el horizonte de la senatorial ad portas, logró colocar gente relevante para él en cargos de gobierno regional, como la gobernación de Cachapoal, la más importante de las tres provincias de la región y varios hombres y mujeres de su confianza en distintas carteras con un denominador común: capacidad de entregar subsidios.

Con el recambio de intendentes promovido por Lagos, el PS local –bajo la influencia de Letelier– logró, por primera vez desde el retorno de la democracia, colocar un intendente de su plena confianza: Ricardo Trincado. Sin haber enarbolado nunca tesis política alguna, como no fuera su promoción personal, Juan Pablo Letelier consolidó un liderazgo capaz de arrastrar votos, con buenos aliados en la administración pública y en el espectro político, pasando todos los lunes por las agencias gubernamentales centrales para fortalecer dicho liderazgo de su persona.

Un árbol que no da sombra

Pero Letelier no da sombra a nadie y es común que, en su distrito que aglutinaba a más de una decena de comunas, el PS no tenga ningún alcalde en ejercicio. Por aquel tiempo, el líder local del tercerismo, el inefable Talí Dinamarca, se queja latamente de que el diputado de su sector no le da ni 10 minutos para conversar con él, pero no tiene problemas en quedarse hasta medianoche dialogando con algún campesino de su distrito.

Es por aquel tiempo cuando surgen las primeras críticas bien y malintencionadas hacia su figura por el uso de su condición de hijo de Orlando Letelier, asesinado por la dictadura en Washington. Cuando estalla el caso Coimas en las PRT y el torbellino va directo hacia su figura, muchos empiezan a preguntarse cómo nadie lo detuvo antes. El hecho es que nadie daba un peso por él como líder interno y los liderazgos nacionales dejaron pasar que su controvertida figura empezaba a encarnar las peores tradiciones del clientelismo chileno. Luego ya fue demasiado tarde: el hombre se había hecho muy poderoso.

Es por eso que Camilo Escalona decidió, cuando estalló el escándalo de corrupción en la Región de O’Higgins en 2002, “poner sus manos al fuego” por él y defendió la inocencia del diputado socialista, pese a que yo mismo en un encuentro de alcaldes y concejales PS en Punta de Tralca le advertí que “se las iba a quemar”. Y así fue.

Letelier fue detenido primero en Rancagua y luego trasladado a la cárcel VIP de Capuchinos. Luego pasó lo que suele ocurrir en Chile: cuando se vio su causa, uno de los magistrados de la sala se ausentó y el abogado reemplazante, curiosamente, trabajaba para el Ministerio del Interior. Con su voto, quedó en libertad y más tarde el Consejo de Defensa del Estado desistió de perseguir su responsabilidad en el tema de las Plantas de Revisión Técnica y las escuelas de conductores.

A solo un mes de salir en libertad, dejó caer la candidatura a gobernador de Adolfo Lara y logró que fuera nombrado Cristo Cucumides, quien ejercía un liderazgo fuerte en el PS en la zona de Colchagua. Letelier ya estaba pensando en la próxima elección senatorial. En Rancagua, a inicios de enero de 2005, el presidente del PS, Gonzalo Martner, ante la pregunta de un periodista local declaró que la aspiración senatorial del diputado no tenía viabilidad y lo sumó a la conspiración que lo haría caer el último día del mes de enero de ese año.

Letelier y el Congreso que valía por cuatro

Recuerdo como si fuera ayer que Osvaldo Andrade, presidente de la comisión organizadora del 27° Congreso, extrañamente envía los documentos para la organización del congreso comunal de Rancagua a la sede parlamentaria y no a la comisión organizadora local que él mismo vino a oficializar. De inmediato le advierto al secretario general, Arturo Barrios, del hecho anómalo y le presagio que algo están tramando contra la directiva y que el diputado es parte de ello.

Barrios me indica que a Martner ya le han manifestado eso, pero que el timonel siempre señala que debiera primar la racionalidad ante el desafío presidencial que se aproximaba y que hacer política conspirativa no formaba parte de su estilo. Pues bien, elegimos delegados al congreso –4 de 3– favorables a la continuidad de la directiva y luego, por compromisos de proyectos de la Unión Europea, con el alcalde en ejercicio debo viajar a Huelva y después a Valencia. En Rafelbunyol, localidad ubicada en las afueras de Valencia, me entero de la no postergación de la elección de directiva solicitada por esta, para no interferir con la elección presidencial en un congreso donde no se discutió nada, salvo la decisión de hacer caer a la mesa que había concebido la candidatura de Michelle Bachelet.

La leyenda cuenta que fueron 10 votos de diferencia entre 500 delegados y que algunos llegaron a manifestar que habían sido maliciosamente contados, para precipitar la caída de una directiva que se proponía institucionalizar al PS por encima del sistema de cuoteos de tendencias y de clientelización que amenazaba con inviabilizar su capacidad de desarrollo futuro.

En el bando vencedor se contó, además de a Ricardo Núñez, Escalona y Solari –jefes de las principales tendencias– a Isabel Allende, que se había confrontado con Martner y exigido una candidatura sin elecciones internas en Punta Arenas, y a Juan Pablo Letelier, que no quiso asumir el costo de imagen que su candidatura al Senado podía significar en un año de elección presidencial.

Con ese resultado, aseguró su cupo senatorial contra viento y marea y el PS, por primera vez desde la transición, rompió su acuerdo con el PPD: en O’Higgins competirían un socialista y un pepedé por un escaño en el Senado. La DC local se puso detrás del diputado socialista y comenzó con ello una larga alianza, la que se extendió hasta hace poco tiempo.

Luego de obtener una senaturía y una vicepresidencia del PS, el legislador consolidó un poder incontrarrestable en la región. Es el año 2006 y no hay legislador oficialista que no tenga que pactar con él el acceso a cualquier cargo a nivel regional. Es cuando se comienza a ironizar que Letelier pone hasta al estafeta de la Intendencia.

Por la época se pone de moda un culebrón televisivo que se llama “El Señor de la Querencia” y no son pocos los que asocian al personaje de la telenovela con el senador. La irrupción del personaje, que luego representarán también otros legisladores, es paralelo al decaimiento y empobrecimiento de los partidos políticos oficialistas y de su personal. Es la época en que la antigua militancia es remplazada por la generación que tan bien representaron Rodrigo Peñailillo en el PPD y Álvaro Elizalde en el PS –aunque con destinos disímiles–, que hizo carrera política a partir de ser jefe de gabinete de alguien.

Los políticos estilo Juan Pablo Letelier reemplazaron la vocería partidaria por vocerías personales e intereses particulares. Aún recuerdo una álgida discusión en el subterráneo de la Intendencia entre Teo Valenzuela, diputado por Rancagua, y el entonces vocero gubernamental Ricardo Lagos Weber, en que el primero le enrostró su responsabilidad como gobierno en el peso desmesurado que ejercía el senador PS en la región. Pero las cosas no cambiaron.

En 2009, cuando ya se avizoraba el fin de una etapa por la consolidación de la candidatura presidencial de Sebastián Piñera y la división de la Concertación con la emergente figura de ME-O, Letelier impuso la candidatura a diputado del ex presidente del Colegio Médico, Juan Luis Castro, contra la voluntad de los militantes locales. Luego de ser electo, ya en época de decrecientes lealtades, se transformó en otro Letelier de menos relevancia. Entre ambos no solo destruyeron al PS como entidad orgánica, sino que, además, con sus constantes peleas, acuerdos y nuevas peleas, han hecho imposible consolidar una figura alternativa al alcalde gremialista de Rancagua.

Juan Pablo Letelier consolidó un modelo de gestión política eficaz si se la mira desde los resultados personales del legislador, exitoso al punto que muchos más la copiaron, pero en este caso con una voluntad de pactar que traspasa los gobiernos y sus orientaciones políticas. Recordemos que el día en que Juan Carlos Latorre interpelaba a la ministra Magdalena Matte, en Rancagua Letelier respaldaba el plan posterremoto del Gobierno. Más tarde, mientras los parlamentarios oficialistas sumaban firmas para una probable acusación constitucional contra Andrés Chadwick, el senador pactaba el nombramiento del nuevo notario de San Fernando.

No sabemos si Letelier va a sobrevivir al drama que enfrenta hoy, aunque ha demostrado una capacidad de resistencia única. Pero más allá de su supervivencia hay un modelo político, el “broker”, en la terminología de Samuel Valenzuela, que ha hecho crisis. Los partidos y el sistema político tendrán que repensarse para no culminar en una versión chilena de Bolsonaro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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