Más allá de las especulaciones, lo cierto es que la exintendenta no ha logrado posicionarse dentro del equipo político y menos en la opinión pública. Tal vez, esto solo sea el reflejo de los cambios en el poder que hizo Piñera, relevando a Evópoli como el partido fuerte de un Gobierno débil. Y, en eso, la dupla Blumel-Briones está ganando la batalla. Claro que aún le quedan dos años y tres meses a Karla Rubilar para asumir un rol distinto. Dios mío, una eternidad.
Fue la estrella del Gobierno durante los primeros días de la crisis. Partió por no renunciar a su cargo perdiendo la opción de postular a gobernadora regional. Estuvo en terreno, dando la cara, asumiendo un tono más empático, más comprensivo con la movilización social. Dijo que no estaba en guerra, fue a alentar a los carabineros y al mismo tiempo valoró a la gente que estaba manifestándose de manera pacífica.
Su paso al gabinete se dio como algo natural. Llegaba a reemplazar a una ministra que en este segundo período asumió un rol agresivo, frontal con la oposición. Cecilia Pérez, la vocera que se obsesionó con Michelle Bachelet, que incorporó un lenguaje duro, irónico y desafiante. La ministra que se convirtió en emblema de Yerko Puchento –que le puso un apodo muy poco deferente y machista, digámoslo– y que en los meses previos al 18 de octubre (18/O) convirtió la vocería en una tribuna de defensa irrestricta al Presidente Sebastián Piñera y su familia, incluso en situaciones que, si hubieran ocurrido hoy, habrían llenado la Plaza Italia con manifestantes indignados, como la visita a China de sus hijos en la delegación oficial o el no pago de contribuciones durante 30 años en una de sus parcelas con orilla de lago que tiene en el sur.
La “negra de Harvard” –como ella misma se ha autocalificado–, la mujer que creció en la población Juan Antonio Ríos, que no forma parte de la “élite” de la derecha y que saltó a la primera línea luego de ser concejala por La Florida, tenía un mérito en el modelo pre-18/O del Gobierno: era una pieza fundamental, no del Ejecutivo, sino del piñerismo o, mejor dicho, de Piñera. Pérez llevaba siete largos años en el grupo de confianza personal del Mandatario, por tanto, no solo lo conocía en profundidad, sino que sintonizaba –y empatizaba– con sus planes y sus expectativas.
Dos meses atrás, la ministra Secretaria General de Gobierno, ante la consulta de su opinión por la baja en las encuestas, que en ese momento bordeaban los 25 puntos y hoy están apenas en 10, señalaba: “Voy a ser muy franca, me duele porque me doy cuenta cómo el Presidente se saca la mugre”. Era la defensora del Primer Mandatario, la escudera, la línea de contención de su jefe. Pero faltaba el broche de oro de la estrategia comunicacional pre-18 de octubre: el regreso de las chaquetas rojas. El símbolo con que el primer Gobierno de Piñera quiso representar la eficiencia, la “Nueva forma de gobernar” o la promesa de campaña: “Así queremos Chile”o “Tiempos Mejores”. Y, claro, Cecilia Pérez, fue la autora intelectual.
Pero el 28 de octubre –a diez días del inicio del estallido social– una esperanza de cambio surgía en el mundo de las élites políticas y empresariales de todos los bandos, considerando la gravedad de la crisis. Llegaba un grupo de ministros jóvenes, menos ideologizados y más cercanos al centro político. Dispuestos a establecer puentes y abrir espacios que descomprimieran. Briones, Blumel –que rotaba a Interior– y Karla Rubilar, conformaban el trío que prometía cambiar el tono, estilo y forma de comunicarse, lo que se entendió como una señal clara de la intención de La Moneda de hacer un control de daños y buscar una salida.
La designación de Rubilar fue recibida no sólo con aplausos, sino también con muchas expectativas. De hecho, en su primer punto de prensa quedó clara la ruptura con el estilo de Cecilia Pérez. Tono amable, pausado, cuidadoso de no descalificar a manifestantes ni a los partidos políticos de oposición.
Sin embargo, el vuelo le duró poco. Comenzó a aparecer menos, subió el tono de sus críticas al rival, apuntando a la oposición, se enredó al contratar a su pareja –Christian Pino– como asesor de comunicaciones, criticó con dureza el famoso “el que baila pasa”, emplazó –al igual que su antecesora– al Ministerio Público por su responsabilidad en la crisis y, horas antes de la votación que acusó a Andrés Chadwick, les advirtió a los senadores que “no pasaran la línea”.
Se mimetizó con Cecilia Pérez o la verdad es que se transformó en Cecilia Pérez. Entonces, ¿el hábito hace al monje? Yo creo que no. La vocera de Gobierno marca la línea, el estilo de La Moneda y del Presidente. Sin embargo, de todo el nuevo gabinete, solo dos personajes han puesto la nota alta para proyectar una actitud que aporte a la salida de la crisis: Ignacio Briones y Gonzalo Blumel.
A diferencia de una poco trascendente ministra Rubilar, la dupla Blumel-Briones ha hecho lo suyo. El ministro del Interior ha proyectado interés de escuchar, de conversar. Ha hecho llamados al diálogo e invitado a todos los actores políticos y sociales. Valoró el proceso constituyente de Michelle Bachelet, incluso le quitó total protagonismo a un desdibujado ministro de la Presidencia, Felipe Ward, quien es el encargado de la relación con el Parlamento.
Pero Ignacio Briones, en la práctica, se ha convertido en el verdadero vocero del Gobierno, si es que la señal que La Moneda quiere proyectar es de cambio real. No solo es un hombre dialogante, sino que además ha proyectado una actitud que rompió con la imagen clásica de los ministros de Hacienda, esos rockstars fríos, calculadores, elegantes, intelectuales e inalcanzables. Briones toma su auto y sale a recorrer distintas comunas y escucha a la gente. Briones no viaja en clase ejecutiva a Madrid para participar en la COP25. Briones llega a acuerdos con la presidenta de la CUT.
Sin duda, Ignacio Briones es la antítesis de Felipe Larraín. El exministro hoy en día es un ícono de la mirada lejana y desconectada que el Gobierno de Piñera tuvo hasta el 17 de octubre. Un hombre que no proyectaba sensibilidad con las demandas de la gente. Dogmático y poco flexible, de hecho, defendió la integración en la Reforma Tributaria hasta el final, sin entender que el país estaba cambiando a ritmo acelerado.
Karla Rubilar entró como “la promesa” al gabinete el 28 de octubre, y hasta ahora solo está quedando en eso. Algunas fuentes señalan que Cecilia Pérez estaría jugando un rol político en las sombras –no muy bien visto, incluso por la Primera Dama–, tratando de mantener el estilo anterior al inicio de la crisis, cumpliendo el rol de consejera de la doctora y el Mandatario.
Más allá de las especulaciones, lo cierto es que la exintendenta no ha logrado posicionarse dentro del equipo político y menos en la opinión pública. Tal vez, esto solo sea el reflejo de los cambios en el poder que hizo Piñera, relevando a Evópoli como el partido fuerte de un Gobierno débil. Y en eso, la dupla Blumel-Briones está ganando la batalla. Claro que aún le quedan dos años y tres meses a Karla Rubilar para asumir un rol distinto. Dios mío, una eternidad.