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Transición a un nuevo tipo de sociedad que asegure el buen vivir Opinión

Transición a un nuevo tipo de sociedad que asegure el buen vivir

Para resguardar la democracia es necesaria una nueva institucionalidad, contrato social que debería partir por una Asamblea Constituyente. Pero, para hacerla sustentable, el Estado debería controlar las riquezas nacionales (agua, cobre, litio) para generar los excedentes a repartir para una mejor educación, salud y previsión, lo que implica también respetar una actividad privada que pague impuestos… sería la transición a un nuevo tipo de sociedad que asegure el buen vivir para todos. Así, el despertar del sueño se transformaría en realidad.


Los motines, el quilombo, las turbas exaltadas, la protesta, las rebeliones, las revoluciones y los cacerolazos, son cosas viejas en Nuestra América. De guerras también conocemos.

Las guerras, empero, siempre fueron duelos entre dos bandos. En la actual coyuntura esa guerra es inexistente, solo compromete al bando gubernamental arrastrando nuevamente a las Fuerzas Armadas a enfrentar a un enemigo desarmado. Quizá estamos ante una nueva guerra preventiva contra un supuesto enemigo interno, pero quienes se manifiestan con cacerolas ni siquiera son un enemigo compacto, porque esta no es una guerra de clase-contra-clase, muy por el contrario, son todas las capas sociales de la estructura social las que protestan contra el abuso.

Hay caceroleo en Vitacura, ruido infernal en el barrio El Golf, caceroleo intenso en la José María Caro. Otros campos con la presencia de Marte, el viejo dios de la guerra, son Plaza Italia, Plaza Ñuñoa y en los alrededores de la mítica Piojera. El tema es que los muertos los están poniendo quienes protestan porque desde una humilde cacerola no se perciben las llamaradas de los disparos.

Ante la profunda crisis social es insólito el actuar gubernamental: i) no la percibió, ii) actúo tardíamente y, iii) se autoaisló decretando el estado de emergencia. Tal vez pensando en enseñanzas aprendidas durante los años de dictadura, la memoria autoritaria, se concluyó que la represión volvería a paralizar el reclamo. Pero el aprendiz de brujo olvidó que durante los días de la Cuarta Jornada Nacional de Protesta (agosto, 1983), ante un alud conformado por estudiantes, trabajadores, colegios profesionales, asociaciones gremiales, ausencia escolar, no-violencia activa, autodefensa, ciudades paralizadas, torres de alta tensión derribadas y barricadas crepitando, Pinochet sacó 18 mil soldados para controlar la emergencia, pero, al mismo tiempo, nombró como ministro del Interior a un avezado político, Sergio Onofre Jarpa, con la misión de frenar la insurgencia a través de negociaciones con un sector de la oposición, anunciando para tales efectos “la posible anticipación de partidos y Parlamento y la solución definitiva al problema del exilio”. Dicho en otras palabras, el general fue más sagaz. Esto es algo que los que protestan deben saber para no dejarse sorprender.

Los tiempos han cambiado, hoy se protesta sin miedo, se usan las redes sociales para contrarrestar la manipulación de los medios de comunicación gubernamentales y así potenciarse. Pero lo más importante es que los manifestantes se han dado cuenta del rol que juegan.

Por décadas, la violencia institucional que consolidó en el tiempo bajos sueldos y salarios, los bingos en poblaciones para cubrir gastos de enfermedades, mala educación, intentar borrar la historia para tapar crímenes de lesa humanidad, y la existencia de AFP, afirmadas en un dogma económico, entre otros. Ha sido un aprendizaje de años de padecimientos, especialmente para los pobres y los más viejos. Pero eso no es todo, quienes reclaman también giran sus ojos sobre la violencia simbólica, es decir, una de las peores formas de violencia, aquella que hace que los humildes a través de los aparatos ideológicos de Estado terminen asumiendo las formas de vida, gustos, vestimenta y pensamientos de quienes los expolian.

Pero eso terminó, como lo demuestran las opiniones en micros y en calles por parte del participante en la protesta. Desde Punta Arenas hasta Arica el adormecimiento ha quedado atrás, simbolizado en la palabra que dice despertamos, al mismo tiempo que confraternizan con los militares, dando cuenta que también los están utilizando… ¡qué generosidad!

Han sido días duros. Es evidente que el Gobierno no ha estado a la altura de los acontecimientos y que sido desbordado y que, siendo responsable por la seguridad pública, no ha podido resguardar al país de los saqueadores que siempre están presentes en estos eventos. Más aún, con la penúltima intervención del Presidente la ciudadanía quedó estupefacta, no hubo ningún rasgo o ademán para superar ahora la situación. Por el contrario, volvió a calificar a quienes exigen un cambio como delincuentes, vándalos y bandas organizadas. Además, los responsabilizó de la violencia y destrucción que asola al país.

Sin el menor asomo de autocrítica, llamó a un incierto diálogo con actores que también tienen responsabilidad en el estallido al no hacerse cargo por tres décadas de la situación económico-social de las grandes mayorías. Por otra parte, las seis o siete medidas que esbozó en su última intervención son insuficientes, porque se enmarcan dentro del modelo que está siendo criticado.

En fin, es evidente, el tema no pasa por elevar en 10 mil pesos el sueldo o apurar las listas de esperas en los hospitales. Es mucho más profundo, el neoliberalismo ha impulsado la transformación de la democracia liberal en plutocracias, posibilitando que los dueños del capital pasen a gobernar en su propio beneficio (Berlusconi, Trump, Macri, Piñera), aumentando la desigualdad, relegando la democracia al rango de democracias electorales.

Bajo este aspecto, para resguardar la democracia es necesaria una nueva institucionalidad, contrato social que debería partir por una Asamblea Constituyente. Pero, para hacerla sustentable, el Estado debería controlar las riquezas nacionales (agua, cobre, litio) para generar los excedentes a repartir para una mejor educación, salud y previsión, lo que implica también respetar una actividad privada que pague  impuestos… sería la transición a un nuevo tipo de sociedad que asegure el buen vivir para todos. Así el despertar del sueño se transformaría en realidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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